Literatura. Poesía.
Por Carlos Penelas.
Amo los viejos muebles
Amo los viejos muebles,
las manos antiguas que identifican
la intimidad del hogar.
Junto a la lámpara que descubre el poema
los dioses soplan y consuelan mi espíritu.
Una mujer me guía, me acompaña.
Los recupera del tiempo, los protege,
descubre el alma que habita la belleza.
Crea sitios mágicos en esta constelación
de libros, retratos y talismanes únicos.
Hay una liturgia, sutiles ritos.
Como una cripta en la iniciación
este sillón trasciende mi destino.
De la amada
¿Dónde la cabeza reclinada,
la tarde, tu sombra, tu cabello,
la voz en la sonrisa?
Si yo pudiera atravesar el aire
y gozar de tu cuerpo, de tu aliento,
de esta pereza, amada, que abandona
el sentido, la niebla, los claveles.
¿Qué queda de lo íntimo,
del secreto vacío,
impaciente, desentendido?
Conmueve el alma este desorden,
cada caricia protegiendo el desierto,
el perfume posible, desenterrado.
Si pudiera velar la espera
que despoja el recuerdo…
Ahora la luz
Ahora la luz, la claridad del cielo.
Lo que sobrevive de lo sagrado
bajo la noche estrellada.
Está intacto el secreto que sorprende la aurora,
la azada y el arado que mis abuelos asían
como palmas triunfales.
Aquellos campesinos
irremediablemente solitarios
en bosques devastados
renacen en la llama del poema
entre la indiferencia y la congoja.
Solo ellos protegen mi espíritu,
el corazón disperso, los ángeles ausentes.
Vivo en tanta iniquidad
que solo soy libre en el ensueño.