La “cubanización” de los Estados Unidos de América

Política. Historia. Crítica.
Por Flavio P. Sabbatius.

Cortesía del autor.

En Cuba, allá por 1980, un conocido mío fue despedido de su trabajo. ¿La razón? Una verificación adversa  proveniente del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) de su cuadra.

Además de la temida policía secreta del G2, cada departamento de Personal (o como “se dice” ahora, “Recursos Humanos”[i]), Comité de Base de la Unión de Jóvenes Comunistas o núcleo del Partido Comunista  de cualquier centro de trabajo, universidad o escuela cubana cuenta con funcionarios encargados de verificar la actitud revolucionaria de cada trabajador mediante visitas periódicas al CDR de su cuadra.

Para los que no lo sepan, no lo recuerden o no quieran recordarlo, los CDR son una organización supuestamente creada por el genio maléfico de Fidel Castro, aunque en un documental reciente me enteré de que el totalitarismo militarista japonés de Hirohito ya contaba con una organización vecinal similar. La función del CDR consiste  en agrupar a los vecinos “revolucionarios” de cada cuadra con el fin de vigilar a todo el mundo (incluyéndose a sí mismos) y asegurar, no solo que nadie pueda conspirar contra la dictadura o traficar en bolsa negra, sino que todos y cada uno de los vecinos cumpla con sus “deberes revolucionarios”, como hacer guardia por las madrugadas, limpiar la calle los fines de semana, donar sangre cada 6 meses, asistir a trabajos agrícolas “voluntarios” y a toda movilización, discurso o aquelarre organizado por el Comandante en Jefe.

El CDR[ii] se ocupa de llevar un escrupuloso control de la participación de cada vecino en sus devociones (digo, deberes) revolucionaria[o]s. Desde el centro de trabajo o estudio de cada ciudadano, este control es verificado periódicamente por el funcionario antes mencionado. Cualquier  desliz de la víctima de la verificación, cualquier flaqueza detectada en la diaria devoción y profesión de fe “revolucionaria”, acarreaba potencialmente la pérdida del empleo, y a veces cosas peores. Y como en un país socialista el estado es el único empleador, esto constituye una catástrofe para el réprobo…  Pero la cosa no queda ahí. Con el CDR Castro proporcionó el vehículo idóneo para la sublimación freudiana de la soledad y frustración de muchas de esas folclóricas viejitas chismosas, en su mayoría solteronas, abandonadas o viudas, que lograban disfrutar así, con olor a santidad revolucionaria, del placer morboso que da el poder para destruir la vida de cualquiera con su vocación murmuradora.

Así, mi amigo fue en realidad víctima involuntaria del azar de que la Responsable de Vigilancia del CDR de la cuadra fuera una de esas ancianitas y que tres décadas atrás esta hubiera tenido un feo altercado con la ya difunta abuela de la esposa de mi amigo, y no se lo había perdonado ni a ella ni a sus descendientes hasta la tercera generación. Mi amigo hacía apenas unos meses que se había casado y mudado para la casa de sus suegros (a falta de cualquier otra alternativa de conseguir vivienda en Cuba) pero esto no fue óbice para que la viejecilla de Vigilancia se abstuviera de hacer la más prolija denuncia de la negatividad real o imaginaria de mi amigo y de su nuevo entorno familiar,  y sazonarla con cuanta historia venenosa su añejo rencor pudiera traerle a la mente. La perla de la verificación fue la acusación de que la mujer de mi amigo era sobrina de un tipo que había sido senador de Batista. En consecuencia, lo despidieron de su empleo “por poca confiabilidad política”, no sin sugerirle que, por su propio bien, debía divorciarse.

Por supuesto, como las verificaciones de los CDR son irrefutables por definición, nada pudo hacer mi amigo por tratar de demostrar su falsedad, ni que su mujer jamás hubiera tenido ningún tío senador ni un carajo. Muchos años después, tras exiliarse y poder conversar con una prima de la mujer que vivía en New York, mi amigo supo que en realidad quien había sido, no senador sino representante a la Cámara en tiempos de Grau (diez años antes de Batista), era un un pariente lejano de la abuela. La viejecilla de marras había torcido convenientemente la historia en la verificación para saciar su sed de venganza. Fue irrelevante que gente como Carlos Rafael Rodríguez o Blas Roca hubieran disfrutado entonces la misma sinecura.

