Literatura. Política. Crítica.
Por Carlos Penelas.
Los peronistas no son ni buenos ni malos; son incorregibles.
Jorge Luis Borges
La calamidad, la grosería, la improvisación, la falta de decoro, lo irracional, la hipocresía, el desvarío, la corrupción, los gestos de casta y de barbarie, lo turbio de cada acto no debería sorprender. Desde lo personal, de manera breve, iré fotografiando hechos y anécdotas. Aún no había cumplido los diez años y mi padre, en la esquina de Suipacha y Cangallo me dijo: “Tu no vas a ver un país, tal vez tus hijos. Esto fue un proyecto de país.”
Por esos tiempos en la escuela primaria debía escribir: “Evita me ama, mi mamá me ama”. Las provincias del Chaco y de La Pampa pasaron a llamarse Eva Perón y Presidente Perón. La capital de la provincia de Buenos Aires, La Plata, fue Eva Perón. Los clubes de fútbol Gimnasia y Esgrima de la Plata y Estudiantes de la Plata se llamaron Gimnasia y Esgrima de Eva Perón y Estudiantes de Eva Perón. La universidad, por supuesto, también cambió de nombre. Y así se inauguraban plazas, edificios, calles y escuelas.
En Argentina y en América Latina surgieron caudillos, dictadores, populismos y demagogos. Todos amigos, todos hermanados. Con sus variantes, claro está. Y los caballeros que escapaban de la Segunda Guerra Mundial. Hablamos de los nazis, de los fascistas, de lo peor de la derecha. Muchos vinieron a nuestra tierra. La sombra de Mussolini era parte del General Perón. Lo estudió en Italia: sindicatos, fuerzas de choque, metamorfosis ideológica. La picaresca argentina creció, se hizo de un discurso donde el desprecio y el resentimiento fueron haciendo de los suyo. Picardías tramposas, felonías.
Paul Samuelson manifestó hace décadas que los países podían ser clasificados en cinco categorías: “Los capitalistas, los socialistas y los del Tercer Mundo; pero además están Japón y la Argentina; no se entiende porqué a Japón le va bien y a la Argentina le van tan mal.”
Los hechos son conocidos por todos. Bibliografías, libros, documentales. Parodia, destinos manifiestos, jirones, sobrefacturación. Una nación donde todos – cada uno con sus libretos, incluyendo golpes militares y poder sindical – fueron generando un sistema sesgado; convocando a líderes, barras bravas, retóricas reaccionarias, medallas lustrosas. Se quemaron iglesias, partidos políticos, hubo exilios de actores, intelectuales y políticos. La policía implementaba la tortura sin pudor. Años después Perón arma Montoneros para regresar al país generando un caos y luego las Tres A, formación paramilitar, para perseguir a los “muchachos imberbes” que decían dar la vida por él. Aparecen brujos, personajes inimaginables, corbateros, jugadores de truco. Luego se hacen los distraídos, cambian la historia, generan relatos. Suburbios, aliados y enemigos, monólogos y gritería. Entonces la pobreza, la desigualdad y lo marginal se expande. La incultura comienza a dar sus frutos: sectas, irracionalidad, fanatismo, mentiras premeditadas, deslizamientos. Todo a contrapelo, aspectos saludables y marihuana. La malicia va tomando nuevas formas, nuevos ismos, con nombres cambiantes y balcones que difaman. Del otro lado el vacío, la dejadez; también la cobardía. Genealogías de rufianes, decoraciones, señoras aseñoradas y tangas.
El hombre es producto de una compleja tradición cultural, de ahí se desencadena su problemática. No es difícil reconstruir la confusa complejidad cultural de la que todos, de un modo consciente o no, somos deudores. En este espacio yermo se reconstruye la experiencia: una desoladora búsqueda del sentido de la existencia. Estamos en una tierra decadente y desorientada en la que vivimos y estamos aprendiendo a sobrellevar.
¿Cuáles son la raíces que agarran, qué ramas crecen / en esta basura pétrea?/ Hijo del hombre, / no puedes saberlo ni imaginarlo, pues conoces solo / un montón de imágenes rotas”, escribió del dolor desde la contención T.S. Eliot.
[Buenos Aires, 16 de septiembre de 2021]
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