Fidel Castro y la música

Written by on 24/09/2019 in Critica, Historia, Literatura - No comments
Literatura. Historia. Crítica. 
Por Flavio P. Sabbatius.

Cuando Fidel Castro prohibió la música de Celia Cruz en Cuba. Tomado de la página “TodoCuba”.

Quizás la posición geográfica que la consagró como “Llave del Golfo” y “Antemural de las Indias” (lo cual le ha traído más penas que glorias) haya también influido en el desproporcionado papel que ha tenido Cuba en la historia de la música, como afirma el musicólogo y compositor inglés Howard Goodall en su Story of Music [1]. Pero también me atrevería a afirmar que la música también ha tenido una influencia desproporcionada en la Historia de Cuba.

Podría comenzar citando que el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, quien debió haber sido nuestro George Washington, pero que en su lugar fue vilipendiado, defenestrado y posiblemente chivateado a las tropas españolas por sus ruines enemigos políticos, vino a ser también, entre otras cosas, músico (¿no te acuerdas gentil bayamesa…?). Más tarde el General Enrique Loynaz del Castillo, ayudante de Campo de Maceo (y padre de una gloria de las letras cubanas, Dulce María Loynaz) dejó sembradas en la historia de Cuba las notas del Himno invasor, el que durante más de un siglo ha devenido, si se quiere, la melodía de la cubanidad a ambos lados del charco, de un lado para exaltar el patriotismo de los que perdieron su patria, y del otro para darle olor de heroicidad a la servidumbre impuesta por una longeva tiranía.

Tomado de Flickr.

Los corifeos castristas a lo largo de casi siete décadas se han lamentado de la abrumadora influencia que la cultura norteamericana ejerció sobre la Cuba republicana, pero generalmente omiten el pequeño detalle de que esa influencia fue una calle de dos vías. Para muestra un botón: la irrupción de Chano Pozo en el mundo del jazz norteamericano marcó las carreras de destacados músicos norteamericanos de mediados del siglo XX como Cal Tjader y Kenny Burrell, pero un dato simbólico aunque olvidado es que aquel que muchos consideran el padre fundador del rock & roll, Bill Haley, en fecha tan temprana como 1955 compuso quizá el primer homenaje rocanrolesco a la música cubana llamado Mambo rock, ilustrado con un acorde de El manisero [2].

Pero mi objetivo aquí es destacar la relación que tuvo la música con ese aciago accidente histórico, que descarriló a una Cuba relativamente próspera que, a pesar de los consabidos cuentos de brujas de la explotación del “imperialismo yanqui”,  la mafia y los políticos corruptos, permitía a la mayoría de sus habitantes gozar de una existencia normal,  y la lanzó en un amargo y aparentemente interminable derrotero de miseria totalitaria, dándole a su malhadado pueblo un cruel y largo anticipo de la desgraciada tendencia histórica que parece querer arrastrar a toda la humanidad a una miserable servidumbre totalitaria global en un futuro próximo, de la mano de la China hegemónica en connivencia con los traicioneros agentes detrás del meta-estado tecno-corporativo trasnacional y de los entusiastas socialistas, globalistas y otros “istas” de toda laya que lamentablemente tanto parecen entusiasmar a muchos millenials.

Desde el principio fueron los himnos por encargo

Agustín Díaz Cartaya. Tomado de Cuba.cu.

Sin contar a su inmediato colaborador Juan Almeida, compositor mediocre de melodías generalmente apolíticas (excepto aquella “Lupita” que compuso al embarcarse en el Granma, sin que quedara claro si se despedía de alguna mexicanita que tenía por novia o si imploraba protección a la Virgen de Guadalupe), Castro tenía entre sus oficiales a un tal Agustín Díaz Cartaya, quien desempeñaba la función de compositor oficial de himnos revolucionarios. Tras la famosa marcha del 26 de Julio, compuesta en torno al ataque al cuartel Moncada y devenida una suerte de “Marsellesa” criolla hasta el triunfo de Castro, Díaz Cartaya, por encargo de su señor, compuso una larga serie de solemnes y marciales himnos, como aquel “De Pie América Latina”, soundtrack oficial de las guerrillas castristas infiltradas por todo el continente, con aquella estrofa que siempre me causó tanta gracia:

