Trump el “Apóstata”

Política. Literatura. Historia. Crítica.
Por Flavio P. Sabbatius

Official portrait of President Donald J. Trump, Friday, October 6, 2017. (Official White House photo by Shealah Craighead). Wikimedia Commons.

Ya en su día Oswald Spengler [1] observó que las culturas, aunque organismos “cerrados” e independientes entre sí, tienen ciclos vitales que las asemejan. Podría decirse que desde el principio ha sido un lugar común comparar a los Estados Unidos de América con la Roma clásica. Las tempranas veleidades romano-republicanas de los Padres Fundadores (ulteriormente copiadas por los revolucionarios franceses de 1789) los llevaron a crear no unas cortes a la española, un parlamento a la británica o un althing al estilo vikingo islandés, sino un senado, uniendo a ello la imaginería de las águilas y las columnatas neoclásicas. De hecho, me extraña que no usaran el término “cónsul” en lugar de Presidente, como hizo después Bonaparte antes de nombrarse a sí mismo Emperador, otra vez al mejor estilo romano.

En los días de su apogeo, o incluso hoy en día, no es raro oír a algún que otro antiyanqui profesional o comunista trasnochado latinoamericano llamar a los Estados Unidos  “los modernos romanos”. [2]

Oswald Spengler. Wikimedia Commons.

Pero es sobre todo en los últimos tiempos donde cada vez encontramos más referencias sobre las semejanzas entre la evolución (involución) actual de la cultura norteamericana, y occidental en general, con la decadencia del Imperio romano. Especialmente en días como estos, donde se hacen más ostensibles que nunca los deletéreos efectos de la cuadriga funesta que en su día erosionó a la civilización clásica: Corrupción moral, decadencia cultural, plagas e invasiones bárbaras.

Y como también dijera Spengler, las etapas en el “ciclo de vida” de cada cultura crean personalidades o caracteres que muestran notables paralelos entre sí, incluso más llamativos que los ilustrados por Plutarco, entre griegos y romanos en sus Vidas paralelas, por ser estos últimos en definitiva parte de la misma cultura. Uno que me resulta especialmente tentador es el que a mi juicio existe entre el actual presidente de los Estados Unidos y una de las figuras más curiosas y controvertidas de la decadencia de Roma: el emperador Juliano el “Apóstata”.

Desde el principio me intrigó (y me molestó) la vesania sospechosamente unánime con que los medios, la farándula y la mayoría de los empresarios capitalistas multimillonarios de este país la emprendió contra Donald Trump desde la dichosa hora y momento en que al anfitrión de The Apprentice se le ocurrió bajar por aquella escalera rodante a decirnos que se iba a postular para presidente. Hasta ese día, este señor más bien me caía gordo. Y aún hoy no creo que él sea la persona con quien me gustaría sentarme a tomar cerveza. Es demasiado pedantón y grandilocuente al hablar para mi gusto.

Pero esa belicosa unanimidad norcoreana de la farándula y los medios en su ferocidad contra Trump no podía menos que resultar sospechosa para alguien como yo, criado como fui en los brazos del periódico Granma. ¿Por qué? Trump era (o es), aparte de un empresario capitalista multimillonario, un hombre de los medios y la farándula.  No mucho tiempo atrás, Trump no era ningún purista-moralista conservador, “ratón de iglesia”, halcón neoconservador ni nada semejante sino, al decir de un periodista del Washington Post, “un liberal de liberales”[3], un multidivorciado casanova dotado de una galería de voluptuosas modelos-esposas, célebre por su aureola de vividor y además, simpatizante de variadas “causas” liberales [4], defensor de los gays y tolerante con el aborto.

Pero he aquí que de repente el playboy (o más bien playsenior) súbitamente se nos reveló como un ardiente nacionalista irreverente ante el fetiche de la corrección política, para nada avergonzado de proponer la construcción de un muro defensivo, priorizando a su país y a su población, como un antiglobalista defensor de la clase obrera nacional contra los estragos del outsourcing, manteniéndose asépticamente intacto ante la obsesiva freudización de la política y escéptico ante los dogmas del calentamiento global antropogénico. Y, quizás lo peor, como un severo crítico del deep state de  todopoderosos funcionarios profesionales no electos que, tras bastidores, controlan cada vez más el poder efectivo. Trump se propuso revertir el curso de la historia para “Hacer a América Grande Otra Vez”, luchando contra todo lo anterior, que a su juicio había llevado a los Estados Unidos a la decadencia. En fin, se convirtió en todo lo contrario de lo que profesan sus excamaradas de la élite millonario-mediático-farandulera. O lo que es lo mismo, en un “apóstata”. Y ya se sabe que no hay nada peor que un apóstata, como le dijo Martí a su compañerito de escuela en la célebre carta que lo llevó en plena adolescencia a estrenar una temprana cárcel, fijando así su destino [5].