Volviendo a la década de los 80, por ese entonces cierto siniestro personaje que años después reclamaría celebridad mundial como pretendida disidente y víctima del castrismo, y de quien me ocuparé en detalle en alguna futura historia, adquirió el poder en un instituto de investigación médica de La Habana. Lo primero que hizo fue desempolvar cierta olvidada resolución 58, que prohibía trabajar en cualquier instituto de investigación del Ministerio de Salud Pública de Cuba a quien no tuviese la más absoluta confiabilidad política. Confeccionó de inmediato una lista de sospechosos, que fueron rápidamente despedidos, con el visto bueno del oficial del G2 que atendía al Instituto. Obviamente, a nadie se le ocurrió decir que aquello era “discriminación por ideas”, y mucho menos reclamar ante ningún “defensor del pueblo”, puesto que como el pueblo estaba en el poder no había necesidad de semejante cosa.

El médico jefe de una sala fue despedido porque en una verificación “le salió” que su mujer, para redondear el magro presupuesto familiar, hacía por su cuenta falditas artesanales de colorines hippies para venderlas en bolsa negra o en la Plaza de la Catedral, lo cual se consideró indigno de un profesional revolucionario.

Otro joven inmunólogo fue despedido porque en algún momento corrió un rumor de que mientras estaba formándose en Holanda, había pensado que “aquel país estaba de lo más bueno para quedarse”. De nada valió que (además de no haberse quedado en Holanda) el muchacho negara enfáticamente haber dicho jamás semejante cosa y jurara que aquello no era mas que un chisme calumnioso, que nadie podía probar. Nadie supo, dijo o encontró nunca quien era ese “alguien” fuente del rumor, por lo que la información quizá fue obtenida a través de alguna adivina, de esas que tiraban clandestinamente el Tarot o los caracoles en la Habana Vieja.

Otra de las víctimas fue un modesto técnico de electrónica, que fue despedido porque la consabida verificación reveló que veinte años atrás el hombre había solicitado pasaporte, lo cual era indicio cierto de su intención de abandonar su país y traicionar a la Revolución. No importó que no se hubiera ido a ninguna parte y se quedara fielmente trabajando en su puesto por dos décadas. El pobre iluso pensó que su valioso trabajo, tantas veces reconocido oficialmente, serviría para expiar aquel pecadillo de juventud.

La moraleja de la aplicación de la resolución 58 fue que el inmunólogo debió haberse quedado en Holanda, y el técnico haberse ido para Miami, cuando tuvieron la oportunidad. Creyeron que los dejarían vivir tranquilos en el paraíso totalitario de Cuba y en su lugar pasaron a ingresar las filas del ejército de los desempleados, a la espera de que Dios les diese una segunda oportunidad para huir. Así aprendieron que ni Castro ni los comunistas olvidan ni perdonan nunca.

Esa permanente sensación de acoso y vigilancia perpetuos por parte de un invasivo y omnipresente poder totalitario es la responsable de que generaciones de cubanos hayan incorporado a su ADN el miedo y la hipocresía como herramienta de supervivencia, y que estos hayan adquirido naturalmente no solo doble, sino triple y cuádruple moral.

Durante mucho tiempo, mi mujer y yo nos guardamos muy bien de expresar alguna crítica a Castro en presencia de nuestro hijo. Desde que empezaban el preescolar, a los niños se les enseñaba que Castro era una especie de Papá Gigante que velaba por todos ellos. Un día, cuando mi hijo tenía cinco años, se me escapó un comentario irrespetuoso acerca de alguna de las habituales atrocidades que decía Castro en el Noticiero de Televisión.

Para mi sorpresa, mi hijo saltó: —¡Papi, no le faltes al respeto al Comandante!

—No, mi hijito, yo no estoy hablando del Comandante, es de tu abuelito, que como está viejito hace muchas barbaridades…

Por fortuna, todavía en esa época mi hijo creía todo lo que yo le decía.

