Literatura. Política. Crítica.
Por Tomás Racki.
libremente lo que uno piensa del otro. Están obligados a cooperar.
Cuando Alberto Fernández llama a construir una mesa electoral para que los principales socios del Frente de Todos acuerden los pasos a seguir en las próximas elecciones, sabe que es la manera en que todos los miembros de la coalición pierdan lo menos posible. En un movimiento verticalista y personalista como siempre lo fue el peronismo, es harto extraño que el presidente no solo no sea el único candidato, sino que ni siquiera sabe si lo dejarán serlo, y no puede estar en sus planes romper con el kirchnerismo e impulsarse en una aventura solitaria porque de esa manera perdería por completo el respaldo político que lo sostiene. Mientras que el verdadero líder, que es Cristina Fernández de Kirchner (CFK), sabe que si impone un candidato único y propio va a denotarse la dirección radicalizada del kirchnerismo, y el grueso de la sociedad, por suerte, no va a avalar tan fácilmente planes castro-chavistas que acentúen el aislamiento de la Argentina del mundo y del modelo capitalista. Por lo tanto, aunque sea muy a su pesar, ambos se necesitan el uno al otro: Alberto Fernández no puede permanecer en el poder sin Cristina; y Cristina no puede evitar la cárcel si se despega de los ¨moderados¨ (sin el massismo y sin los gobernadores, el camporismo probablemente sea el sector con más caudal de votos del peronismo, pero fracturar a este lo llevaría a una derrota segura).
Como en el dilema del prisionero, ambos aspiran a liberarse y dejar encerrado al otro, pero la misma reacción desde las dos partes arruinaría sus ambiciones. No tienen más opción que cooperar. Establecer una mesa de diálogo para que los distintos partidos de la coalición gobernante pauten un rumbo a seguir es algo poco común en el peronismo: debido a sus raíces fascistas, este siempre fue un partido (o movimiento) que desde su génesis dependió de la voluntad del líder y eso lo ha llevado al PJ a ser un partido débilmente institucionalizado, caracterizado por redes de clientelismo informales y reglas del juego personalizadas basado en a la dirección unificada de un líder.
Al momento en que las dos principales coaliciones del sistema de partidos argentino llaman a un encuentro con fines de organizar la armazón partidaria (esta mesa electoral del Frente de Todos y la ya recurrente mesa nacional de Juntos por el Cambio) es un intento por institucionalizar dichas coaliciones (compuestas por diferentes partidos): tal proceso es positivo para la sobrevivencia de las fuerzas políticas, debido a que establece normas a respetar dentro de su estructura organizativa (por ejemplo, para dirimir conflictos internos), lo que hace conservar a las fuerzas partidarias en el tiempo, independientemente del ambiente externo, de sus protagonistas y de los intereses originarios, estructurando de tal manera el sistema de partidos.
No obstante, detrás de esta ¨mesa de diálogo¨ difícilmente se encuentre el objetivo de volver al Frente de Todos, una coalición institucionalmente fuerte y menos personalista, donde la organización perdure más allá de los liderazgos y con un fin en sí misma. Detrás de esta figura del diálogo donde se encuentra el llamado del presidente (que es a su vez presidente de la Nación y del PJ) no hay más que un prisionero de sus propios actos y pensamientos: si Alberto Fernández tuviera la gallardía de apuntalar lo que en verdad piensa pasaría a gobernar por sí mismo y tirar a la basura la espada de Damocles que permanentemente lo amenaza; a su vez, a Cristina no le interesa el diálogo y se muere por catalogar de cipayos a sus socios electorales por haber pactado con el FMI y haber empezado a tomar medidas fiscalmente razonables. El problema es que, como en el dilema del prisionero, ambos no se animan a delatar al otro: saben que, si lo hacen, será el fin de los dos (en el caso de CFK iría presa literalmente). La mesa de diálogo del Frente de Todos es el diálogo entre los dos prisioneros.
Citando la idea de Ludwig Von Mises, no es correcto hablar sobre el hecho de que la riqueza se redistribuye, porque en ningún momento se distribuye, sino que se asigna lo correspondiente a cada parte. Podríamos decir, tomando ese concepto, que el poder difícilmente pueda distribuirse en el Frente de Todos, ya que desde el principio se le fue asignado a cada uno, y no es precisamente Alberto Fernández el que tenga la mayor cuota de este. Más bien, es un presidente débil, que no puede decir lo que realmente piensa como cuando era crítico del kirchnerismo porque así se licuaría el poco poder que le queda: como en el dilema del prisionero, está condenado al silencio y a la mentira, por lo menos hasta que su pacto con el otro reo termine y salgan los dos en libertad. Hay que recordar lo que dijo Ginés González García luego de ser eyectado del cargo: ¨Si hablo se cae el Gobierno¨. Terribles secretos se esconden detrás del silencio.