Es aquí donde por analogía viene a la memoria Juliano, bautizado por la tradición cristiana como el “Apóstata”. El último representante de la casa imperial de Constantino, aquel emperador que trastocó al Imperio romano y al cristianismo, al convertir a este último de “camino de salvación” en “religión de Estado”.

El emperador Juliano el “Apóstata”. YouTube.

Sobrino-nieto de Constantino, Juliano creció como devoto cristiano bajo la égida de sudespótico tío el emperador Constancio II, hijo de Constantino. Concienzudamente apartado del poder, se preparó para la vida eclesiástica. Fue educado desde su tierna infancia por destacados pensadores cristianos como los obispos Eusebio de Nicomedia y Jorge de Capadocia.

Nadie sabe de cierto cuándo fue que Juliano devino escéptico ante su cristianismo oficial inculcado en la infancia, puesto que con el stalinianamente paranoide Constancio había que andarse con pies de plomo y evitar a toda costa llamar la atención. No obstante, siendo apenas un adolescente, Juliano estuvo también a punto de ser purgado por su tío y solo le salvó la intervención de la emperatriz, que siempre sintió un maternal afecto por su sobrino.  Escarmentado, Juliano decidió mostrar una faz de devoto intelectualoide inofensivo y se fue a Atenas a estudiar filosofía y religión por unos años, relacionándose con los futuros santos San Gregorio Nacianceno y Basilio de Cesárea, llamado el “Grande”, lo cual no lo cohibió de escapadas subrepticias para incursionar en los dominios de Hécate y los misterios de Eleusis. Y allí hubiera seguido de no ser porque la perentoria escasez de mandos creada por sus purgas stalinianas en la familia imperial no le dejó otro recurso a Constancio que asignarle a Juliano un comando en la Galia, con la categoría de César, pero con menguados medios, para enfrentar una invasión de bárbaros.

No obstante, de repente el devoto muchacho intelectualoide se reveló como un valeroso y competente general, tan brillante que su compañero de armas Amiano Marcelino [6] nos cuenta que sus soldados le aclamaron en el mismo campo de batalla.  Por supuesto, a Constancio esto no le hizo mucha gracia y no tardó en intentar despojarlo de sus tropas. Pero los soldados occidentales de Juliano, en parte por no querer dejar sus tierras y en parte temerosos de que su amado general fuera purgado como lo habían sido sus demás parientes, se alzaron en armas y lo proclamaron emperador. La consiguiente guerra civil fue solo abortada por la oportuna muerte natural de Constancio, que en su última voluntad legaba el Imperio a Juliano. No había dejado ningún otro pariente vivo.

Sorpresivamente, justo tras su entrada triunfal en Constantinopla, Juliano declaró que la culpa de los desastres del Imperio la tenían los errores de sus antecesores Diocleciano y Constantino que, influidos por ideologías foráneas, habían transformado al Estado Romano en una teocracia oriental dominada por eunucos, funcionarios profesionales corruptos y sacerdotes hambrientos de poder, abandonando las viejas tradiciones de sus modelos Adriano y Marco Aurelio, y que la única forma de “Hacer a Roma Grande Otra Vez” (¿no suena familiar?) era librarse de la corrupta administración de libertos y eunucos cuya corrosiva influencia había constatado ya en la Galia; racionalizar la burocracia para hacerla más eficiente y honesta, así como restaurar las instituciones culturales y religiosas grecorromanas, intentando revivir abandonados rituales paganos y minando el poder de la nueva aristocracia obispal. Incluso se planteó reconstruir el Templo de Jerusalén para devolvérselo a los judíos [7], lo cual hubiera cambiado aun más radicalmente el curso de la historia. ¡Apostasía!

