Literatura. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones.
El ¿general? Raúl Castro definitivamente se inspira en el cinismo filosófico-político de otro monarca absolutista como él, el rey Luis XV de Francia, de quien se dice soltó aquello de “Après moi le déluge” (“Después de mí el diluvio”).
Está empecinado en que la dictadura que lleva su apellido tenga un final traumático, no civilizado. Actúa de manera cada vez más cruel e irresponsable. Se niega a liberar las fuerzas productivas. No le importa que sus compatriotas ya pasan hambre, en vivo y en directo.
Fue el propio Fidel Castro quien admitió que el modelo socialista “no funciona ni siquiera para nosotros”. Eso “se le fue” en un desliz senil que tuvo en una entrevista con el periodista Jeffrey Goldberg, de The Atlantic Monthly, en septiembre de 2010.
Claro, al día siguiente aseguró que él no dijo eso, que tergiversaron sus palabras. Y eso último es lo que cuenta para Castro II, que su hermano siguió plantado en el socialismo. Y se niega a abrir la mano, ni siquiera hacia una economía de “mercado socialista” como la china, pues traicionaría a su hermano.
A Raúl incluso no le importa que los cubanos desean que muera para que se produzcan los cambios necesarios. De ese deseo nacional de que él salga de la escena política, vivo o muerto, Castro II está al tanto. Es mediocre, pero no bobo.
Complejo de inferioridad, mediocridad, crueldad, misantropía
Varios factores explican el actuar de Castro II. Para empezar, no tengo dudas de que Raúl padece de complejo de inferioridad. Le viene básicamente del contraste entre su personalidad y la de Fidel. Y se da la simbiosis paradojal de que siente devoción por él, y a la vez lo atormenta la sorda envidia que siente de su “brillante” hermano.
Castro II parece estar consciente de su escasa inteligencia, falta de talento, de carisma, astucia y de facilidad de palabra para hipnotizar a las masas y hacerles ver que lo blanco es negro, como hacía Fidel, quien por desgracia para Cuba era inteligente, buen orador, culto, y astuto.
Y aquí aprovecho para aclarar algo. Algunos amigos míos me dicen que no creen que Fidel Castro era un hombre inteligente, pues todo lo que hizo fue desastroso para los cubanos. No estoy de acuerdo. Poseer un alto coeficiente intelectual (IQ) no garantiza que se tomen las mejores decisiones. Y muchas veces ocurre lo contrario.
A lo largo de la historia ha habido muchos “genios del mal”. Y basta preguntarse si eran brutos Marx, Lenin, el Che Guevara, Trotski, Napoleón, Iván IV, Maquiavelo, Nietzsche, Mussolini, Fouché, Curzio Malaparte, o la reina Mary I de Inglaterra (“Bloody Mary”), y otros misántropos que tanto daño han causado a la humanidad.
De no haber sido hermano de Fidel, a Raúl no lo conocería nadie
Fidel fue siempre el héroe, tutor y paradigma de Raúl desde que eran niños. Personificaba el ideal de persona que él hubiera querido ser. Por eso fue siempre su ayudante, guardián y perrito faldero.
Si Castro II desde 1959 fue el segundo al mando de la “revolución” y hoy es el número uno se debe a su condición de hermano de Fidel. De no haber sido así hoy a Raúl no lo conocería nadie, solo familiares y amigos.
De su menguada inteligencia un solo dato es elocuente. Raúl fue expulsado del Colegio de Belén porque no aprobaba las asignaturas. Fidel le comentó a su profesor de Literatura, el sacerdote jesuita español Armando Llorente: “Padre, yo sé que mi hermano es un desastre, que no vale para nada…”, cuando el profesor le dijo que Raúl no aprobaba las asignaturas. Eso lo narró el padre Llorente en una entrevista realizada en 2006 en Miami.
Dos ejemplos de su fría crueldad y criminalidad
Pero más allá de sus limitaciones lo peor es su fría crueldad. Hay sobradas expresiones de ello, y muestro dos de ellas.
La primera es “La matanza de la Loma de San Juan”. En enero de 1959 Castro II interrumpió un juicio en Santiago de Cuba contra 72 exmilitares de Batista, y gritó al tribunal: “Si uno es culpable, los demás también lo son. Los condenamos a todos a ser fusilados”.
