Político. Sociedad. Crítica.
Por Hugo J. Byrne.
Hay una fábula sobre dos conejos que discuten con pasión la raza que compone la jauría que los persigue, al extremo de detener su carrera permitiendo que los perros los alcancen y maten. Los libros para el aprendizaje de lectura en la primera enseñanza de la Cuba pre castrista contenían muchas fábulas semejantes. Sin embargo, fue esa alegoría de cómo las prioridades afectan dramáticamente el futuro, la que más me impresionó.
No sé si el amigo lector ha enfrentado animales peligrosos. Lo hice cuando joven y garantizo que esa actividad no admite un instante de duda, conjeturas o nociones de protocolo. Cuando un jabalí se avalanza en nuestra dirección, las opciones son escasasísimas. Realmente nada más hay dos: un plomo de alto calibre certeramente colocado, o las ramas fuertes y bajas de un árbol inmediato. Escoger la prioridad correcta en cuestión de segundos equivale a sobrevivir.
El jabalí es una bestia irracional. Solo desea destruir al peligro que lo desafía. No hay maldad en la carga de un jabalí: su furia es instintiva. Eso lo diferencia del aspirante a tirano totalitario. Este último nos matará solo si no aceptamos su mandato. Nos prefiere esclavos a muertos. El aspirante a tirano nos destruirá solamente si reusamos servirlo y, salvo para imponer terror, los muertos no pueden servirlos.
Las bestias salvajes buscan ultimar a sus víctimas rápidamente para impedir que se defiendan. Actúan solo por instinto. Los totalitarios no actúan por instinto. Más sofisticados que las bestias, usan el procedimiento opuesto: envenenan con falsedades las mentes jóvenes y esclavizan adultos de manera incremental para que poco a poco acepten la servidumbre. Cuando se vive en medio de una continua y paulatina supresión de derechos, se termina aceptando la arbitrariedad como ocurrencia normal.
Los exiliados cubanos; y conste que no uso la palabra “exiliado” a la ligera, son testigos de excepción de las características de los conspiradores totalitarios. Los exiliados políticos de las tiranías son o debían ser muy conocedores del modus operandi de las mismas. Sabemos que muchísima gente desdeña las palabras y actividades de radicales revolucionarios con las excusas de que “no han querido decir eso” o de que “es exagerado denunciarlos”, o de que “nada puede ocurrir aquí”, etc. Esa última y absurda expresión, era muy socorrida en Cuba en los años cincuenta y en Venezuela en los noventa. Sabemos el resultado de esa ignorancia.
Sin embargo, incluso muchos desterrados cubanos quienes debían conocer la naturaleza populista, conservan inconscientemente la noción de que la dictadura totalitaria sólo surge de la violencia. No ven la realidad por ignorar la historia. Es para ellos un misterio que Hitler, Perón, Chávez, Morales, Allende y Maduro ascendieran al poder absoluto democráticamente. Sólo esa ignorancia puede explicar su incomprensión del incierto futuro. El escenario podrá ser idéntico, pero el drama está narrado ahora usando un nuevo libreto, escrito por otro autor, interpretado por un elenco diferente y, lo más significativo, la dirección de la obra está hoy en manos infinitamente distintas y más sofisticadas.
¿Creen los lectores que el ex presidente Obama se opuso de alguna forma al marxismo revolucionario? ¿Existe la menor evidencia de ello? Si ese hubiera sido su propósito, ¿por qué se rodeó de asesores comunistas, marxistas, revolucionarios y traidores, incluyendo a un exconvicto de actos de rebelión contra el orden establecido en Estados Unidos? ¿Por qué creara la posición de “consejero especial de diversidad”, nada menos que en el seno de la Comisión Federal de Comunicaciones y nombrara para dirigirla a Mark Lloyd, un socialista simpatizante de Chávez, quien denunciara la libertad de expresión y propugnara públicamente subvertir la primera enmienda? ¿Por qué las sonrisas y los abrazos para sangrientos dictadores antiamericanos?
¿Por qué el empecinamiento en disculpar las acciones firmes de esta nación en el pasado frente a la agresión incesante de los enemigos de nuestras libertades? ¿Por qué se abrazara con Raúl Castro en La Habana y extendiera relaciones diplomáticas al máximo enemigo de nuestras libertades y de nuestra existencia como nación libre y soberana? La respuesta es simple, amigo lector. Él era y sigue siendo uno de ellos. Obama era y continúa siendo un traidor a Estados Unidos y a sus instituciones republicanas.
Los americanos libres aún tenemos un arma formidable para combatir la subversión de valores y la esclavitud que nos amenaza: el voto.
Para quienes deseen detener en seco a la jauría que nos amenaza votemos en sólido rechazo a los comunistas del corrupto partido de las acémilas. ¡No somos conejos ni nos distraen discusiones bizantinas!
¡Este noviembre seis, todos a las urnas!
[Pasadena, noviembre 4, 2018]
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