 Campesinos, obreros e indios a luchar contra el yugo opresor

Como si los indios fueran otra cosa y no también campesinos (como los cultivadores de coca de Evo Morales) u obreros (como los mineros de Perú, Bolivia o Chile). Díaz Cartaya compuso muchos otros himnos por encargo, como  la “Marcha de la Tricontinental” y la de los comités de defensa, tema de esa organización represiva hasta que la obra de otro compositor más lamebotas le quitó el puesto pocos años  después.

Pero en fin, la música marcial es un rasgo común de cualquier movimiento político revolucionario, ya sea (salvando las distancias) “Yankee Doodle”, la “Marsellesa”,  la “Internacional”, la “Horst Wessel Lied”, “Giovinezza” o la marcha del “26 de Julio”. Pero solo algunos clasifican en el selecto grupo de los fanáticos o tiranos que politizaran toda la música en un himno.

Wikimedia Commons.

Por supuesto, y como en muchas otras cosas, Castro no fue original aunque sí un alumno aventajado. Su relación con la música no fue más que la versión tropical de la impuesta en su día por su verdadero maestro y modelo, que no fue ni Martí, ni Lenin, ni siquiera Stalin, sino Adolfo Hitler [3].

Excluyendo algunas prematuras y espontáneas loas en el marco del ciego entusiasmo que embaucó a la mayoría de los cubanos en 1959, como el “Sierra Maestra” de Orlando Vallejo, a raíz del fatídico “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada” en sus “Palabras a los Intelectuales”   —aun  rastreramente loadas por decrépitos alabarderos sobrevivientes como Miguel Barnet— la música fue prontamente invadida por la Revolución.

Eduardo Saborit. Tomado de EcuRed.

Primero, se proclamó como el “compositor de la Revolución” a una suerte de trovador de música guajira  llamado Eduardo Saborit, por su “Cuba, qué linda es Cuba” con su adulante verso “…un Fidel que vibra en la montaña…”, cantada estentórea yengoladamente por el declamador de décimas campesinas devenido bufón de corte y chivato [4] Ramón Veloz, junto con otra acerca de un guajiro enamorado que agradecía solemnemente a la Revolución haberlo alfabetizado para así poder leer las cartas de su novia.

Costa Gavras. Wikimedia Commons.

Sin embargo, el título le fue prontamente disputado a Saborit por otro músico cortesano, el gutural Carlos Puebla (“…Se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar…”). Las composiciones de Puebla, con su desvaída y lastimera voz y el chirriante coro de vejetes que lo acompañaba, aunque no explícitamente marciales, eran tan políticamente correctas que se les consideró dignas de ser exportadas vía Radio Habana Cuba para solaz educativo de los simpatizantes castristas de América latina y del resto del mundo. Hasta el punto que su plañidera oda póstuma al Che Guevara fue incluida por el director y militante comunista griego Costa Gavras en su película Estado de Sitio, protagonizada por el también comunista actor francés Ives Montand, donde se glorificaba a los terroristas de la guerrilla tupamara. Vale destacar que ulteriormente en su carrera Gavras realizó una película donde se criticaba al stalinismo, reflejando el despiste crónico de los intelectuales occidentales de izquierda respecto al castrismo y sus ramificaciones, como si estas fueran algo distinto del stalinismo. Al margen de lo que uno pueda pensar de las acciones de las dictaduras de derecha latinoamericanas, basta mirar a Venezuela para imaginarse el tipo de sistema político que hubieran implantado sus víctimas de haber prevalecido y tomado el poder. No exactamente una sociedad más justa.

Sin embargo, quizás donde mejor se reflejó la impronta de Hitler sobre el ideario cultural de Castro fue en el odio visceral que su régimen mostró desde el principio por el rock & roll.

Louis Armstrong. Wikipedia.

