Con el coronavirus Pekín mostró su credencial comunista

Política. Medicina. Sociedad. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones.

Gigante dormido. YouTube.

Con la pandemia del coronavirus ha resurgido el nombre de Napoleón Bonaparte, quien sin ser filósofo tenía una intuición excepcional para hacer pronósticos y no se equivocó cuando en 1803 dijo que China era un gigante dormido que haría temblar al mundo cuando despertase.

Claro, el célebre corso estaba pensando en términos geopolíticos y hoy en su despertar el coloso asiático —todavía— no es una amenaza político-militar inmediata, pero lo cierto es que China despertó. En solo 40 años ha pasado de país pobre, atrasado y encerrado en sí mismo durante milenios, a ser la segunda mayor economía mundial y ya Pekín aspira a destronar a Estados Unidos como el Polifemo económico mundial. Y ahora con el coronavirus ese régimen comunista actuó de manera irresponsable al ocultar inicialmente el brote de ese virus en Wuhan, que se ha extendido como pandemia y está haciendo temblar al mundo.

Yendo por partes, el planeta fue invadido por el coloso asiático, pero no con tropas como se imaginó Bonaparte, sino con productos Made in China e inversiones millonarias. ¿Se acuerda alguien de cuando la mayoría de los artículos que se vendían en el mundo decían Made in USA?
El país más poblado, con 1,408 millones de habitantes, es también el mayor exportador mundial, el más rico en reservas monetarias; en 2019 produjo 23.4 millones de vehículos, más del doble que EE.UU. (10.5 millones), consume el doble de acero que EE.UU. y con sus masivas compras de materias primas ha sido últimamente el motor del crecimiento de América Latina.

¿Cómo se produjo ese salto que nada tuvo que ver con el “Gran Salto Adelante” proclamado por Mao Tse Tung en 1958, que mató de hambre a 20 millones de chinos al prohibir la agricultura privada e imponer la colectivización forzosa de las tierras?

La “convergencia” que no soñaron Marx y el Che Guevara

Fue una combinación que en alguna medida convirtió en realidad la “Teoría de la convergencia”, una tesis académica (Galbraith, Aron, Sorokin, Tinbergen y otros), en boga en los años 60 y 70, según la cual las diferencias entre los sistemas capitalista y comunista se irían borrando y terminarían por fusionarse.

Luego de la muerte de Mao, el liderazgo de su propio Partido Comunista, que hasta unos meses antes asesinaba y encarcelaba a cientos de miles de chinos al ritmo de la “revolución cultural”, lanzó la consigna más antimarxista de la historia: “enriquecerse es glorioso”. Pero se mantuvo intacta la dictadura comunista y su violación masiva de los derechos humanos. Los opositores políticos son apaleados y encarcelados. Las protestas políticas y sociales son masacradas como ocurrió en la Plaza de Tiananmen en 1989.

Fue esa la receta de una perfecta “convergencia”, una hibridación que no pudieron imaginarse Marx, Lenin o el Che Guevara, y que Pekín bautizó como “socialismo de mercado”, en virtud del cual muchos dirigentes comunistas chinos hoy se pasean entre los hombres más ricos del mundo. Se permitió la creación de empresas capitalistas, excepto en los medios de comunicación y otros sectores de “seguridad nacional”.

“Enriquecerse es glorioso”, dijo Deng Xiaoping. Foto de Pedro J. Saavedra.

Pero la clave de todo fue que al abrirse China entró en escena el capitalismo internacional. Miles de compañías industriales occidentales, encabezadas por las estadounidenses y las europeas, se fueron a China a pagar a los obreros chinos la décima parte, o menos, del salario que pagaban en EE.UU. y Europa. El resto de la historia es harto conocida.
Lo que quiero destacar es que si hoy China es una potencia mundial es gracias al capitalismo y la “mano invisible” de Adam Smith. Fue Occidente quien sacó a China de su atraso. No fue el Partido Comunista, que vende al mundo su “socialismo” como la fórmula mágica para el desarrollo mientras sigue venerando al genocida Mao Tse Tung, cuya foto en la Plaza Tiananmen es la más grande de político alguno en el mundo. Sin las megamillonarias inversiones del capitalismo mundial en China esa nación seguiría siendo muy pobre.

Ombligo del mundo, y las nuevas tentaciones

Volviendo a Napoleón, hoy el mundo tiembla ante el avance económico, comercial y financiero de China globalmente y por su creciente influencia e injerencia política nefasta para los valores democráticos occidentales. Compra fábricas y activos de todo tipo, soborna y presiona gobiernos, apoya a cuanta dictadura antiliberal hay en el mundo, como las de Irán, Cuba, Venezuela, Nicaragua, etc.

Great Hall of The People at night. Wikimedia Commons.

A propósito, el ancestral egocentrismo nacionalista chino, el creerse el “ombligo del mundo”, puede que ya haya sido superado, pero con el país ahora convertido en la segunda potencia económica quizás podrían resurgir versiones actualizadas. La tentación es grande. El Pekín comunista podría acariciar ambiciones geopolíticas imperiales a medida que crece su poderío económico y de influencia política global.

