Literatura. Crítica.
Por Waldo González López
La poesía —«palabra esencial en el tiempo», para el contemporáneo Antonio Machado— es una de las «afinidades electivas» (v. g. Goethe) que comparto con el poetamigo tunero Rigoberto Díaz Cutiño, de quien me place prologar su primer libro de poemas en esta tierra de libertad.
Discípulo del autor sevillano —muchos de cuyos textos son clásicos del verso en nuestra lengua—, su poética asume la esencialidad en su tiempo y, en consecuencia, la problemática social de la sufrida Isla, por la que él luchara durante años en nuestra común patria chica, Las Tunas, desdeñando el temor a las continuas amenazas de los represores de la (In)Seguridad de Estado, que lo asediaban de continuo por su rebeldía y su nunca plegarse a los dictámenes del castrismo, lo que le costaría la expulsión del Instituto Pedagógico Provincial (donde era profesor de Historia), como a diario ser vigilado y asediado por «el compañero que lo atendía».
La poiesis del notable poeta hispano, pues, marcaría a fondo su quehacer, tal el de muchos creadores cubanos de nuestra generación, nacida en los años cuarenta, en la que figura Rigoberto, quien corrobora tal influjo en su decimario Bajo la piel del silencio, ya desde la siguiente muestra que, en la primera sección «CONTRA EL SILENCIO», inicia su bojeo lírico y vital:
Toma mi voz
Caminante son las huellas/el camino, y nada más;/caminante, no hay camino,/se hace camino al andar. Antonio Machado
ni al mar de silencio, avanza;
pese a la sombra se alcanza
un sitial en el destino.
Atento al sol de tu sino,
búscalo siempre delante.
Si en ese andar incesante
tu mirada es árbol seco,
y se va alejando el eco,
toma mi voz, caminante.t;”>
Otro rasgo definitorio de su firme carácter es su élan: el callado ímpetu que atesora su intenso espíritu y aliento vital y aúna su adhesión al sentencioso verso del hondo y, sin embargo, sencillo Antonio Machado: el de los Proverbios y cantares, tales las cognitivas poéticas de dos lúcidos nombres latinoamericanos: el argentino Jorge Luis Borges y el mexicano Octavio Paz, como el decisivo pensamiento de un filósofo que igualmente compartimos: Friedrich Nietzche.
Los recursos empleados por Rigoberto son distintivas categorías de su discurso, en el que metáforas, símiles e imágenes se fusionan, generando un hálito de poesía y verdad, de acuerdo con la exigente poética de Goethe, creando, además, una atmósfera axiomática, incambiable, tal se descubre en este libro, según comprobará el lector que ahora lo tiene en sus manos.
En cuanto a los temas recurrentes en su poesía, Rigoberto adopta y adapta, entremezclándo sus decisivos argumentos: Dios, el amor a la patria, la vida, la lucha contra las negativas fuerzas políticas de la sociedad actual, el exilio, el dolor, la muerte…, abordados con la praxis de la madurez que le ha aportado su oficio, sin nunca olvidar el prolijo empleo de un idóneo lenguaje cercano a su maestro español, guiado por la hondura y la sencillez, según quería y ejemplificaba en su ígnea obra un gran poeta que concuerda con el íntimo y público quehacer lírico de Machado: José Martí, a quien, por extemporáneo, no podría conocer el autor del clásico soneto: «Retrato»; mas, particularmente, sus Proverbios y cantares tienen no pocos puntos de contacto con los martianos y universales Versos sencillos.
Una temática afín a su quehacer: el amor a la patria (motivo constante de su poética) se fusiona en una tríada perfecta con la vida y el dolor en la siguiente décima:
Al sur de mis huesos
Oh, Diosa que me socorres
y mistificas la calma,
vuélveme en tus alas alma
de la distancia. No borres
la leyenda que en las torres
de mi edad he levantado.
Llévate el verso cansado
que gime al sur de mis huesos,
líbrame de los excesos
de la noche, en mi costado.
El tema de Dios surge con preguntas al Creador ante las dudas existenciales del poeta:
¿A caso es malo?
¿Porque esquivo la cadencia
y no acaricio los peces?
¿Porque me niego las veces
—son tantas— que la paciencia
abre un hueco en la conciencia?
¿Porque hago luz del ardor
y la gracia del amor
redime mi sentimiento?
¿Porque flor es lo que siento,
acaso es malo, Señor?
Solo en ocasiones sugiere lo político en sus versos; sin embargo, todos elaborados con el mayor rigor y jamás desprovistos de la necesaria alusión (que no elusión) solo los escribe cuando la rabia estalla en su memoria, al evocar los años sufridos bajo el espanto castrista.