A semejanza de la aversión hitleriana por el jazz como producto decadente de razas inferiores  —los negros del sur de los Estados Unidos (como Louis Armstrong) o los judíos de Brooklyn (como George Gershwin o Benny Goodman)3— Castro, directamente [5] o a través de sus esbirros culturales, le declaró una guerra a muerte al rock como música alienante producto de un Imperialismo en decadencia y forma de penetración ideológica cultural, a la que debía oponerse la pureza de nuestra música autóctona, en curioso paralelo con el culto hitleriano a la auténticamente alemana música de Wagner en oposición a los decadentes músicos judíos, negros  y otros extranjeros de las podridas democracias.

Estatua de Benny Moré en Cienfuegos, Cuba. Wikimedia Commons.

Resulta irónico que el mismo país que produjo al descubridor de la transculturación, Fernando Ortiz, haya parido al esperpento que concibió la idea del colonialismo o penetración cultural, ya fuera el mismo Castro o alguno de sus secuaces. Se estigmatizó como “penetrado cultural” a todo aquel músico que se inspirara remotamente en acordes rocanrolescos, así como a los aficionados a oír esa música, olvidando que solo unos pocos años atrás, Bartolomé Moré, que se nombró a sí mismo Benny en homenaje a su ídolo Benny Goodman,  acopló el big band americano de los 40 con el son y el bolero cubanos, obteniendo quizá las obras más perfectas de la música popular cubana. Si se aplicase consecuentemente la lógica castrista, el justamente venerado como uno de los máximos símbolos de la cubanía, Benny Moré, sería así el perfecto ejemplo del “penetrado cultural”.

Pello el Afrokán. Tomado de la página “Havana Music School”.

A mediados de la década del 60, cuando la oleada de la beatlemanía ya recorría todo el mundo, Castro primero intentó sutilmente contener su repercusión en Cuba, tratando de crear un contraídolo nacional que en su lugar cautivara a los jóvenes cubanos y los alejara de la influencia nociva de los Beatles, los Rolling Stones, los Monkees y otros músicos del enemigo. Encomendó esta tarea a un individuo llamado Pedro Izquierdo, mejor conocido como “Pello el Afrokán”, quien creó un nuevo ritmo al que por alguna razón decidióllamar Mozambique. A pesar de la africanía proclamada por el Mozambique, es de destacar que su uso de trombones (que después abusaron los salseros puertorriqueños) puede ser fácilmente rastreado, pasando por Benny Moré, hasta Glenn Miller y Benny Goodman.

Vale señalar que a pesar de la misión encomendada al Afrokán y su Mozambique, el (escaso) contenido de sus composiciones bailables era esencialmente apolítico, con la excepción de cierta versioncilla de una canción de otra orquesta popular de la época

…la gente va llegando al baile y todos los que no son bobos se ponen a buscar pareja…

 Modificada para hablar de los cortes de caña voluntarios como:

… la gente va llegando al corte  y todos los que no son vagos se ponen a coger la mocha…

No era suficiente

Aunque Pello el Afrokán tuvo un relativo éxito en cierta parte de la juventud cubana y en el exterior  (hasta el punto de que en 1982 el mismísimo Santana grabó un cover de su “María Caracoles”), no pudo ni remotamente evitar que los Beatles, el Pop y el Rock en general cautivasen a casi toda la juventud cubana, a semejanza del resto del mundo. En consecuencia, Castro y su régimen apelaron a su expediente favorito, la represión. Las tres divas más destacadas de la primera ola del pop cubano de los 60, Luisa María Güell, Georgia Gálvez y Pilar Moráguez fueron rápida y cruelmente purgadas. Aunque nunca se dignaron a dar una explicación oficial, el rumor semioficial las acusó del nefando pecado de ser lacras sociales, en otras palabras, de lesbianismo. Otros jóvenes músicos vieron severamente limitada su expresión.

Elvis Presley strikes a pose during a 1977 concer. Tomado de Flickr.

The Beatles. Wikimedia Commons.

Benny Goodman in New York. Tomado de Picryl.

