Literatura. Crítica.
Por Waldo González López.
Tras leer y disfrutar las 273 páginas en apenas un haz de días [tal se leen los libros de valía que te agarran y no puedes soltarlos] la novela Tiempo de canallas —del también periodista Carlos Alberto Montaner— no estoy de acuerdo con la promoción de sus editores, quienes la presentaron como un thriller. No, hay mucho más, como veremos.
Ante todo, diré que su título ya había sido utilizado en su novela homónima por la guionista y dramaturga norteamericana Lillian Hellman, amante del destacado narrador de novela negra Dashiell Hammett. Mas, la novela homónima de la Hellman —publicada por primera vez en español en los 70— apostaba por otro camino, pues es una crónica personal sin mayores logros, de acuerdo con la crítica, que dudaría del grado de veracidad por su carácter inconexo de la línea argumental, como la poca indulgancia que concede a sus variados personajes.
La trama de la novela de Montaner es, al contrario y sin duda, atrayente para los fans de este tipo de novelas: El protagonista Rafael Mallo, escritor trotskista formado en Moscú, lleva siete años en una cárcel franquista en espera de que lo fusilen, pero súbitamente, lo liberan y se reencuentra con una antigua amante, Sarah Vandor. Es el comienzo de la Guerra Fría, marco donde la antigua URSS y Estados Unidos se enfrentan en la cruenta lucha de ideas, pero eso no obsta que haya numerosos muertos.
En pocas líneas, he aquí sucintamente la trama de Tiempo de canallas, pero hay más, mucho más en esta sustancial novela, donde Montaner evidencia su talento no solo como periodista y profundo conocedor de la historia contemporánea, sino tambien como narrador de fondo.
Los 24 capítulos y la Adenda «Los informes de Alfil», despliegan esta historia amena [otra virtud] que —reveladora de muchas de las verdades políticas de la historia contemporánea— se centra en Rafael Mallo, suerte de Fouché latino, cuyo seudónimo “Alfil” alude a su capacidad escurridiza, de moverse sinuosamente, como un espía, según acontece en el universal juego del ajedrez. Y tal es, ni más ni menos, este inaprensible personaje que tiene no poco de otros de su calaña, por lo que es presentado de esta suerte:
En la mañana de ayer martes, el delincuente político, Rafael Mallo, un bandido hispanocubano, autodenominado ‘poeta surrealista’, ex miembro del Partido Obrero de Unificación Marxista, el llamado POUM, fundado por los trotskistas Andres Nin y Joaquín Maurín, protagonizó una espectacular fuga en un falso retén colocado por subversivos en el kilómetro 15 de la carretera a Barcelona. Tres supuestos guardias civiles se lo llevaron a punta de pistola. Mallo estaba condenado a muerte desde 1940 por los crímenes cometidos durante la Guerra Civil, y desde entonces guardaba prisión en el Castillo de Montjuich».
Sí, escurridizo y sinuoso, pero asimismo hipócrita, traidor, artero y, en fin, canalla, Alfil posee todas las características de un espía internacional. Y aquí reside la connotación de thiller aportada por sus editores Y claro que lo es, pero otras particularidades definen la narración. Mas, el propio Montaner lo definiría aun mejor en una entrevista publicada en el Centro Tampa por Myriam Silva-Warren, al afirmar que: «Es inteligente, paranoico, fanático, muy manipulador, puede ser muy frío y al mismo tiempo puede actuar apasionadamente. Un poco como son los seres humanos que tienen muchas facetas».
En sus páginas aparecen, desaparecen y reaparecen los muy bien construidos personajes de la real historia contemporánea y, en particular, de Rusia, España, Francia, Estados Unidos y Cuba, a los que Montaner va moviendo en su sorprendente tablero ajedrecístico que, gracias a su estilo, convence al lector. Asimismo, otros de su creación, no menos convincentes, colaboran con la credibilidad de la trama. De tal suerte, acompañando a Alfil, el autor mueve con eficacia a las numerosas, tan reales y, por ello, creíbles figuras políticas y artísticas internacionales, ganando la atención de los lectores.
Así, entre muchos otras, aparecen o son mencionados los españoles: Francisco Franco, Lluís Companys [líder nacionalista catalán], Alberto Casteleiro [comisario gallego], Juan Andrade [trotskista], Joaquín Maurín [teórico marxista, preso político], Víctor Alba y Luis Araquistáin [escritores y políticos], altos nombres del arte y las letras, como: Luis Buñuel, Camilo José Cela, García Lorca, Unamuno, María Zambrano, Pedro Laín Entralgo y Salvador de Madariaga [historiadores].
Igualmente figuran los grandes artistas plásticos mexicanos: Frida Kahlo, Diego Rivera, David A. Siqueiros, Remedios Varo y Leonora Carrington; los norteamericanos: George F. Kennan [diplomático], Sylvia Ageloff [trotskista], Sylvia Beach [editora], Leonard Bernstein, Alexander Calder [escultor], Gary Cooper, Robert Montgomery y James Cagney [actores], Elia Kazan [cineasta], Hemingway, Steinbeck, Dos Passos y Upton Sinclair [escritores]; los cubanos: Batista, Prío, Mella, Baliño, Armando Acosta, Lázaro Peña [políticos], Gastón Baquero y Nicolás Guillén [poetas].
Hay muchos más decisivos nombres de otros tantos países [Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Austria, Chile, Argentina, Nicaragua, Colombia, Guatemala…], pero basta con los mencionados, pues ofrecen un vasto panorama que enriquece la narración, en tanto le ofrecen muy válidas universalidad y contemporaneidad.