Así, en algún instante el poeta clarifica algo su verso, como en «A partir de una experiencia vallejiana» que, dedicado a la ensayista y editora del decimario, Mayra del Carmen Hernández, deviene ejemplo de ello: «Tú, cuídate de la hoz, / de la hoz junto al martillo, / del socorrido estribillo / que se hace mueca en la voz; / de tanto silencio atroz / como silueta en tu vida, / de la costumbre dormida / en la puerta del jardín, / y cuídate, pues, en fin, / de la sombra que te cuida.»
Pero rápido retorna a la poesía alusiva, tal se corrobora en el asimismo vallejiano: «Hoy sufro solamente», donde a partir de versos del brillante poeta peruano, escribe: «Me duele tanto, en los huesos, / la misión de levantarme, / yo sufro de compararme / con la muerte. ¿Son excesos? / Quién duda que hay lirios presos / entre el silencio y el tajo / de cristales, más abajo. / Me resisto, solo soy / peregrino inerme. Hoy / sufro desde más abajo.»
Y en la segunda sección: «MÁS VERSOS CONTRA EL SILENCIO» leemos con fruición: «Quién convoca», donde Rigoberto, aludiendo al tema social que, a ratos, asoma en su décima con la autoexigida calidad y por ello antipanfletaria (otro de sus méritos) pregunta: «¿Quién convoca la abstinencia / para la mente y los brazos? / ¿Quién intenta hacer pedazos / el canto de la vehemencia / y las flores? (Evidencia / que en el silencio nos brota.) / ¿Quién quiere volver ignota / la implacable realidad, / vender la felicidad / golpe a golpe, gota a gota.»
«Agosto» es un texto que le permite al poeta sugerir agobiantes momentos sufridos por él en su lucha contra el castrismo: «La calma se hace corriente, / agosto es más que un momento; / se encoge el alma, presiento. / Se desenlaza el torrente / en busca de la pendiente / (pináculo del estío). / Braceo. Somos el río; / jadeante llego a la orilla. / Detrás, una pesadilla; / por dentro, huellas del río».
Asimismo, en «Tiempo sin luz», con la alegoría de la genuina poesía, Rigoberto denuncia otra vez y siempre el cruel status al que, tras más de seis décadas, el ignominioso castrismo mantiene al pueblo en el oprobio: «Maldicen sobre mi pecho, / proscriben la luz. Aguardo / en el pórtico. No tardo / en colocarme al derecho. / Alzo la frente. En el techo / las voces tenues se apagan. / Bloques de la sombra vagan / vestidos con su penuria, / y forman un mar de furia / donde las voces naufragan.»
Otra décima más que sugerir, denuncia —alusiva y nunca elusiva— un hecho que, desde su imposición, mantiene al pueblo cubano en vilo: «Qué hambre»: «El hambre que se sentaba / siempre al centro de la mesa; / hambre de pies a cabeza, / y que nunca se marchaba. / Yo la odié, pero ella estaba / armada con cien puñales. / Hambre oscura. Sus metales / siempre vaciaban mis ojos, / donde colgaban despojos / con atuendos funerales.»
En la tercera y última sección: «HASTA QUE ESTALLE EL SILENCIO», otros textos continúan enriqueciendo el discurso de Rigoberto, quien aun en el exilio no ceja en su empeño de continuar luchando por liberar a la patria de las huestes comunistas, empeñadas en perpetuar su destrucción. De ahí que, apoyado en un brillante apóstrofo del gran poeta Jorge Luis Borges, escriba tan valiosas décimas como la siguiente:
El miedo también se asusta
«Yo no tenía miedo, ni siquiera miedo de tener miedo, ni siquiera miedo de tener miedo de tener miedo […].» Jorge Luis Borges
El miedo tiene más miedo
que el miedo que tengo yo.
Ante mí se cuestionó
que quién soy y cómo puedo
visitarlo yo en su ruedo,
y pude llegar a él.
Y cambiando de papel
este sujeto sombrío,
aceptó que el miedo mío
le erizó toda la piel.
Otro poema de valía que descuella en el contexto por su capacidad de sugerencia es el que Rigoberto titula, con una palabra también esencial en el tiempo de la Isla, por su imposición en la boca de todos durante décadas, si bien ya no es respetada, pues miles de cubanos, cansados de la persecución y el abuso, han perdido el miedo y hoy se lanzan a las calles a exigir libertad:
Silencio
Silencio de tantas bocas
por donde sangra la pena.
Me resisto a la condena
de tus nubes (que son rocas).
Silencio que andas, me tocas,
bajo tus nubes me enredo;
procuro hablar y no puedo,
porque la espesura es mucha.
Todo es en vano, no escucha
el silencio en que me quedo.
Como habrá advertido el lector, Rigoberto Díaz Cutiño emplea su notable discurso poético no solo para el goce de su creación y el nuestro con su provechosa lectura, sino que, como antes hiciera en Cuba, continúa en su indetenible afán libertario como mejor puede y sabe hacerlo: escribiendo y publicando sus excelentes décimas y otros textos, con los que prepara otro volumen que, desde ya, esperamos con atención.
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