Yo me aterré al pensar que el niño pudiera repetir en la escuela algo de lo que oyera en la casa, pues ello quedaría consignado por escrito en el capítulo “Actitud político-social de los padres del expediente acumulativo del escolar”, documento en el cual se tomaba nota de la vida y milagros de cada niño y su familia, desde que ingresaba al preescolar hasta que salía de la universidad.

Tres años después, fue mi hijo el que estalló en insultos ante otra de las barbaridades que Castro decía a diario en el noticiero. Yo, aterrorizado, le regañé:

—¡Hijo, no se te ocurra repetir en la escuela nada de eso, no te atrevas, que nos puedes desgraciar a mí o a tu madre!

—No te preocupes papi, —respondió el niño, irguiéndose en su corta estatura— que yo tengo tremenda doble moral…

Realmente Marx tenía razón en aquello de lo relativo de las normas morales. En un país socialista, ser hipócrita es una importante ventaja para la supervivencia, y por lo tanto, es una virtud que se debe cultivar, y de la que se puede estar orgulloso, como me sentí entonces cuando vi que mi hijo de ocho años era ya capaz de simular, y de valorar la importancia de la simulación en la lucha por la vida.

Pero ya vamos por la tercera página y el lector quizás se preguntará que rayos tiene que ver toda esta larga diatriba con los Estados Unidos de América y mucho menos con su “cubanización”. Si es así, amigo lector, Ud. no ha estado prestando mucha atención a los eventos que han venido ocurriendo a su alrededor estos últimos años en la otrora Land of the Free. Lo invito entonces a hacer una búsqueda en internet acerca de quién es James D’Amore y cuál fue su destino, aunque no le recomiendo que use Google para ello, sino DuckDuckGo.

James era hasta hace un par de años un joven ingeniero de Google, a quien para su desgracia se le ocurrió expresar en un memorándum interno que a su juicio las mujeres tenían menos inclinación natural por las matemáticas que los hombres. Lo despidieron de su empleo por el horrendo pecado de misoginia. [iii]

Cortesía del autor.

Anteriormente, el cofundador de la compañía que comercializa el famoso buscador web Mozilla Firefox, Brendan Eich, también fue víctima de una verificación adversa. En un evento que trae
reminiscencias  de las verificaciones de los CDR, en 2014 “alguien” averiguó que en 2008 Eich había donado mil dólares para la californiana Proposición 8, que pretendía definir el matrimonio como una unión hombre-mujer. Dicha proposición fue aprobada por la mayoría de los votantes del estado pero anulada por un juez. Aunque en su momento hasta el mismísimo Barack Hussein Obama manifestó su opinión de que el matrimonio debía ser solo entre un hombre y una mujer, la ola de repudio por parte del movimiento gay representado en la comunidad informática condenó a Eich como homofóbico sin que nadie se atreviera a defenderlo, y lo forzó a renunciar como CEO de la compañía que había ayudado a fundar, no sin antes hacerse una sentida Hara-Krítica evocadora de los “Procesos de Moscú” bajo Stalin. [iv]

Ha habido otras víctimas de estas purgas ideológicas en lo que va de siglo. Pero tras la torpe y trágica acción policial que ocasionó la muerte del desdichado George Floyd, la fiebre de las verificaciones  y las consecuentes purgas se han disparado en los EE.UU., con un giro realmente inquietante y a veces grotesco, pues aunque la sabiduría de los Padres Fundadores creó la Constitución y el Bill of Rights para amparar al ciudadano de la arbitrariedad del Gobierno, no les alcanzó para prever que un día se necesitarían recursos semejantes para proteger al ciudadano de la arbitrariedad de las corporaciones “privadas” y la vesania de las turbas del “pueblo” enardecido.

En un evento que recuerda la aventura del “tío senador” de la mujer de mi amigo, una señora en Georgia fue despedida de su trabajo en una compañía hipotecaria por tener la mala suerte de ser la madrastra del policía de Atlanta, a quien se le ocurrió la desdichada idea  de dispararle al individuo (no me interesa el color de su piel) al que quiso arrestar por manejar borracho, pero que se le reviró y le arrebató el taser [v]. Se adujo, como razón del despido de la dama en cuestión, el hecho de que ser la madrastra del malhadado policía creaba a su alrededor “un ambiente de trabajo hostil”.

