Mascarillas cubanas solo para quienes tienen divisas

 

Literatura. Política. Sociedad. Crítica.
Roberto Álvarez Quiñones.

Mascarilla cubana. Tomada de la página web Etsy.

¿Para protegerse del Covid-19 en Bolivia, El Salvador, o México venden solo en dólares las mascarillas a la población? ¿Las venden en moneda extranjera en Nigeria, Bangla Desh, Marruecos o Sudáfrica?

Yo les recomendaría a los latinoamericanos, estadounidenses y europeos que siguen alabando a la “revolución cubana” que tengan en cuenta una noticia publicada hace unos días por la propia prensa estatal cubana.

El periódico “Girón”, órgano del Partido Comunista en la provincia de Matanzas, conversó con Liudmila Pérez, administradora de la única fábrica cubana de mascarillas, perteneciente al estatal Grupo Empresarial GARDIS (GEG), quien informó que luego de tres meses de su puesta en marcha todavía no se ha vendido ni una sola y se han acumulado ya en los almacenes unas 250,000 de ellas.

¿Por qué no se han vendido? El gobierno la obliga a venderlas en dólares y no en pesos. Según estableció el gobierno con su llamada “Tarea de Ordenamiento”, si esa fábrica adquiere la materia prima en moneda libremente convertible está obligada a vender los nasobucos (como los llaman en Cuba) en moneda libremente convertible, no importa si se trata de algo indispensable para salvar la vida de miles de ciudadanos.

Por eso, en el peor momento de contagio masivo del Covid-19 (a partir de junio de 2021), ya con más de 10 mil muertos, los cubanos todavía carecen de mascarillas adecuadas. Las tienen que improvisar con pedazos de tela, ropa y sabanas viejas.

Ni una sola mascarilla “azulita” ha protegido a nadie todavía

Mascarilla azul desechable. Tomada de la página web ProPac.

De la fábrica matancera, que costó al Estado cinco millones de pesos, no ha salido todavía a la calle la primera mascarilla “azulita” desechable. Y carecen de ellas hasta los centros de aislamiento, hospitales, aeropuertos, hoteles, etc.

Y así, sin mascarillas suficientes para la protección de los cubanos, el gobierno va a reabrir las puertas al turismo internacional el próximo 15 de noviembre, lo cual augura un rebrote sobre el rebrote fatal que se produjo hace tres meses cuando se permitió la llegada al país de más de 50,000 turistas rusos por Varadero.

Claro, el dictador Raúl Castro, su asistente Miguel Díaz-Canel, y toda la cúpula dictatorial usan mascarillas extranjeras N-95 o FPP2, que son caras y muy buenas. Y se descubrió, gracias a varias “gargantas profundas, que al menos un centenar de los integrantes militares y civiles de las altas esferas de la dictadura no se pusieron la vacuna cubana Abdala, sino que “porsia”, para no correr riesgos, hace meses se vacunaron con la estadounidense Pfizer, compradas aquí en EE.UU.

De las mascarillas hechas en casa las autoridades sanitarias cubanas recomiendan que no se usen por más de tres horas y que luego se laven con agua y jabón (si lo pagan como oro en el mercado negro), se planchen y se tiendan al sol. Es decir, cada ciudadano debe tener más de una mascarilla.

Y volvamos a la fábrica de mascarillas. En marzo de 2021 fue que el estatal GEG anunció que había gestionado con el empresario sirio Lway Aboradan (residente en la isla desde  hace más de 30 años, y su esposa es cubana), equipar una fábrica con tecnología extranjera para producir millones de mascarillas desechables, y a un costo de solo seis centavos de dólar cada una, en vez de los 46 centavos que cuestan al importarlas.

Máquinas mal montadas, y ya averiadas producen muy poco

Aboradan aceptó que le pagaran en devaluados pesos cubanos, en nombre de una “deuda de gratitud” con el país que le facilitó estudios, según le dijo a Maribel Rodríguez Argüelles, directora de GARDIS. Y se comprometió a suministrar la materia y cobrarla después según se vendieran las mascarillas. Encima, vendió al Estado una de las máquinas y le regaló otra igual para duplicar la producción.

Cubanos usan mascarillas improvisadas, confeccionadas con tela. Tomada de Diario de las Américas.

Pero, como era de esperar, el montaje de la tecnología por parte de los técnicos y trabajadores cubanos fue un desastre. Aboradan, asombrado, se quejó de que “no se guiaron estrictamente por las indicaciones que traía el equipo (…) las máquinas las desprogramaron y empezaron a usar una como repuesto de la otra”.

