Política. Historia. Sociedad. Literatura. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones.
Por estos días afortunadamente se cumplen ya 30 años de que el Muro de Berlín, o “Muro de la Vergüenza” , fue derribado con una apoteosis de júbilo indescriptible por miles de jóvenes berlineses, para ocupar un lugar clave en el criminal expediente histórico del comunismo.
Por eso he querido compartir con ustedes esta experiencia mía.
Llegué a la Alemania “democrática” (comunista) el 7 de octubre de 1978, casualmente el día del aniversario 29 de la creación de la República Democrática Alemana (RDA). Fui como periodista de Granma invitado por el MINREX germano-oriental a recorrer durante un mes el país para luego escribir sobre él en la isla y los cubanos lo conocieran mejor.
Con carro, chofer y el muy culto y amable traductor Gerhard todo el tiempo, recorrí todo el país, desde Dresde en el borde Este con su majestuoso palacio de los reyes de Sajonia y el malecón que bordea al navegable río Elba, hasta la bella Rostock de la antigua Liga Hanseática, a orillas del Báltico, pasando por Leipzig, Halle, Postdam, Leuna y sobre todo en Berlín, y otras ciudades y villas, así como castillos medievales, granjas, parques.
Me detendré en la Puerta de Brandeburgo, el corazón del célebre Muro de Berlín, línea divisoria del Oeste occidental y capitalista, del Este comunista. Construida en 1791 con un estilo neoclásico que recuerda al Partenón griego, la imponente edificación cortaba en dos al gran Berlín. Interrumpía la bella avenida Unter den Linden (Bajo los Tilos) que antes de la guerra era la más importante y atravesaba toda la ciudad. Estaba en el centro de Berlín, casi frente al edificio del Reichstag (Parlamento), que quedaba en el lado occidental.
Allí me recibió el coronel jefe de ese monumento convertido en unidad militar fronteriza. Me enseñó todo el lugar, que incluía un museo. Me explicó que aquellos objetos allí probaban los actos de “sabotaje” y las provocaciones enemigas, provenientes del lado occidental. En una pared vi un cartel en alemán que, según mi traductor decía: “Muro de Protección Antifascista”. Y así me lo presentó mi anfitrión con grado de coronel. Años después supe que la verdadera traducción, la que le daban en el mundo normal y libre era muy diferente: “Muro de la Vergüenza” (Schandmauer)
Deslumbrante vista “burguesa”
Y como una deferencia especial conmigo por ser un “cubano bueno”, me llevó a donde nadie podía pasar: una alta tarima situada de cara a la parte occidental, pegada al límite
de ambos lados, desde la cual pude observar la impresionante avenida Unter den Linden cómo avanzaba por todo el Berlín Occidental.
Aquella deslumbrante urbe “burguesa” me impactó y me asaltaron imágenes de La Habana despampanante que yo pude disfrutar dos décadas antes. Tenía enfrente el emblemático edificio del Reichstag, exactamente como quedó el día en que fue tomado por el Ejército Soviético en mayo de 1945. Estaba lleno de huecos por los cañonazos. No fue hasta los años 90 que fue restaurado y remodelado, y desde 1999 es nuevamente el Bundestag (parlamento) de Alemania.
Luego de llenarme del hermoso panorama a lo largo de la Unter den Linden del Oeste regresamos al salón-museo. El coronel me explicó cómo se construyó el muro de Berlín en un solo día, y detalles de las “agresiones enemigas”, mientras me iba mostrando objetos capturados a los “saboteadores”.
Y como otra deferencia me regaló un enorme medallón que tiene grabada en una cara la Puerta de Brandeburgo, y en la otra el escudo de la RDA. Lo conservo todavía.
Una muralla muy alta con púas en la cima
Después de tomarme una foto con la Puerta de Brandeburgo al fondo, al retirarnos le pedí a Gerhard hacer un recorrido siguiendo el muro. Nos bajamos del carro y caminamos más de una cuadra junto al muro. Era altísimo. Tocando el muro estiré mi brazo y vi que la altura de la parte de mampostería era de al menos dos hombres y medio, y tenía encima otra cerca de alambres de púas inclinada hacia adentro, hacia la calle, igual que en los campos de concentración nazis.
En mi recorrido se acabó la calle, que era estrecha, interrumpida por el muro, y frente a mí, del lado occidental, en el balcón de un segundo piso estaba una berlinesa “capitalista” regando unas hermosas flores en su cantero del borde de la ventana. Tan cerca estaba que yo podía hablar con ella si quería. Gerhard me dijo que en algunos tramos del muro estaban tan cerca los edificios de apartamentos que los vecinos de la parte Oeste conversaban y tenían amistad con los de la parte Este.