Pero aún más lamentable, repugnante y escalofriante por lo cercano, porque le puede pasar de repente a cualquiera de nosotros que no somos white si no andamos bien alerta, fue lo que leacaba de suceder a un infeliz obrero latino que trabajaba en la compañía de electricidad SDG&E de San Diego, California. Mientras estaba parado despreocupadamente en una luz roja con su mano colgando fuera de la ventanilla cerca de un protestadero de Black Lives Matter, el infeliz pareció hacer con sus dedos índice y pulgar el gesto que  hasta ahora para todo el mundo significaba OK, pero que a algún imbécil woke (¿“despierto”?) se le ocurrió hace poco que es una suerte de arcano signo masónico de “supremacía blanca” porque parece trazar las letras “WP”, siglas de White Power. Un combativo militante de Black Lives Matter se tomó el trabajo de tomarle una foto con su celular al mexicano y “subirla” al maldito Twitter, acompañada de la consiguiente acusación de “racista” y demandando su despido inmediato de la empresa eléctrica. El Departamento de Recursos inHumanos de SDG&E se tomó muy en serio la acusación twittera y después de una “rigurosa” verificación despidió al pobre mexicano, en medio del desastre del coronavirus y la consiguiente ola de desempleo[vi]. De nada valió que el pobre hombre reclamase a sus verdugos que él simplemente se estaba “craqueando” inconscientemente los dedos, que no tenía ni idea del significado de tal “símbolo” y que fuera evidente que él ni siquiera es white, por lo que obviamente no podía ser militante del White Power pues ni aunque quisiera este le admitiría en sus filas. Para colmo, el celoso militante blacklivemattero que desencadenó la cacería de brujas después borró la foto del Twitter y admitió ante los periodistas que pudo haberse equivocado, pero hasta ahora el pobre mexicano sigue sin trabajo. Debiera conseguirse un abogado para demandar al miserable y bastardo chivato que lo denunció y a los repugnantes testaferros de esa empresa execrable que le destruyó la vida, pero el infeliz probablemente carece de dinero para eso.

Otro ominoso y significativo signo es que alguno de los cabecillas y teóricos del blacklivematterismo ha justificado descaradamente en público el saqueo y destrucción de pequeños negocios, cuyos dueños en muchos casos no eran white, con el argumento marxista de que la lucha contra el racismo pasa por la lucha contra el capitalismo y la propiedad privada por pequeña que esta sea, en directa semejanza con la tristemente celebre Ofensiva Revolucionaria que Castro desató en 1968 para liquidar hasta el último rastro de la pequeña empresa en Cuba. Más triste aún es ver en televisión a un pobre comerciante, en medio de las ruinas de su esfuerzo, destruido cuando apenas empezaba a reponerse del salvaje lockdown del coronavirus, expresar comprensión y simpatía por sus victimarios en una suerte de perversa variante del síndrome de Estocolmo, o tal vez por el temor de que los vándalos regresaran a tomar venganza si no expresaba de forma pública una apropiada simpatía. Mas bien deberían estos pequeños empresarios, como en su tiempo los gremios de comerciantes y artesanos de la Edad Media, organizarse en milicias para defender su patrimonio.

¿Puede alguien, y especialmente algún cubano, creer que cualquier semejanza entre lo que está ocurriendo a estos y muchos otros americanos con los casos de cubanos que relaté anteriormente sea pura coincidencia? ¿Creen ustedes que sea exagerado afirmar que América se está “cubanizando” como Venezuela se “cubanizó”?

