Política. Economía. Crítica.
Roberto Álvarez Quiñones.
Unos 350 años antes de Cristo, Platón era el maestro de Aristóteles en Atenas. El joven discípulo, sin embargo, tenía los pies más firmes en tierra que su tutor, quien proponía abolir la propiedad privada para crear la sociedad perfecta basada en la propiedad colectiva o comunal (comunista). ¡Craso error!, le dijo el alumno a su profesor, la propiedad privada es superior porque “la diversidad humana es más productiva”, y porque “los bienes cuando son comunes reciben menor cuidado que cuando son propios”.
En plena Edad Media (siglo XIII), unos 1,600 años después, el filósofo y sacerdote Tomás de Aquino dijo lo mismo: “El individuo propietario es más responsable y administra mejor”.
Y medio milenio más tarde, ese principio de la condición humana (básicamente individual) en que se basa toda economía fue enunciado ya formalmente por uno de los fundadores de la Economía Política, el escoces liberal Adam Smith, en La riqueza de las naciones (1776):
No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés (…) al buscar su propio interés el hombre, a menudo, favorece el de la sociedad mejor que cuando realmente desea hacerlo.
En síntesis, por instinto natural los seres humanos buscamos un beneficio personal, y a medida que lo logramos se beneficia toda la sociedad. La riqueza material de una nación no es más que la sumatoria de las riquezas creadas por los individuos.
El ojo del dueño engorda el caballo
Esa ley natural de cómo y por qué funciona toda economía se define popularmente en Cuba con una frase proverbial muy antigua: “El ojo del amo engorda el caballo”.
Por violar esas leyes de la naturaleza humana fue que fracasó el experimento social diseñado por Marx. Y en el caso cubano todo está ya muy claro: si Raúl Castro, la Junta Militar, el Partido Comunista y la burocracia encabezada por Díaz-Canel se siguen negando a reinstaurar la propiedad privada en el campo, habrá hambruna en Cuba como nunca desde la llegada del Gran Almirante a la isla, que él llamó Juana ( por Juana “La Loca” hija de los Reyes Católicos), salvo quizás la causada por el gobernador español de familias cubanas en 1896.
Porque si antes del virus chino (Covid-19), ya la crisis agrícola-alimentaria cubana era grave, ahora con la pandemia puede llegar a niveles desastrosos.
Sin turismo, sin apenas subsidios venezolanos y petróleo gratis, con la explotación de médicos en el extranjero disminuida, con la caída de las remesas y viajes de “gusanos” a la isla, sin materias primas para producir y exportar los bienes tradicionales (azúcar, níquel, tabaco, ron y biofármacos), y sin acceso a créditos comerciales (no paga a los acreedores) no puede importar alimentos suficientes.
Para colmo, el régimen está enviando inspectores a cada cooperativa campesina para asegurar que se entregue al Estado (los Centros de Acopio) absolutamente todo lo producido y no se queden con nada para venderlo directamente en el mercado a mejor precio y compensar un poco la miseria que le paga el Gobierno por sus cosechas.
¿Quién ganará con esa medida abusiva? Nadie. Si los campesinos no pueden vender nada por su cuenta, para ganar un poco más, producirán menos y se agravará la escasez de alimentos.
O sea, no hay cómo evitar el hambre en Cuba si el Estado sigue a cargo de la agricultura, cosa que no sucede en ningún otro lugar del planeta, salvo Corea del Norte. El campo en todo el mundo normal está en manos privadas.
Cuba era el mayor exportador de alimentos de Latinoamérica
Lo triste es que esto ocurre en un país tropical de fértiles tierras que antes de ser intervenidas y estatizadas era el mayor exportador de productos agropecuarios de América Latina en proporción a su población, según un informe de 1957 de la FAO.
El país se autoabastecía de carne de res, leche, frutas tropicales, café, tabaco, y exportaba sus excedentes, y en pescados y mariscos, carne de cerdo, de pollo, viandas, hortalizas, y huevos. Ocupaba el primer lugar en América Latina en consumo de pescado y el tercero en consumo de calorías, con 2,682 diarias.
