Según informaciones varias, la vacuna de Pfizer estará lista el próximo mes y España recibiría 20 millones de dosis -10% de las correspondientes a Europa- en enero. También se apunta la inminente llegada de otras varias y es que se cuentan por lo menos 10 en Fase III junto a la susodicha (Astra Zeneca, Johnson & Johnson, Moderna…), y algunas fueron ya aprobadas mucho antes de finalizar las oportunas comprobaciones frente a un grupo control, lo que es obligado en dicha fase. La rusa, Sputnik V, empezó a administrarse el pasado agosto e incluso, antes que ésta, la china, evidencia de unas prisas que pueden, a más de comprometer la eficacia de todas ellas, poner en riesgo a la población receptora que, de no seguirse la adecuada metodología, podría preguntarse, como Sócrates a Fedro, si serán veneno o remedio.
El uso clínico de cualquier agente farmacológico, sea con finalidad terapéutica o profiláctica, caso de las vacunas, precisa de determinados pasos previos perfectamente estandarizados: desde ensayos preclínicos hasta la citada Fase III, en que se compara la efectividad frente a un grupo no tratado y con seguimiento prolongado para detectar eventuales toxicidades tardías. En este caso, no sólo se ha acortado con el consiguiente riesgo el tiempo de observación, sino que se han solapado las fases al objeto de disponer de ellas en plazo corto (la fase III de la anunciada por Pfizer, comenzó el pasado Julio), con lo que esos exigibles requisitos de seguridad y eficacia dejan bastante que desear si se considera que, por lo general, la investigación de una vacuna hasta su salida al mercado suele precisar más de diez años (todavía no la hay para el Sida), que han pasado a ser diez meses para la anti Covid.
Y hay más, para alimentar las dudas. Se ignora por el momento qué porcentaje de vacunados serán inmunizados con certeza tras su administración, o en qué medida y cuánto durará su efecto, por lo que desconocemos cuándo y cómo, de ser posible, podría alcanzarse una deseable inmunidad de grupo que topa además con problemas adicionales aun cuando, como pregonan, su efectividad fuese del 90% a los 28 días de la primera dosis. Resulta que, para conseguir una protección generalizada (la que llaman inmunidad de grupo), sería preciso vacunar por lo menos al 70% de la población mundial; ello supondría disponer de, pongamos, ocho mil millones de dosis (2 por cada individuo), lo que multiplica por seis los 1300 millones que la empresa asegura poder fabricar en 2021 y que, de funcionar, supondría inmunizar a 650 millones de personas, es decir, sólo el 15%, grosso modo, de los habitantes del planeta.Además, las posibles mutaciones del virus (más frecuentes en los RNA, como es el caso del SARS Cov-2) en plazos por hoy desconocidos, podrían anular la prevención perseguida. Se sabe por ejemplo que el genotipo viral no es el mismo en Asia o Europa y, por ello, también el efecto de la vacuna sería presumiblemente distinto en ambos continentes. Por ende, la necesidad de dos administraciones con tres semanas de intervalo plantea un problema adicional de no recibir los vacunados esa segunda dosis (indisciplina frecuente y ya constatada en el caso de la profilaxis contra el virus del papiloma, que exige asimismo de dos punciones), aunque incluso la primera tiene de momento escasa aceptación en este país a la luz de una reciente encuesta, en la que sólo un 13% estaría hoy por hoy dispuesto a recibirla.
Finalmente, la promocionada por Pfizer exige ser transportada y almacenada a temperaturas de ochenta grados bajo cero (no así la de Oxford), lo que podría dificultar su disponibilidad con garantías en ciertos lugares, mientras que, repito, la fabricación de miles de millones y su distribución universal es imprescindible si se pretende una inmunización global que, con tales requisitos, se antoja poco menos que quimérica, dando razón a Orwell cuando afirmaba que, si bien todos somos iguales, los hay más iguales que otros. En síntesis: aún demasiadas dudas en el candelero para asegurar la pronta y efectiva prevención mundial de una pandemia que el defenestrado Trump –al igual que yo mismo, en los primeros compases- consideraba banal. Por única vez, me habría gustado que tuviese razón. En cualquier caso y por ser Pfizer quien puso la Viagra en circulación, no es de extrañar que el anuncio de su vacuna también levante, en este caso, el ánimo, y tanto de los eventuales receptores como de sus promotores, que podrían ingresar en los primeros compases y vendiéndola a un precio entre 10 y 35 dólares (en España, el Gobierno asegura la gratuidad), más de de 10.000 millones. Así se explica también, siquiera en parte, la sorprendente velocidad para su puesta a punto.
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