El “deshielo” y los salarios miserables

Política. Crítica.
Por Roberto Alvarez Quiñones…
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Raúl Castro y Barack Obama en su encuentro en Panamá, 2015. Creative Commons.

El acercamiento a Cuba  desde todos los rincones de la Tierra, luego del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington, es una clara expresión del  pragmatismo político  del siglo XXI que apunta a promover y expandir intereses  económicos y comerciales, y  no precisamente la democracia como alegan los gobiernos y sus medios diplomáticos.

Históricamente  esa luna de miel mundial con los hermanos Castro y su régimen militar  —salvando las diferencias de contexto, propósitos y  sus consecuencias—  tiene  bastante parecido con la  “política  de apaciguamiento” que aplicaron Gran Bretaña, Francia y otros países europeos a la Alemania fascista en los años 30, supuestamente para evitar una nueva conflagración mundial.

Aquella ingenua y funesta  política de permitir a Hitler hacer todo lo que quería facilitó que Alemania se armara hasta los dientes, violara el Tratado de Versalles que puso  fin a la Primera Guerra Mundial, invadiera territorios europeos y terminara desatando la más devastadora guerra en la historia de la humanidad.

Tras la firma de los pactos con Hitler,  Winston Churchill se lo advirtió en el Parlamento al primer ministro británico Neville Chamberlain, artífice del  “apaciguamiento”:   “Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra”. Y así fue.

Volviendo al presente, hacer la vista gorda ante la brutal represión política de la dictadura  y concederle a los Castro todo lo que piden,  sin que ellos muevan ni una sola ficha,  igualmente  revela el  escaso conocimiento que tiene la comunidad internacional de la naturaleza del castrismo y de la realidad cubana en general.

Por eso se parece tanto a lo  ocurrido 80 años atrás. Entonces muchos políticos europeos no conocían el carácter genéticamente expansionista del nazismo y las verdaderas intenciones de Hitler. Confiaban en que Alemania atacaría solo a la Unión Soviética para acabar con el comunismo, pero no a Occidente.

Ahora, con la idea  de que ya no es necesario propugnar un cambio de régimen en Cuba, pues los Castro pronto desaparecerán por causas biológicas, y de que se puede empoderar a los cubanos emprendedores y minar al castrismo desde dentro,  la Administración Obama hizo el disparo de arrancada. No tuvo en cuenta para ello la vocación jurásica de su cúpula histórica,  ni el  andamiaje de leyes estalinistas que rigen en Cuba y que blindan a la nomenklatura contra “los intentos de destruir la revolución”, etc.

Compulsados por Obama, rápidamente la Unión Europea, y el resto del mundo comenzaron una “emulación” a ver quién hace más gracia a la Junta Militar cubana, y quién envía a la isla más empresarios y  funcionarios gubernamentales.

¿Qué pueden encontrar  en la Perla de las Antillas los hombres de negocios? ¿De qué pueden hablar con funcionarios que no saben  nada de economía de mercado, a la que  rechazan legal y estúpidamente?

Sin mercado,  y dos monedas

Para empezar,  Cuba  no cuenta propiamente con un mercado nacional debido al bajísimo poder adquisitivo de la población y a la circulación de dos monedas.  El  salario promedio en Cuba, de unos 25 dólares mensuales (unos 600 pesos), es el más bajo de todo Occidente. Es inferior al de Haití, de unos 60 dólares mensuales según la entidad global Nationmaster.  En El Salvador y en República Dominicana, dos naciones pobres,  es de 365.00 y 355.00 dólares mensuales, respectivamente.

Una de las dos monedas cubanas, el  CUP,  con el que se pagan los salarios, equivale a  4.2  centavos de dólar y no es convertible. No vale nada, solo sirve para comprar unos pocos alimentos subsidiados y algunos servicios como la electricidad, el agua y el gas.

El otro peso, el CUC,  que es convertible y se compra a razón de 24 CUPs  por un CUC,  circula en tan poca cantidad que no puede constituirse en demanda efectiva de mercado alguno. Y vale recordar  que al llegar Castro al poder había un solo peso, convertible al instante en  dólares a  1 x 1.

¿Cuántas hamburguesas con papas fritas  podría  vender  un empresario extranjero en La Habana a un precio de 3.50  CUCs, digamos, si ello representa  el 14 % del salario mensual promedio?  La doble moneda también impide calcular los costos de producción. Nadie sabe hoy en Cuba, otrora azucarera mundial, cuánto cuesta exactamente producir una libra de azúcar.