Había casi 7 millones de cabezas de ganado vacuno, una vaca por habitante y se producían casi 1,000 millones de litros de leche al año. Poseía la mejor ganadería tropical del mundo, y el mejor tabaco; era líder global en la exportación de azúcar y ron; y había desplazado a EE.UU. en la exportación hacia Latinoamérica de sementales de la raza cebú, unos 1,000 toros anuales.
Pero llegó Fidel Castro y no repartió las tierras confiscadas entre campesinos y agricultores sin tierra, como había prometido desde la Sierra Maestra, sino que asesorado por el Che Guevara (enemigo de la propiedad privada) las estatizó y creó empresas estatales como los sovjoses en la Unión Soviética y las comunas en China.
Se desplomó la producción agropecuaria. La zafra azucarera cayó de 6.8 millones de toneladas de azúcar a 3.8 millones, el país se quedó casi sin divisas para importar alimentos, equipos, y materias primas. Y ya en marzo de 1962 surgió la cartilla de racionamiento de alimentos, aún vigente. Si no hubo hambruna en Cuba fue por los abundantes subsidios soviéticos.
Fidel sabía que las comunas mataban de hambre a los chinos
Lo peor es que la llegada de Castro al poder coincidió con el “Gran Salto Adelante” (1958-1961) lanzado por Mao en China, que consistió en la colectivización de las tierras y la creación de empresas estatales (comunas platónicas), y la confiscación de las cosechas a los campesinos. La producción agropecuaria se desplomó y cerca de 40 millones de chinos murieron de hambre en los 17 años siguientes.
Fidel estaba al tanto de esa hambruna en China, pero no le importó. Fue un crimen por el cual debió ser destituido y metido en la cárcel. Aquello mismo lo hace ahora su hermano, con el agravante de que es él (Raúl Castro), quien en toda la cúpula dictatorial conoce mejor que nadie que “el ojo del amo engorda el caballo”, pues fue administrador de la tienda y los almacenes de su padre terrateniente en Birán y, según contó el viejo Castro, lo hacía muy bien.
Un país que era exportador de alimentos ahora importa el 81% de los que consume. En vez de una vaca por habitante hay tres habitantes por vaca (3.6 millones de cabezas flaquísimas), se produce menos de la mitad de la leche que hace 62 años, y de 60,000 toneladas de café en 1958, hoy se producen 8,000 toneladas.
Por algo 33 de los 35 países (excepto Cuba y Corea del Norte) en los que fue impuesto el estatismo comunista lo tiraron a la basura. En Vietnam antes de las reformas iniciadas en 1986 (“Doi Moi”) las tierras estaban estatizadas. Millones de vietnamitas luego de la guerra con EE.UU. (1955-1975) siguieron muriendo, pero de hambre debido a la agricultura estatal. Volvió la propiedad privada, se entregaron las tierras a quienes las querían trabajar, se eliminó el control de precios y los campesinos empezaron a producir libremente y a exportar e importar. Se acabó el hambre y Vietnam es ahora el segundo exportador mundial de arroz y de café.
Un tercio de las tierras cultivables no producen nada
En cambio, en Cuba casi el 30% de las tierras cultivables están ociosas, no producen nada. Encima, las empresas agrícolas estatales registran algunos de los rendimientos de campo más bajos del mundo.
Los agricultores privados solo disponen del 23% de los 6.3 millones de hectáreas tierras cultivables. El Estado posee el otro 77%, incluyendo un 49% en empresas estatales y el resto son tierras arrendadas a 243,000 usufructuarios.
La conclusión aquí es muy simple: sin propiedad privada no hay agricultura que valga. Se impone de manera urgentísima acabar ya con las comunas castristas y entregar esas tierras estatales, con su título de propiedad, a quienes la quieran trabajar; dejar que produzcan libremente, fijen sus propios precios, vendan sus cosechas al mercado, exporten e importen. Y eso, solo para empezar.
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