A pesar de ello, aunque ferozmente criticada, la música rock fue más o menos tolerada durante algún tiempo, sobre todo en sus versiones españolas o mexicanas [6], hasta que en 1971 el infame Primer Congreso Nacional de Mala Educación e Incultura elevó a la categoría de dogma sagrado al engendro del colonialismo o penetración cultural. Se prohibió estrictamente en la radio toda la música cantada en inglés (aunque no fuera rock), las semiclandestinas bandas de rock cubano fueron víctimas de frecuentes allanamientos policiales además de ser escrupulosamente vetadas de los medios de comunicación, y algún cotorrón o cotorrona en la prensa cultural castrista la emprendió especialmente contra Santana, por  corromper el son con el aditivo psicodélico de su guitarra eléctrica (más o menos lo mismo que Benny Moré había hecho 15 años antes con la big band de Benny Goodman) o a los Beatles por saquear el folclore hindú…  Quizás aquí tengamos el origen del “novísimo” concepto de cultural appropriation en que hoy se regodea la izquierda racista norteamericana, mal llamada liberal. ¿Apoteosis del gramscianismo?

John Lenon and Yoko Ono. Wikimedia Commons.

Curiosamente, la aversión de Castro y sus esbirros por el rock parecía ignorar el hecho de que muchos de sus exponentes anglosajones simpatizaban con su ideología, como el guitarrista de Jefferson Airplane que se pavoneaba con una camiseta del Che Guevara, el dilettantismo comunistoide de John Lennon y de su hipnotizadora Yoko Ono, las diatribas antibélicas de Creedence Clearwater Revival, Chicago o Grand Funk Railroad, el nombre del Che Guevara en la lista de agradecimientos de Woodstock, o hasta bandas profesamente comunistas como MC-5 o Rage Against the Machine. Y aunque al cabo del tiempo empezaron a salir a flote evidencias del papel de la KGB promoviendo tras bastidores todo ese movimiento [7], Castro y su régimen, aunque probablemente mejor enterados que nosotros, parecían ignorarlo todo e insistían porfiadamente en que esa era, todavía, la “música del enemigo”. Por ende, para nosotros era un símbolo de la libertad. Y así nos amargaron nuestra adolescencia.

Sin embargo, fue curiosamente la influencia de los Beatles y Bob Dylan la que produjo en Cuba un extraño subproducto musical castrista que llevó el himno a una nueva dimensión más allá de lo simplemente marcial: lo que después dio en llamarse el Movimiento de la Nueva Trova.

Convergieron por una parte el confeso dylanesco y beatlemaníaco Silvio Rodríguez y, por la otra, procedente del feeling (aquella amalgama cubana de doo-wop y  blues mezclado con bolero que produjo a Los Zafiros, Elena Burke o José Antonio Méndez), Pablo Milanés.

Como se sabe, Silvio adquirió popularidad porque comenzó por manifestarse como un joven rebelde y crítico a la Dylan (… cualquier reclamación que sea sin membrete…), pero después fue obligado a razonar convenientemente tras un largo viaje por el Atlántico sur a bordo de un pesquero.

Pablo, en circunstancias que desconozco, fue encarcelado en las tristemente célebres UMAP, compartiendo aquel campo de concentración con homosexuales, hippies, seminaristas católicos, testigos de Jehová y otros jóvenes descarriados.

Silvio Rodríguez, Fidel Castro y Pablo Milanés en la Casa de las Américas. Tomado de la página “Fidel, soldado de las ideas”.

Tras ser convenientemente purgados, curarse de sus desviaciones y recuperar su salud ideológica, tanto Silvio como Pablo comenzaron sus destacadas carreras como siervos musicales del régimen.

