«Amanda» y un triángulo urbanístico: Las tres casas de La Habana

Literatura. Narrativa. Promoción.
Por Rosa Marina González-Quevedo.

Tomada de la página web de la autora: Cuenta Conmigo.

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Hoy trazaré el triángulo urbanístico de la capital cubana en el que se encierran tres de las principales casas descritas en «Amanda». En primer lugar, para comenzar a trazar dicho triángulo, haré referencia a la mansión que describo como «Casa del dragón», ubicada en el mítico Paseo del Prado entre las calles Ánimas y Virtudes.

Supongo que su construcción data de finales del siglo XIX y principios del XX (en la foto aquí publicada, la fecha de construcción del edificio ha quedado cubierta por la estatua del dragón que sobresale de la parte más alta de la fachada). No obstante, debo confesar que —aunque en todo momento trato de ser fiel a la Historia— la fecha no fue lo que más me interesó para escribir algunos capítulos de «Amanda»: a decir verdad, lo que más llamó mi atención fue la estatua del animal mitológico, que parece echar a volar. Hoy, la Casa del dragón ha sido pintada con dignidad, igual que esas damas octogenarias que intentan atrapar la belleza perdida a base de colorete: lo que ayer fuera una espléndida casona de tres pisos hoy habla de destrucción, abandono y miseria; habla de la Habana que fue y que insiste en seguir siendo con la esperanza de resurgir de las cenizas. Sin embargo, en las páginas de la novela, opulencia y majestuosidad colman el inmueble… y la joven y sensual Amanda se asoma al balcón para saludarnos con una de sus enigmáticas sonrisas. ¿Será que el viejo dragón del Sil encontró cabida en el Paseo del Prado habanero y propone al lector alguna leyenda urbana?

Luego, saliendo de la «Casa del Dragón», transitamos por calles que desembocan en la esquina de Habana y Chacón.

Tomada de la página web de la autora: Cuenta Conmigo.

Allí, encontramos una espectacular construcción neoclásica pespunteada con figurillas mitológicas y con fachada en forma de quilla. En su entrada principal se distinguen dos grifos custodiando un escudo nobiliario (perteneciente, sin duda, a alguna de las tantas familias aristocráticas de la urbe colonial). Y sobre el escudo, como timbre heráldico, un yelmo orientado hacia la izquierda; en fin, una fachada cuya arquitectura habla de quienes la habitaron: «… el yelmo, timbre que utiliza en sus escudos tanto la nobleza titulada, como la no titulada, así como los escuderos. (…) Dependiendo de la dignidad del caballero pueden ir dispuestos de frente, terciados u orientados a la izquierda (siniestra). En el caso de que estén orientados hacia la derecha (diestra) indican la condición de bastardo del noble al que representan» Véase: https://www.gabinetedeprotocolo.com/timbres-heraldicos-dignidades-titulos-nobiliarios/). Tengo que declarar que he pasado horas intentando obtener información sobre la historia de esta casa, sin éxito alguno. A mi entender imaginario, algún fantasma pulula entre sus paredes. Eso sí, en «Amanda», el misterio encuentra su mejor forma en el personaje que la habita: Ela Schatz, a quien haremos alusión en otro momento.

Por último, cerrando el triángulo, nos llegamos a la casa del Marqués de Prado Ameno (actualmente, uno de los hoteles más antiguos de la Habana Vieja).

Tomada de la página web de la autora: Cuenta Conmigo.

Según la información que he encontrado, tal título nobiliario había sido otorgado por Carlos III, en 1786, a un habanero conocido como don Nicolás de Cárdena Vélez de Guevara y Castellón (longaniza genealógica que Luis no logra comprender jamás). Pero la información que más podría interesar al lector es que, en la época en que se desarrolla la trama, la mansión era propiedad de Ernesto José Sarrá Hernández, hijo del fundador del mayor imperio farmacéutico en Cuba. Así, Ernesto Sarrá se convierte en uno de los tantos personajes históricos que, en la novela, entran en el círculo de la ficción para entretejer esas coordenadas espacio-temporales que, según Ela Schatz, son puntos de una tela de araña.

Como veis, en «Amanda», las casas de la Historia cobran nueva vida en esa realidad llamada «dimensión de Imago». Transitar de la realidad a la ficción no es, pues, estrategia de quien escribe, sino demostración de que los hilos de la trama universal son infinitos. Todo es posible.

 

 

 

 

 

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