Listín Diario

Algo así era tan horrible para aquella élite de funcionarios, eunucos y obispos, como lo es para la actual élite millonario-mediático-farandulera el intento de Trump de cortar la plétora de excesivas y absurdas regulaciones, de postular jueces conservadores a la Corte Suprema o de forzar a las corporaciones a restaurar la base industrial norteamericana que estas últimas exportaron a China en busca de mano de obra barata.

Por desgracia para Juliano, apenas emprendido el camino de sus reformas se le ocurrió meterse en una fatídica guerra total contra Persia, dicen algunos que motivado por el ansia de venganza, otros que por ganarse el respeto de los ejércitos orientales que fueron leales a Constancio y que no lo conocían con una victoria decisiva contra los persas, y para otros simplemente por ansias de gloria militar. En todo caso, no está enteramente claro si fue la traición o su propia temeridad la que lo llevó al desastre. Al lanzarse  con ímpetu desprovisto de armadura a rechazar un ataque sorpresa, alguien le lanzó una jabalina que lo hirió mortalmente. Múltiples fuentes coinciden en que Juliano fue asesinado a traición por uno de sus propios soldados. Resulta curioso que el arma homicida fuera una “jabalina”, arma arrojadiza reglamentaria del ejército romano y no una flecha, arma característica de los arqueros montados persas.

Por supuesto que, desde ese mismo momento, surgieron “teorías de conspiración” acerca de la muerte del emperador apóstata, apuntando dedos acusadores hacia los cristianos, e incluso implicando como autor intelectual a su antiguo maestro cristiano San Basilio de Cesárea el “Grande”. Otro de los cronistas que acusó inicialmente a un soldado romano cristiano de lanzar la jabalina fatal, se retractó curiosamente catorce años después, afirmando que el homicida había sido un mercenario árabe al servicio de los persas. [8]

Todavía no sabemos cómo terminará nuestro apóstata del día. Hasta el momento, todas las “jabalinas” que le han lanzado sus feroces enemigos domésticos han rebotado en su, hasta ahora, invulnerable armadura. Ni Stormy Daniels ni ninguna otra de las usualmente devastadoras pussy bombs lanzadas contra él, ni la Conspiración Rusa, ni el circo del impeachment con la “Llamada Fatal” de Ucrania han podido descabalgarlo.

Descontando alguna otra inesperada “jabalina”, mucho dependerá el futuro de Trump, y por consiguiente de los Estados Unidos, de los resultados en su lucha contra la presente plaga, curiosamente llegada desde los confines de China al igual que las plagas Antonina [9] y Justiniana [10], que precipitaron la decadencia del Mundo Antiguo y la caída del Imperio romano. Los “jabalineros” esperan impacientes su fracaso, aunque ello conlleve el hundimiento de América y el desastre para el mundo.

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Notas:

[1]   Spengler, Oswald, La Decadencia de Occidente. Espasa-Calpe, Madrid, 1934. (trad. M Morente).

[2]   https://www.monografias.com/trabajos28/imperio-y-democracia/imperio-y-democracia.shtml

[3]    https://www.washingtonpost.com/news/the-fix/wp/2015/07/09/ths-many-ways-in-which-donald-trump-was-once-a-liberals-liberal/

[4]    https://arcdigital.media/donald-trump-is-a-liberal-dd065573eade

[5]http://www.damisela.com/literatura/pais/cuba/autores/marti/epistolario/castro/index.htm

[6]    https://www.britannica.com/biography/Ammianus-Marcellinus

[7]    El intento de Juliano por reconstruir el Templo evoca el reciente reconocimiento por Trump de Jerusalén como capital de Israel .

[8]  https://en.wikipedia.org/wiki/Julian_(emperor)

[9]  https://en.wikipedia.org/wiki/Antonine_Plague

[10]   https://en.wikipedia.org/wiki/Plague_of_Justinian

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Flavio P. Sabbatius es el "nom de plume" adoptado por un profesional que siente que el impulso irresistible de expresar su opinión heterodoxa o políticamente incorrecta, en el actual clima totalitario de rabiosa intolerancia vigente en las instituciones académicas de este país, arriesga la pérdida de su empleo y la capacidad de mantener a su familia si su identidad es revelada públicamente.

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