Tema controvertido, peliagudo y sobre el que he dudado en pronunciarme. Pero pasadas unas semanas, establecido el Gobierno por los pelos y conocido hasta la saciedad el abanico de reacciones, me decido a manifestar una opinión más de entre quienes podemos estar por apaciguar los ánimos sin que ello, a ser posible, suponga transgresión o un sesgo desmedido.
En principio, el Procés en Cataluña que culminó en la efímera declaración de independencia no se ajustaba a la legislación vigente en el país (modificable si así lo decidiese una mayoría, ¡faltaría más!) y, en consecuencia, era punible, sin entrar a valorar los modos empleados. Asunto distinto es debatir sobre la justeza del castigo o si, asumiendo el hecho de que una parte de la población allí residente es partidaria de un estatus político radicalmente opuesto, cabría considerar la conveniencia, tras lo acontecido, de rebajar la tensión política mediante decisiones que facilitasen mayor concordia y allanasen el tránsito a un diálogo que pudiera culminar en acuerdos asumibles por ambas partes. A saber: seguir dejando las cosas como están, una vía consensuada hacia el federalismo o el referéndum que, democráticamente, aclarase de una vez la voluntad mayoritaria de la Comunidad en cuestión.
Bajo esta perspectiva y tras unos años de explícito y larvado enfrentamiento, no se antoja impropio adoptar medidas que alumbren una distinta forma de relación, aunque la prevista lleve aparejada alguna que otra intención sumada y quizá engaños más o menos disimulados, lo que, al decir de Borges, facilita la comunicación. Aunque (Juan Gelman) la venganza no sea el camino y el perdón tampoco, la amnistía podría limar asperezas, acercar posiciones por ambas partes y por tal motivo podría asumirse, máxime de haber ocurrido, como se sugiere en el título, en otro momento y contexto. Porque lo que induce al disenso es que haya sido promovida por quien, mediante la misma y pese a haberse opuesto a ella en el pasado, ha querido hacerse con la presidencia del gobierno utilizando al igual que Jano, el dios de las dos caras, una máscara que, más que ocultar, lo subraya.
Como puede leerse en el Eclesiastés y he mencionado en alguna otra ocasión, hay un tiempo para cada cosa. De haberse promovido la amnistía – previa seguridad de no atentar la misma contra el ordenamiento jurídico – un año antes o después de las elecciones, probablemente la discusión habría discurrido en otros términos. En las circunstancias que han enmarcado su anuncio, apuntan a herramienta en beneficio, ante todo, de su principal artífice y, sólo por ello y la urgencia para su aplicación, cuestionable una medida que, en diferente escenario, podría ser oportuna. En mi criterio, Pedro Sánchez, por sus ansias de poder, no ha equivocado tal vez la decisión -ésta y otras-, sino el modo y momento de cacarearlas.