El nuevo y aterrador totalitarismo del siglo XXI  se ha impuesto arteramente en los Estados Unidos de América en muy poco tiempo y sin disparar un tiro, por la vía de la tecnología y las compañías “privadas”[vii]. Y el Gobierno americano, o por lo menos su Poder Ejecutivo, parece absolutamente impotente para detenerlo. Su alucinante eficiencia ya no se basa en viejitas chismosas con carencias freudianas  sino en la aviesa telaraña de las “redes sociales” donde los ciudadanos americanos, acostumbrados hasta hace poco a su libertad de expresión garantizada por la Primera Enmienda y ajenos por tanto a la necesidad de la hipocresía como herramienta de supervivencia en una sociedad totalitaria, vertieron y aun vierten cándidamente sus opiniones y pensamientos más íntimos en ese estercolero virtual donde las verificaciones inquisitoriales, incluso de expresiones emitidas largos años atrás, se pueden realizar en fracciones de segundo por los inquisidores wokeros en los malhadados  Twitter, Facebook, Instagram y otros engendros similares, cuyos creadores merecerían pasar la Eternidad en el Noveno Círculo del Infierno de Dante por el daño irreparable que han causado a lo que, con sus humanos defectos fruto de rezagos de épocas pretéritas, hasta hace poco día fuera el paradigma de una sociedad libre del miedo a expresarse, al proporcionar el vehículo ideal para que una horda de miserables depredadores que se llaman a sí mismos woke (me rehúso a llamarlos “despiertos”) y “guerreros por la justicia social”[viii], en aplastante materialización de la definición del totalitarismo perfecto de los hermanos Strugatski (“la vigilancia de todos por cada uno”), mantenga una perpetua vigilancia para  detectar el menor desliz de cualquier infeliz y entonces perseguirlo y destruirlo no solo porque sientan que se les opone, sino porque simplemente no haya mostrado su solidaridad apoyando explícitamente la “causa” y prefiera ocuparse de sus propios asuntos.

Porque lo peor, para más semejanza con el castrismo, es que los nuevos inquisidores tecnológicos y su brazo secular woke-corporativo, no sólo castigan a todo ciudadano o empresa que se atreva a disentir de los nuevos dogmas “revolucionarios” sino que incluso rehúsan el derecho de cada uno a callarse, de forma muy similar a como los castristas nos condenaban a aquellos de nosotros que consideraban “apáticos” o “poco combativos”.

Desde hace algunas semanas, si una personalidad o empresa americana “olvida” manifestar convenientemente su profesión de fe woke, la jauría inquisidora virtual en Twitter, potenciada por los medios y la prensa unánimemente unipartidistas de este país, no tardará en inundar la red con aullidos clamando por su despido o boicot para sacarlo a patadas de la existencia, sin excluir la visita de alguna horda de vándalos saqueadores, incendiarios o asesinos dolorosamente similares a aquellas Brigadas de Respuesta Rápida castristas. Ya incluso se están atreviendo a pedir cabezas, no solo de modo figurado, sino físicamente. Resulta curioso y perturbadoramente familiar que en las últimas semanas las viejas y entrañables imágenes de las voluptuosas modelos de Victoria Secret, que anunciaban tangas en las pantallas de los cargadores de carros eléctricos de cierta compañía, hayan sido reemplazadas por unos tenebrosos carteles de fondo negro con letras blancas plagados de consignas revolucionarias recordándonos, entre otras cosas, que el silencio no es una opción…

Castro se regodeaba en tildarnos de “apátridas” a los cubanos que nos rehusamos a vivir bajo su totalitarismo y escapamos de su opresión, pero que yo sepa a ningún cubano anticastrista se le ocurrió jamás la idea de quemar o pisotear una bandera cubana[ix] o profanar un busto de Martí o Maceo para manifestar su desacuerdo con la tiranía, por más que esta se haya apropiado de ellos como símbolos. ¿Cómo llamaría usted entonces a esta nueva camada de vándalos y vándalas multicolores que se regodea en quemar, pisotear, escupir u orinarse en la que debiera ser su bandera, profanar las estatuas y destruir los monumentos de los héroes de esta nación que, como dijo una vez Jorge Más Canosa, nos ha prestado hasta ahora la libertad de vivir en paz?