Silvio siempre fue un poco más críptico, difícil de encasillar en el molde del clásico artista comprometido del realismo socialista, expresándose mayormente con oscuras metáforas y figuraciones con cierto tufillo psicodélico que cada uno podría interpretar como le diera la gana, como aquel “fusil contra fusil”, que a decir de un compañero de clase mío, lo mismo podría referirse al Che Guevara que a Carretero, el jefe alzado del Escambray; la esotérica “Canción del elegido”, supuestamente dedicada a Abel Santamaría, pero cuya letra evocaba más bien la historia de un astronauta marciano de ciencia-ficción, o el surrealista “Ojalá”, que teóricamente anhelaba la desaparición de los Estados Unidos “borrado de pronto por una luz cegadora, un disparo de nieve”, oficialmente metáfora de una bomba atómica soviética, pero que otros leían como su hartura del omnipresente “viejo gobierno de difuntos y flores” de Fidel Castro “con su palabra precisa, su sonrisa perfecta”:

…para no verte tanto, para no verte  siempre, en todos los segundos, en todas las visiones…

Quizás alguien más se percató del potencial veneno encriptado en sus canciones, por lo que para curarse en salud, ulteriormente Silvio decodificó un poco el lenguaje en su título —harto sugerente de factura por encargo— “Canción urgente para Nicaragua”, que rápidamente obtuvo una jocosa versión callejera:

¡Se jodió Nicaragua, le cayó el comunismo… te lo dice un cubano que pasó por lo mismo…!

Pablo, en cambio, siempre fue más explícito en sus loas, como su alborozada apología del fusilamiento en “Cuba va” (“…por amor se está hasta matando para por amor seguir trabajando…”); su epitafio musical a Salvador Allende “Yo pisaré las calles nuevamente”, donde prometía sangrienta venganza contra Pinochet y los demás traidores que frustraron la captura de Chile por el comunismo; o quizás la más rastrera estrofa jamás cantada en lengua española a un déspota viviente:

Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló, Fidel la dignificó para andar por estas tierras…

Aquí Pablo pretende convencernos de que algo supuestamente creado por Bolívar y abrillantado por Martí, de cierta manera era aún indigno y por tanto requería que un sobrenatural Castro lo “dignificara”.

Eso, sin contar su expresa confesión a un periodista de que “lo que más admiraba de su Comandante  eran sus cojones”. Ello quizás indicaría el motivo de sus involuntarias vacaciones en la UMAP en sus años mozos…

Es curioso que al final del camino, después de haber profesado su vocación de “hundirse en el mar” y a nosotros con él— “antes que traicionar la gloria que se ha vivido” sirviendo a la megalomanía de Castro, y de asegurarnos de que “yo me quedo con todas estas cosas”, Pablo haya terminado viviendo en su lugar una suerte de exilio dorado en España, lejos de su amado tirano, desde donde se permite ahora expresar ciertas críticas al sistema. El críptico Silvio, sin embargo, permanece en su mansión de Jibacoa, viviendo de las royalties en dólares que el castrismo le permite recibir, aunque en fecha reciente se ha mostrado (ahora que se puede) algo defraudado del régimen, hasta el punto de confesar públicamente que de lo que más se arrepiente, viendo el estado actual de Cuba, es de haber compuesto alguna vez una canción que “convidaba a la gente a creerle cuando decía futuro…”.

Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Tomado de YouTube.

Pero volviendo atrás en el tiempo,  los referidos padres fundadores de la Nueva Trova, Silvio y Pablo, junto con su socio menor Noel Nicola, más el excelente a compañamiento de otros calificados músicos como Emiliano Salvador y Carlos Averhoff, bajo la dirección musical del talentoso guitarrista clásico y compositor Leo Brouwer, fueron agrupados por algún burócrata cultural en una banda oficiosa y ostentosamente llamada Grupo de Experimentación Sonora [8], aunque sus producciones no tenían nada que ver con ninguna experimentación musical como la que realizaba en esa época gente como Pink Floyd, Emerson Lake and Palmer, Yes o Led Zeppelin.

En realidad, lo que la banda fabricaba (aunque por encargo, no sin cierta calidad musical con timbres de jazz y —¡horror de horrores!— rock) eran también “himnos”. Pero lo peor de los “himnos” del grupo lo aportó una astrosa, genuflexa y épicamente fea cantante llamada Sara González. Esta Sara González exhibía como pedigree musical ser hija de cierta compositora llamada María Álvarez Ríos, que en tiempos del Afrokán se vio de alguna forma compulsada a escribir un extraño Mozambique, donde entre otras cosas mencionaba que la reina Semíramis de Babilonia, con lo que se había divertido, no sabía lo que se había perdido por no haber nacido en la “era del mozambique”. Obviamente, esto no despertó mucho interés entre los bailadores de mozambique.