Además, antes de su montaje las máquinas fueron desembaladas y colocadas en medio de la construcción del local donde sería ubicadas. Allí estuvieron impregnándose de polvo y suciedad durante bastante tiempo, algo inaudito en tecnología de equipos sanitarios. Y encima no se instaló el aire acondicionado, algo imprescindible.

Con tan castrista y socialista montaje de la tecnología la fábrica en vez de producir los 1.5 millones de mascarillas mensuales que previó Aboradan, en tres meses ha confeccionado solo 250,000, que yacen en los almacenes en medio del polvo.

“Yo garanticé a Cuba seis meses de producción a razón de 120 mascarillas por minuto por dos líneas, en una jornada laboral de ocho horas, que suman 1.500.000 mascarillas por mes (…) yo di tiempo de pago para que compraran la materia prima, fabricaran”, explicó el empresario sirio, quien a estas alturas no ha recibido todavía el primer pago, pues confió en su contraparte cubana, que se niega a vender las mascarillas en moneda nacional.

Los obreros no tienen motivos para ser eficientes y cumplir metas

El colmo es que  la administradora Liudmila reveló que ya una de las líneas está paralizada porque la otra “sufrió un desperfecto técnico”. O sea, la planta es nueva de paquete y ya está averiada la mitad de ella.

¿Cómo es eso posible? Son tres las respuestas, y las tres hijas del comunismo:

1)- Falta de divisas para adquirir lo necesario para un mantenimiento adecuado, porque el Estado está en la quiebra debido a que no produce para generarlas; 2) la ineficiencia e incapacidad técnica del personal encargado del mantenimiento; y 3) las pocas ganas de trabajar que tienen los trabajadores cubanos en general.

Es simple. Los trabajadores de esa fábrica, y de todas las de Cuba hoy, ya no tienen la pericia necesaria pues carecen de motivación para aprender cada día mٞás. Y mucho menos están dispuestos a trabajar duro para cumplir meta alguna de una dictadura que les paga sueldos tan bajos que no cubren siquiera los gastos de la canasta básica familiar, y los ha hundido en una angustiosa pobreza. Ya hasta hambre pasan junto a sus familias

Nasobucos solo para quienes disponen de moneda extranjera

Y la cúpula castrista, en medio del desastre del Covid-19 en la isla, en vez de buscar una solución urgente, o excepcional para aumentar la protección del pueblo contra el letal virus lo que hace es justificar esa medida realmente inhumana. Y de explicarla a los medios encargaron a Maribel:  “Hicimos nuestros cálculos –dijo– y hay un porcentaje que sí podemos venderle a la población (…), de cada tres mascarillas que vendamos en moneda libremente convertible podemos venderle una mascarilla a la población”.

Pero resulta que incluso esa “solución” choca con otro obstáculo que impide que una de cada cuatro mascarillas vaya a la población: no se ha firmado ni un solo contrato “para vender mascarillas a sectores prioritarios como la Salud y el turismo”, dijo tranquilamente la burócrata directora de GARDIS.

O sea, ni el propio Ministerio de Salud Pública, con el Covid-19 azotando sin tregua, ha podido adquirir mascarillas para proteger al personal sanitario. No tiene divisas, y la mafia militar que controla los dólares existentes prefiere invertirlos en construir hoteles de 4 y 5 estrellas de su propiedad para ganar dinero con el turismo, cuando lo haya.

En resumen, estamos ante otro “logro de la revolución”. Y tan grande que probablemente el capitalista Lway, que no ha visto el primer centavo de su pago, considere ya saldada, al revés, su “deuda de gratitud” con el mismo Estado tramposo que ahora no le paga y se burla de él.

 

 

 

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About the Author

Roberto Álvarez Quiñones (Cuba). Periodista, economista, profesor e historiador. Escribe para medios hispanos de Estados Unidos, España y Latinoamérica. Autor de siete libros de temas económicos, históricos y sociales, editados en Cuba, México, Venezuela y EE.UU (“Estampas Medievales Cubanas”, 2010). Fue durante 12 años editor y columnista del diario “La Opinión” de Los Angeles. Analista económico de Telemundo (TV) de 2002 a 2009. Fue profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana, y de Historia de las Doctrinas Económicas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Ha impartido cursos y conferencias en países de Europa y de Latinoamérica. Trabajó en el diario “Granma” como columnista económico y cronista histórico. Fue comentarista económico en la TV Cubana. En los años 60 trabajó en el Banco Central de Cuba y el Ministerio del Comercio Exterior. Ha obtenido 11 premios de Periodismo. Reside en Los Angeles, California.

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