Como cubanos que conocimos y sufrimos el viejo totalitarismo, si nos queda tan solo una pizca de aquel amor a la libertad que nos trajo a estas playas, aunque fuera para poder olvidarnos de la política, todo este movimiento “revolucionario”, desencadenado por unas generaciones perversamente adoctrinadas hasta convertirlas en robots apátridas que odian y desean destruir su propia nación, y que ya controla la información y las fuentes de empleo como mecanismos de férrea opresión, debe ponernos en guardia y en disposición, junto a todos los demás fugitivos del totalitarismo mundial (ya sean venezolanos, nicaragüenses, chinos, coreanos, vietnamitas o iraníes), de unirnos activamente a aquellos americanos de todos los colores que estén dispuestos a luchar por recuperar sus libertades y detener la avalancha totalitaria.

Qué sensación de impotencia me dio este 4 de julio al ver en la pantalla el desfile de los formidables aviones de combate americanos, mientras a sus pies, ante las puertas de la Casa Blanca, una horda de apátridas profanaba impunemente su bandera, los blacklivematteros bloqueaban autopistas en Tampa con la consigna de “cancelar el 4 de Julio” y el Gobierno de Virginia forzaba a unos constructores a retirar su gran bandera del edificio en que trabajan por miedo a “ofender” a los protestones, todo ello con la complaciente simpatía de los presentadores de los noticieros de televisión. Las instituciones democráticas de esta República carecen hasta ahora de un mecanismo para defenderse de este ataque, sobre todo cuando una de las dos principales parcialidades políticas que comparten el poder (así como la prensa, la cultura y los medios unánimemente a su servicio) parece estar profundamente compenetrada con el movimiento apátrida-totalitario empeñado en dar al traste con la República, mientras la “mayoría silenciosa” asiste pasivamente a la destrucción de sus libertades.

A falta de un inesperado seísmo electoral que disminuya significativamente el poder de esa parcialidad nefasta y establezca un balance de poder que permita instaurar mecanismos institucionales que pongan un freno al desatado neototalitarismo tecno-corporativo y a la furia de sus brigadas de vándalos, el futuro de los Estados Unidos de América se muestra sombrío. Dependerá entonces de cada uno de nosotros si nos resignamos, una vez más, a vivir como esclavos encadenados por la hipocresía y el miedo, esta vez en tierra extraña.

Porque para nosotros, los cubanos, de aquí pa’llá no hay más pueblo

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Notas:

[i]    Al compararla con “Personal”, la frase “Recursos Humanos” me suena más bien inhumana, como si las personas fueran vacas, barriles de petróleo o vagonetas de mineral.

[ii]   Con el tiempo aprendí que todo verdadero revolucionario se refería a la organización por sus siglas “CDR” y solo los gusanos lo llamaban “Comité” a secas, pero en aras de la brevedad continuaré usando las dichosas iniciales por más que me repugne.

[iii]   https://en.wikipedia.org/wiki/Google%27s_Ideological_Echo_Chamber

[iv]    https://abcnews.go.com/Business/mozilla-ceo-resigns-calif-gay-marriage-ban-campaign/story?id=23181711

[v]     https://www.foxnews.com/us/stepmother-of-atlanta-cop-in-rayshard-brooks-shooting-fired-from-job

[vi]    https://www.nbcsandiego.com/news/local/sdge-worker-fired-over-alleged-racist-gesture-says-he-was-cracking-knuckles/2347414/

[vii]  El Gramscianismo clásico planteaba la toma del poder por los comunistas a través del control de las instituciones culturales. El aporte de los neocomunistas gringos ha sido añadir a las corporaciones.

[viii] Es interesante notar que las vidas de los pobres muchachos negros asesinados en la CHAZ de Seattle, o de los policías negros asesinados por los vándalos en otras ciudades no parecen importarles mucho a los blacklivematteros.

[ix]   Cuando el supuesto “golpe de Estado” que “intentó” derrocar a Chávez en 2002, vi por televisión el momento en que algunos opositores venezolanos intentaban quemar una bandera cubana en protesta por la injerencia castrista en Venezuela. Pero los exiliados cubanos presentes lo impidieron.

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Flavio P. Sabbatius es el "nom de plume" adoptado por un profesional que siente que el impulso irresistible de expresar su opinión heterodoxa o políticamente incorrecta, en el actual clima totalitario de rabiosa intolerancia vigente en las instituciones académicas de este país, arriesga la pérdida de su empleo y la capacidad de mantener a su familia si su identidad es revelada públicamente.

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