Al margen de otras particularidades, en mi criterio el aspecto más revelador de la novela es cómo Montaner muestra las artimañas con que el comunismo internacional, previo al período de entreguerras —Guerra Civil española mediante—, iba armando su malévola trama contra los principales países occidentales [EUA, Francia, Inglaterra…], en los que vivían sus reclutados militantes a quienes, no obstante, los gobiernos capitalistas les permitían residir y atentar contra sus «odiadas» sociedades.
Montaner corre la cortina de numerosos datos históricos del comunismo, como, entre otros, recuerda o revela algunos instantes que unos cuantos han olvidado… o quieren olvidar. Por ejemplo, la conversación entre Rafael Mallo y su amante y también espía Sarah Vance, quien le aclara:
Desde que Stalin pactó con Hitler el desguace de Polonia, se me hizo imposible seguir admirando a Moscú. En la URSS no existe una gota de idealismo. Eso fue lo que me hizo anticomunista. Había que ser anticomunista por las mismas razones que había que ser antifascista. La vida me enseñó que el comunismo y el fascismo no eran sistemas adversarios, sino primos hermanos.
Pocas líneas atrás, el propio doble agente Mallo le ha recordado a Alberto Casteleiro «la batalla entre los estalinistas y los trostkistas», como también el siguiente dato singular, cuya veracidad histórica se repite en la España de ahora mismo [febrero, 2019] en víspera de las elecciones, cuando varios partidos tratarán [y ojalá lo logren] de derrotar al impuesto presidente socialista Pedro Sánchez: «La Guerra Civil sacó lo peor y lo mejor de la conducta de los españoles.»
Por otro lado [y no menos singular] otro componente enriquecedor son los decisivos documentos, como las cartas que inserta Montaner: misivas donde el cobarde Mallo relata su propia vida y, algo no menos importante, corroboran la maldad de los comunistas, pues son viles denuncias enviadas por Mallo a distintas personas [como el Comisario], en las que delata a colaboradores y amigos, incluso a su novia Sara Vance, con los que no tiene piedad en traicionarlos, aun a sabiendas de que, con tal acción, peligra al máximo la vida de ellos, pues pueden ser asesinados.
Sin embargo, el lado positivo de estas cartas es que denuncian a agentes solapados del comunismo, como a Yunger Semiovich, «quien en Cuba se hacía llamar Fabio Grobart, un joven polaco de apenas veinte años, endiabladamente astuto y reservado, que había sido enviado a la Isla por la Comintern de la URSS a organizar el Partido y, tal vez, a controlarlo desde sus orígenes».
Otros documentos significativos que inserta Montaner en la «Adenda» final, son los tres «Informes de Alfil»: Sobre el Congreso Mundial de Intelectuales celebrado en Polonia [1948], Sobre el Congreso Mundial de los Partidarios de la Paz celebrado en París y Praga [1949] y Sobre el Congreso por la libertad de la cultura [Berlín, 1950].
En estos Informes, el lector corrobora el esfuerzo de los comunistas desde décadas atrás por penetrar los flancos más débiles de los estamentos en el capitalismo. Valga el ejemplo de la izquierda demócrata y, con ella, los intelectuales, artistas y cineastas hollywoodenses, tal acontece hoy con esa supuesta vanguardia [¿o retaguardia?] de Norteamérica, que, sin conocer a fondo el socialismo, se prestan a las campañas contra los republicanos, ignorando que con tal actitud apoyan las fracasadas prácticas comunistas, tal se ha demostrado desde la instauración del surgimiento de la antigua URSS hasta las dictaduras latinoamericanas del llamado Socialismo del Siglo XXI: Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia, tras la caída de los regímenes totalitarios por la libre votacion de sus ciudadanos, según aconteciera en Chile, Argentina, Ecuador, Brasil, Paraguay y El Salvador.
En fin, podría decir más sobre Tiempo de canallas, como que también, por su veraz historicidad, se me antoja una novela-testimonio, pero solo añadiré que es un volumen esencial, cuya lectura y análisis propongo a los lectores inteligentes, sobre todo en estos tiempos, cuando se define el presente y el futuro de Occidente.
Prefiero concluir con las propias palabras de Carlos Alberto, quien, ante la última pregunta de mi colega ¿Por qué comprar Tiempo de canallas?, sin alardes de modestia [que, en definitiva, siempre resultan falsos a los ojos de los lectores pensantes], les dice:
Porque es un thriller que escribí para tratar de atrapar al lector. Cuando uno escribe ficción uno escribe con el objetivo de atraer emociones y generar emociones. Tú quieres transmitir esas emociones porque realmente tu oficio es el de entretener en ese campo de las emociones. Este libro es interesante porque tú quieres saber por qué ese personaje lo han sacado de la cárcel, qué va a hacer él una vez está libre, qué es lo que realmente hizo. Luego se produce un asesinato en la obra. ¿Quién lo mato? ¿Por qué lo mató? Todo eso es el esfuerzo del escritor por atrapar al lector, por conseguir que se someta al ejercicio de tener que leer. El interés del escritor es que el libro llegue a interesarte tanto que lamentes que el libro se haya acabado, cosa que a veces ocurre. No hay elogio mayor para un escritor que se llegue al último capítulo y ya se esté lamentando el lector de que va a llegar al final y quiere que la obra continúe