Ya él había ordenado excavar una zanja de unos 40 metros de extensión en la Loma de San Juan (cerca del monumento donde se firmó el armisticio entre EE. UU y España en 1898), y allí fueron acribillados los 72 prisioneros.
En el juicio interrumpido se daba por hecho que muchos acusados eran inocentes. Pero todos fueron ametrallados y lanzados a la zanja, algunos de ellos vivos, según el periodista Antonio Llano Montes, de la revista Carteles, quien al día siguiente vio la mano de uno de los fusilados, que enterrado vivo estuvo tratando de salir de allí, hasta que murió.
En las fotos de ejecuciones de “traidores” en la Sierra Maestra quien aparece como verdugo es Raúl. El Che Guevara y Ramiro Valdés eran también voluntarios siempre dispuestos para fusilar en las lomas orientales, pero era Castro II quien se hacía tomar fotos junto a los cadáveres de los ejecutados, como hacían los nazis. Disfrutaba aquello,
Castro II no es un megalómano, es consciente del daño que hace
Otra cosa, Raúl no es un megalómano tipo Hitler o Mussolini, o como Fidel, quien estaba poseído por una egolatría pocas veces vista en la historia. Castro II no se percibe a sí mismo como Zeus en el Olimpo rodeado de seres inferiores.
Mientras el enajenado Fidel disfrutaba hablando horas ante grandes multitudes, y hasta cuatro horas y media en la ONU (récord impuesto en septiembre de 1960), su hermano está a años luz de poder hacer lo mismo. Carece de facilidad de palabra, de cultura suficiente, de capacidad histriónica, de carisma. Necesita que alguien le escriba sus discursos. Y aun así teme hablar en público.
Yendo al punto, Castro II es un hombre cruel “a cappella”, pues no es un “sublimado” como Castro I convencido de que todo lo que hacía era perfecto, y que el pueblo lo adoraba. Raúl tiene los pies puestos en la tierra. Percibe bien que hace sufrir, y que el pueblo no lo quiere.
Encima, no es un hombre valiente. Hay testimonios de que Ramiro Valdés cuando combatía en Las Villas como segundo jefe de la columna guerrillera comandada por el Che comentó: “Raúl es un pendejo” (cobarde en Cuba).
Se realiza actuando para creerse él mismo que no es mediocre
Luego de este bosquejo de su personalidad no debe sorprender que ahora como número uno y no segundón de nadie Raúl se realice actuando para convencerse a sí mismo de que es un tipo “duro”, seguro de sí mismo, inteligente, audaz. Y hace lo que mejor sabe hacer: causar daño a diestra y siniestra. No obstante, no puede escapar de su mediocridad congénita y no toma grandes decisiones sin consultarlas con sus cúmbilas más cercanos.
A propósito, el caso de Raúl Castro es parecido al de Deng Xiaoping, aunque al revés. Deng al retirarse de sus cargos oficiales siguió siendo el “Líder Supremo” de China. Nada importante se decidía sin su aprobación, y hasta que murió a los 92 años (en 1997), con su consigna de “enriquecerse es glorioso” insistió en la profundización de las reformas capitalistas en China.
Castro II, también supuestamente jubilado, con 92 años y “Líder Histórico de la Revolución”, se niega a liberar la economía. Eso sí, Deng era tan criminal como su colega cubano.
Por supuesto, hay en esto otra cara de la moneda. No pocos generales y coroneles están deseosos de desmontar el centralismo estatista de la economía y montar un tinglado capitalista al servicio de ellos, algo así como una hibridación de los modelos ruso y chino con componentes fascistas. Pero ese es un tema resbaloso que abordaré en otro artículo.
En fin, Castro II es específicamente el culpable de la tragedia que sufre el pueblo cubano. Y aunque presenta el deterioro físico propio de su edad, en él no se advierten síntomas de que esté decrépito.
En su lucha interna contra su mediocridad, y para neutralizarla, todo sugiere que el dictador quiere pasar a la historia a lo grande, y no le importa si es como ¡Raúl el “Cruel“!
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