Durante milenios, para China todo lo que no era chino era secundario. Los países periféricos, como Corea, Vietnam, o Japón, constituían un primer círculo de pueblos que habían asimilado la cultura y los caracteres chinos. Más allá se encontraban los pueblos no chinos de Asia. Y sólo después se ubicaban los “waiyí” (“bárbaros”), incluyendo Europa, y luego América. En los mapas de los emperadores chinos, hasta el siglo XIX, aparecía China en el centro del mundo. Millones de chinos nacían y morían sin saber que había seres humanos sin los ojos rasgados.

El gobierno comunista ocultó que había una epidemia

Y ahora surge la pandemia del coronavirus, la más universal conocida hasta ahora. Y en buena medida la responsabilidad cae en el gobierno de Pekín, que cuando supo del brote en Wuhan actuó según la cultura comunista del secretismo y la manipulación de la realidad con fines políticos.

Wuhan citizens rush to buy vegetables during Wuhan coronavirus outbreak.jpg. Wikimedia Commons.

No creo que haya sido una acción deliberada de China para debilitar económicamente al mundo y crecer como potencia global, pero sí hubo más que negligencia en este caso. Los gobernantes chinos fueron los primeros en saber sobre el coronavirus y se negaron a informarlo para que el Partido Comunista no perdiera “prestigio político” con una epidemia que “desprestigiaría” el sistema de salud pública.

Además, los cubanos sabemos por amarga experiencia que de un Partido Comunista se puede esperar cualquier cosa. Y pongo solo un ejemplo. En los años 60 Mao dijo tranquilamente que China era el único país del mundo que sí podía ir a una guerra nuclear porque si morían 300 millones de chinos quedaban otros 400 millones. Ni a Calígula se le habría ocurrido decir eso.

Encima de que ocultó el brote viral de Wuhan por bastante tiempo, la dirigencia comunista amenazó a los médicos para que ni pronunciaran la palabra coronavirus. Y permitieron que decenas de miles de personas salieran de ese foco contagioso de Wuhan y expandieran el coronavirus por China y todo el mundo.

O sea, sin el control típico comunista los medios habrían informado sobre la epidemia, habrían entrevistado a médicos y directores de hospitales, se habrían salvado miles de vidas y probablemente hasta se habría evitado la pandemia, o sería menos universal.

Ya el daño está hecho; nadie sabe cómo terminará

Científicos de la Universidad de Southampton, Gran Bretaña, aseguran que Pekín podría haber reducido en un 86% el número de contagios si hubiera impuesto dos semanas antes las medidas de confinamiento que adoptó el 22 de enero. Peor aún, el primer caso documentado de un infectado con coronavirus ocurrió el 17 de noviembre, un hombre de 55 años de Wuhan.

Ya el 20 de diciembre, el gobierno comunista sabía que 60 enfermos en Wuhan sufrían una neumonía desconocida similar al SARS y que varios de ellos habían estado en el mercado de animales vivos de Wuhan. Si Pekín por razones políticas no hubiese ocultado a los medios la existencia de un virus vinculado a ese mercado el público habría dejado de visitarlo y de tomar sopa de murciélago (animal que se sospecha es causante de la pandemia) mucho antes de su cierre oficial, el 1 de enero.

Es decir, pese a haber sido sepultado por inviable e inhumano hace tres décadas, las facetas del sistema comunista que aún subsisten, como la dictadura china, siguen haciendo sufrir a seres humanos. Y ojo, al Partido Comunista Chino nunca le importó, ni le importa, el bienestar de la humanidad, ni de su propio pueblo. Ya lo dijo Mao, si muriesen cientos de millones de chinos en una pandemia, quedarían vivos otros cientos de millones.

Y no importa lo que haga ahora la élite comunista de Pekín para colaborar con otros gobiernos a combatir la pandemia. Ya el daño está hecho, miles de personas están muriendo por todas partes, y sabemos que la crisis económica global será sumamente severa. Nadie sabe cómo y cuándo acabará esta catástrofe global.

Para mí este flagelo ya planetario debiera ser incluido en el expediente histórico comunista. Pekín se vanagloria de ser comunista y mostró aquí su credencial totalitaria.

 

 

 

 

 

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About the Author

Roberto Álvarez Quiñones (Cuba). Periodista, economista, profesor e historiador. Escribe para medios hispanos de Estados Unidos, España y Latinoamérica. Autor de siete libros de temas económicos, históricos y sociales, editados en Cuba, México, Venezuela y EE.UU (“Estampas Medievales Cubanas”, 2010). Fue durante 12 años editor y columnista del diario “La Opinión” de Los Angeles. Analista económico de Telemundo (TV) de 2002 a 2009. Fue profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana, y de Historia de las Doctrinas Económicas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Ha impartido cursos y conferencias en países de Europa y de Latinoamérica. Trabajó en el diario “Granma” como columnista económico y cronista histórico. Fue comentarista económico en la TV Cubana. En los años 60 trabajó en el Banco Central de Cuba y el Ministerio del Comercio Exterior. Ha obtenido 11 premios de Periodismo. Reside en Los Angeles, California.

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