Literatura. Crítica.
Por Gustavo Catalán…
Sus más porque el Cervantes de literatura, al que hoy aludo, se ha concedido a eximios escritores y ahí están, entre otros, Borges y Octavio Paz, Carpentier, Delibes, Cabrera Infante, José Hierro… Sin embargo, el de este año ha recaído en Eduardo Mendoza cuya obra, en mi criterio y el de otros con superior bagaje para la crítica, ha empeorado en los últimos tiempos al extremo de que no resiste la comparación con algunos de sus coetáneos y que junto a él protagonizaron, allá por los setenta, la que se llamó (quizá impropiamente) “Nueva narrativa española”.
Con solo 31 años publicó la que quizá puede considerarse un hito de aquellos años: La verdad sobre el caso Savolta (1975), galardonada en su día con el Premio de la Crítica. A ella siguieron otras de indudable mérito: El misterio de la cripta embrujada cuatro años más tarde, La ciudad de los prodigios (1986)… No obstante, desde los noventa, su producción decayó.
La última hasta donde sé, El secreto de la modelo extraviada, es al decir de muchos totalmente prescindible y, en conjunto, creo que entre los autores de su generación (Tomeo, ya fallecido y también abogado, José María Merino, Manuel de Lope, Luis Mateo Díez, Luis Landero…) los hay que habrían concitado, de haber sido distinguidos, menores reticencias.
Se trata de una opinión y, como tal, cuestionable si no fuese porque con esto de las medallas llueve sobre mojado. A eso me refiero con “sus menos”.
El Cervantes del pasado año al mejicano Fernando del Paso, el Nobel de 2016 a Dylan… por no hablar del Nobel de la Paz, otorgado en tiempos nada menos que a Henry Kissinger. ¿No los había, antes y ahora, con mayor consenso? La cuestión lleva a dar razón a Borges, cuando sugirió que lo malo de los premios no es que se concedan a obras malas, sino que la expectativa de ganarlos puede impedir que se escriban obras mejores. Y todos los peros que quieran, aunque tal vez haya algo de eso. Con todos mis respetos al ganador.
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