En la isla no puede haber un mercado, ni negocios serios,  si  no se unifican las dos monedas y si los salarios no se cuadruplican al menos. Para eso  hay que aumentar espectacularmente la tasa de productividad (la más baja de América),  y la  producción de bienes y servicios no gratuitos. Pero eso nada más se puede lograr si se liberan las fuerzas productivas, cosa a la que se niegan ambos hermanos Castro.

Por otra parte, en Cuba está prohibido que las empresas extranjeras contraten a sus empleados. Tienen que pedirlos al Gobierno, que los provee ya filtrados por la Seguridad del Estado para  que sirvan de espías del régimen en esas compañías mixtas (asociadas con el Estado) y, sobre todo,  para confiscarles el grueso del salario en divisas. Eso obliga a los inversionistas extranjeros a pagar un salario adicional clandestino, si quiere que los empleados trabajen bien y no roben productos o equipos. Ello encarece el costo laboral.

Enriquecimiento de la élite militar

De igual manera, los empresarios foráneos no pueden negociar con el incipiente sector privado isleño que supuestamente es el que quiere beneficiar Washington con su acercamiento a Cuba. Por ley, los cuentapropistas no pueden relacionarse con los extranjeros, quienes exclusivamente pueden hacer negocios con el Estado y los militares que controlan la economía. Encima, se les  prohíbe a los cuentapropistas crear capital. Es decir, no pueden ampliar sus precarios timbiriches de corte medieval.

Por último,  invertir capital solo tiene sentido cuando se cumplen tres condiciones básicas: 1) garantías legales a la propiedad y la operatividad de la compañía; 2) seguridad de que se obtendrá un rápido retorno en ingresos que cubran el monto de la inversión realizada; y 3) la existencia de un mercado, interno o externo, que prometa buenas ganancias. El régimen de los hermanos Castro no ofrece ninguna de esas tres condiciones.

Nada hace la dictadura con organizar ferias comerciales en La Habana y enviar a sus ministros por el mundo a tratar de captar inversiones, ni con reducir los impuestos al capital extranjero, si el país carece de credibilidad en el sector  financiero y empresarial internacional. Incluso, periódicamente deja de pagar a los inversionistas en territorio cubano.

La credibilidad se logra jugando limpio, con leyes que protejan el capital extranjero, permitan el capital privado cubano y paguen a los acreedores. Eso no existe en Cuba, donde imperan las arbitrariedades de una casta político-militar empecinada en negarles las libertades y derechos elementales a sus ciudadanos y a los capitalistas extranjeros.

Lo peor es que no hay posibilidad alguna por ahora de elevar  los salarios, ni de unificar las dos monedas, ni se puede crear un mercado mayorista o minorista. Y el régimen se niega a abrir su economía. Además, el país carece de infraestructura en carreteras, puertos, aeropuertos, acueductos, transporte, servicios bancarios o eficiencia en las telecomunicaciones y la  Internet,  y no tiene dinero para construirlas.

Para colmo, el idilio extranjero con la isla tiene lugar cuando su economía ya está totalmente dominada por las fuerzas armadas, y a la “revolución” se le desdibuja su fisonomía ortodoxa marxista para parecerse cada vez más a un régimen militar fascista.

Conclusión, luego de echar un vistazo al  panorama de la Cuba castrista, queda claro que lo que buscan, o lo único que pueden encontrar hoy en la isla caribeña  los empresarios capitalistas  con el “deshielo”, es explotar los salarios miserables imperantes en el país para producir a muy bajo costo con vista a la exportación a precios muy competitivos, al tiempo que la élite político-militar y sus familiares se enriquecen y se perpetúan en el poder.

¿Es eso promover la democracia?

Roberto Alvarez Quiñones

 

 

 

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About the Author

Roberto Álvarez Quiñones (Cuba). Periodista, economista, profesor e historiador. Escribe para medios hispanos de Estados Unidos, España y Latinoamérica. Autor de siete libros de temas económicos, históricos y sociales, editados en Cuba, México, Venezuela y EE.UU (“Estampas Medievales Cubanas”, 2010). Fue durante 12 años editor y columnista del diario “La Opinión” de Los Angeles. Analista económico de Telemundo (TV) de 2002 a 2009. Fue profesor de Periodismo en la Universidad de La Habana, y de Historia de las Doctrinas Económicas en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Ha impartido cursos y conferencias en países de Europa y de Latinoamérica. Trabajó en el diario “Granma” como columnista económico y cronista histórico. Fue comentarista económico en la TV Cubana. En los años 60 trabajó en el Banco Central de Cuba y el Ministerio del Comercio Exterior. Ha obtenido 11 premios de Periodismo. Reside en Los Angeles, California.

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