Veo un anuncio en T.V en el que se rechazan los deberes en casa: unas tareas que en nuestra infancia eran el obligado pan de cada día. Como alternativa, en la pantalla sugieren el aprendizaje por medio del diálogo y al tiempo que todos comen. “Papá se zampa un bocadillo” -le dicen al retoño, más o menos-: “¿Cuál es el sujeto?”. “¿Y el complemento directo?”. Muy entrañable y aleccionador todo, pero ¡venga ya! Sin embargo, lo cierto es que el modo de educar a los niños en el ámbito familiar parece haber cambiado sustancialmente respecto a épocas pasadas, y las normas que antes aprendimos por disciplina ignoro cómo se inculcan ahora entre una permisividad que parece no tener límites.
Ya no es habitual escuchar a los padres decirles que hay que callarse cuando hablan los mayores, que no se ponen los zapatos sobre el sofá, cerrad los ojos y a dormir, que no se come con los dedos y un pescozón si sueltan cualquier grosería.
Se diría que impera la creencia de que una tolerancia cuasi ilimitada es el mejor camino hacia la felicidad y, no obstante, en la vida que les espera no podrán hacer siempre su santa voluntad, por lo que seguramente es mejor alternativa la del progresivo entrenamiento para mejor sobrellevar las frustraciones que sin duda vendrán. Porque no es posible hacer en cada circunstancia lo que uno quiere, y conviene aprenderlo pronto si hay que encarar ese futuro que no es en todo momento un camino de rosas.
Cierto que, en el ámbito educativo, las relaciones de causa-efecto, y entre otras razones por la lejanía en el tiempo, son difíciles de establecer en forma unívoca. Pero no creo yo que prescindir de los deberes y hacer cada cual de su capa un sayo desde la más tierna edad, implique una mejor adaptación conforme vayan creciendo.
Con tales dudas, voy a quedarme con ganas de saber qué clase de lodos traerán semejantes polvos, al tiempo que me pregunto si acaso los políticos fueron en su día educados con los nuevos modos. Y ni una colleja so pena de cárcel. Así se explicaría que mientan cada dos por tres, les importen un bledo las consecuencias de sus actos, metan los dedos donde no deben e incluso no tengan empacho alguno -el caso de Aznar, cuando reunido con Bush- en poner los pies sobre la mesa.