En cosas así andaba pensando por las calles del Centro histórico de la capital de Mallorca, Palma, cuyo atractivo se debe en buena medida a esas casas con patios interiores, parcialmente visibles desde fuera algunos de ellos, otros abiertos al turismo y, en su conjunto, un patrimonio que atrae a millones de visitantes y otros tantos dineros. Para incrementar su atractivo y mejorar las perspectivas, se han suprimido muchos aparcamientos en las inmediaciones pero, a resultas de todo ello, inquilinos y propietarios en esos lugares son expropiados de la tranquilidad y obligados a dejar sus vehículos quién sabe dónde. Contemplado el espectáculo, junto a los entresijos de tanta belleza, sería justo facilitar a esos perjudicados -y quiero señalar que no me cuento entre ellos-, que son a un tiempo fuente de beneficios para la amplia oferta complementaria, contrapartidas que equilibrasen la balanza:desde el mantenimiento con cargo al erario de los recintos, a aparcamientos gratuitos en las inmediaciones o cualquier lugar de la ciudad, si me apuran. Y contemplar determinadas exenciones tributarias para quienes contribuyen de forma tan palmaria al bien común por el hecho de aguantar carros y carretas.
Parecidas consideraciones cabría hacer respecto a unas zonas ANEI olvidadas tanto por los titulares -que no invertirán a cambio de nada- como por los correspondientes consistorios; respecto a esos caminos públicos que atraviesan fincas particulares y nadie desbroza como debiera y, ya volviendo del paseo entre comercios u otros negocios, en alguno de los cuales no entraba un alma, intenté ponerme en la piel de esos autónomos que habrán de cotizar una cantidad fija, aunque no ganen un euro, si quieren aspirar en el futuro a la exigua pensión. Tal vez habría un modo de ser más justos con esos emprendedores con los que los políticos se llenan la boca.
Y ya basta por hoy aunque, por remedar al poeta, conquistar esa espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres, pasaría porque algunos se pusieran las pilas y emplearan su imaginación en algo más provechoso que viajecitos o comidas de trabajo, cuando no cambiar de sitio unos cuadros por toda demostración de que tienen una forma distinta de ver el mundo. Aunque mejorarlo en bien de todos sea otra cuestión.
[Este trabajo fue tomado del blog Contar es Vivir(te), de Gustavo Catalán, quien lo autoriza amablemente a Palabra Abierta]
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