Cuando en las novelas que he leído aparece una mujer afecta de cáncer de mama, termina indefectiblemente falleciendo o ya ha ocurrido, lo cual, siquiera por respeto a las estadísticas, no debiera ser la regla pese a que la creatividad no sepa de fronteras ni falta que le hace. Sin embargo, no estaría mal fomentar de vez en cuando una percepción más ajustada a la realidad por parte de los lectores frente a la evidencia de que la supervivencia ha aumentado sustancialmente en todas las fases de la enfermedad merced al diagnóstico precoz y avances terapéuticos al punto de que, si en los años cincuenta sobrevivivían a los diez años de detectado el tumor aproximadamente un 25%, actualmente se supera el 80%. Pese a ello, un pronóstico mucho más favorable no parece interesar al extremo de incorporarse a la narrativa.
En novelas antiguas o menos, ya digo, el desenlace es siempre fatal cuando, si debiera ser parte del argumento, podría echarse mano de otras patologías. Recuerdo a bote pronto que en la novela de Lezama, Paradiso, muere por cáncer de mama la abuela del niño; en la de Onetti, La vida breve, el padecer de la mujer es todo un drama al igual que ocurre con la amante del viejo profesor en El animal moribundo de Philip Roth. Muere por tumor de mama la madre de Richard Ford en su libro sobre ella, la esposa del protagonista en la novela de Chirbes, Los disparos del cazador…
Se diría que, de ser ése el diagnóstico, el deceso será componente obligado y nada que objetar si conviene a la trama, pero, ¿siempre y en toda circunstancia? Tras la repetida constatación, se diría que los novelistas se hubieran contagiado, en cuanto a los tumores mamarios, de un talante proclive a las malas noticias tan propio de Change o Avaaz y que, de no rodearse de la noche angustiosa, en metáfora de Max Weber, la obra no valdrá la pena. Muy libres de dicho enfoque, por supuesto, aunque por variar y mejor adecuarse a los nuevos tiempos, que alguna superase la enfermedad implicaría cierto toque de realismo siquiera por cálculo de probabilidades, y proporcionaría a los lectores un pálpito de alivio que sería también de agradecer incluso en la narrativa de ficción, contribuyendo de paso a esa mejor cultura sanitaria que tanta falta hace.
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