El muro tenía en total unos 160 kilómetros, de ellos 45 kilómetros dividían la parte urbana de ciudad de Berlín en dos, mientras que otros 115 kilómetros rodeaban su parte oeste aislándola de la RDA. O sea, el muro era la frontera estatal entre la RDA y Berlín Occidental, que no formaba parte de la República Federal de Alemania (RFA, Alemania Occidental), sino que era legalmente un territorio autónomo muy hacia adentro del territorio de la RDA, a cargo de las potencias occidentales vencedoras en la guerra: EE.UU, Gran Bretaña y Francia.
Yendo hacia Potsdam, al hermoso Palacio de Cecilienhof donde se firmaron los Acuerdos de Potsdam que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial (8 semanas después de la rendición de Alemania el 8 de mayo de 1945), me fijé en una espectacular autopista que salía de Berlín Oriental hacia la RFA y el movimiento de autos, camiones y vehículos modernos de todos tipo era impresionante, muy superior al que veía yo en la RDA.
Lo que no me dijo el coronel
Pero regreso a la Puerta de Brandeburgo para precisar los “olvidos” que tuvo el coronel. Nada me dijo que la orden de construir el muro no la dio al Ejército de la RDA un alemán, sino un ruso, Nikita Jruschov desde el Kremlin a la jerarquía comunista germano oriental en cabezada entonces por Walter Ulbricht, y se ejecutó el 13 de agosto de 1961 (cumpleaños 35 de Fidel Castro), 4 meses después de Playa Girón.
Ese día los soldados no solo levantaron el muro a lo largo de decenas de kilómetros, sino que con tanques, cañones y armados hasta los dientes cortaron el cruce oriente-occidente de la ciudad para evitar que la gente, al enterarse de que se estaba colocando una barrera, se fueran en masa para Berlín Occidental.
No me dijo el olvidadizo militar que aquel 13 de agosto de 1961 no fueron pocos los jóvenes alemanes que fueron heridos a balazos y detenidos por intentar cruzar hacia el Oeste. Ni que un año después de erigirse la muralla al joven Peter Fechter, que intentó cruzar hacia el Oeste, le dispararon y quedó atrapado entre los alambres de púas y que allí lo dejaron desangrarse y murió, para que sirviera de escarmiento y nadie más tratara de escapar.
Todavía no se sabe con exactitud cuántos berlineses orientales fueron asesinados al tratar de saltar el muro. Algunos estimados fijan en más de 1,200 los muertos, y otros tantos heridos, pero nadie tiene la cifra exacta, pues todo lo relacionado con el muro era secreto de Estado.
Los berlineses de hoy cada año depositan frescas rosas y tulipanes en el lugar exacto donde el joven Fechter se desangró el 17 de agosto de 1962. Claro, el coronel comunista, no me mencionó a Fechter, ni tampoco pudo imaginarse que el muro sería derribado 11 años después (noviembre de 1989) y que aquel joven berlinés asesinado sería un símbolo de la crueldad de un sistema social elucubrado por otro alemán, e impuesto allí a la fuerza por Moscú.
En el campo nazi de Sachsenhausen
Y como de crueldad se trata, incluyo otro pasaje –en este caso del fascismo, el hermano gemelo del comunismo– de aquella visita mía a la RDA.
El día anterior de mi visita a la Puerta de Brandeburgo y el Muro de Berlín, estuve en el ex campo nazi de concentración de Sachsenhausen, cerca de Berlín. Allí pude ver los barracones, la cocina, las celdas de castigo, la sala de autopsias, y los crematorios donde mataron a miles de mujeres, hombres y niños, que iban hacia aquellos crematorios creyendo que iban a hacerse una revisión médica, o darles un baño.
A los prisioneros los desnudaban y los ponían contra una pared en unos aparentes baños, pero de pronto por una abertura de la pared salía el gas que los dejaba sin vida rápidamente. Había también muchos objetos originales y fotos. Nunca tuve, ni he tenido después, una vista tan desgarradora, patética y triste.
Alrededor de todo el campo de Sachsenhausen había muros y cercas de alambres de púas, como los que luego vi en el Muro de Berlín.
©Roberto Álvarez Quiñones. All Rights Reserved
One Comment on "Tocando en vivo el Muro de Berlín"
Excelente artículo, como siempre. Estuve en Alemania hace unos años. Da todavía pánico ese muro. En Argentina los estalinistas, es decir los del Partido Comunista, solían decir – lo lamentable es que creo que lo decían en serio – que levantaron el muro para que no entraran los alemanes burgueses, liberales y contrarrevolucionarios. La historia esta llena de cinismo, de hipocresía, de sangre. Lo seguimos viendo con Cuba, con Venezuela, con Nicaragua… abrazo y felicitaciones otra vez Álvarez Quiñones.