Sara González. Tomado de “Isla Local”.

Los himnos de Sara González —que jamás supo cantar otra cosa que no fuera un panfleto político— con el Grupo de Experimentación Sonora podrían contarse entre las más fervientes melodías propagandísticas oficiales de todos los tiempos, quizás si exceptuamos a Corea del Norte. Recordemos su exaltación a la servidumbre juvenil en las escuelas en el campo; su épica oda a Playa Girón (más el fiasco de la misteriosamente torpe y errática inteligencia y política exterior norteamericana, la cual abandonó al puñado de cubanos que  arriesgaron su vida para luchar contra el tirano, y que sufrieron la derrota por la abrumadora superioridad numérica del ejército castrista); su belicosa “Toma de conciencia de un tupamaro” y, sobre todo (en unión de Pablo), “En cada cuadra un comité” que desbancó al añejo himno compuesto por Díaz Cartaya como melodía oficial de la organización represiva más perfecta concebida por el totalitarismo.

Grupo Moncada. Tomado de L’Ostia-Blogger.com.

La Nueva Trova también contaba entre sus agentes  a otros corifeos de menor categoría, como el grupo Moncada (ya el nombre era una genuflexión en sí mismo), dirigido por un exfilósofo de la Universidad de La Habana, llamado Barranco, que por alguna razón decidió cambiar los sofismos por la música. Moncada, por decreto, se caracterizó por darle su mano al indio y cantar a la solidaridad-latinoamericana-en-la-lucha-contra-el-imperialismo-y-la penetración-cultural, imitando los melancólicos aires de grupos folclóricos andinos de ideología comunista como Inti-Illimani o Quilapayun mediante el uso de instrumentos ancestrales de esas tierras como quenas y charangos, estos sí verdaderamente ajenos a la tradición musical cubana, a pesar de que esta tradición sea tan elástica como para haber incluido no sólo a las big bands gringas en el son montuno, sino a una corneta china como instrumento solista en las congas santiagueras.

Curiosamente, al cabo de algunos años Barranco hizo otra mágica metamorfosis y se tornó de incaico en rockólogo, dedicándose en su programa de radio a difundir y explicarnos concienzudamente a los cubanitos el valor del arte de Pink Floyd, Fleetwood Mac, Jimi Hendrix, Queen y hasta del experimentador electrónico Isao Tomita. Esto sugiere que a pesar de su aventura moncadista, Barranco en su fuero interno fue siempre un ferviente amante del rock, y su coyuntural “arte folclórico revolucionario”,  simplemente otra de las manifestaciones de la doble moral que caracteriza la existencia —supervivencia— bajo un régimen totalitario.

Pero quizás la máxima expresión de doble, triple o cuádruple moral como herramienta de supervivencia musical bajo el castrismo la constituyó la historia de Osvaldo Rodríguez.

Osvaldo Rodríguez. Tomado de “El Lumpen”.

Talentoso músico y excelente guitarrista, Osvaldo Rodríguez -—en su momento suerte de Stevie Wonder cubano— fue uno de los pioneros del rock en Cuba, junto a sus amigos también músicos ciegos como él, primero en el cuarteto Voces del Trópico y después con su banda Los 5U4, que adquirió cierta fama entre los jóvenes baby boomers cubanos con sus decentes solos de guitarra, uso de efectos de distorsión y cierto contenido psicodélico en piezas como En 5 minutos o El sueño de los gatos. Incluso, se atrevieron a grabar y difundir una versión en inglés de una de sus canciones, Estoy fuera de curso. Desafortunadamente, y a semejanza de sus demás compatriotas rockeros, Osvaldo no tenía acceso a la más codiciada presea a que aspira un artista, deportista o profesional cubano: poder salir. Las giras internacionales eran patrimonio exclusivo de los músicos tradicionales o de los agentes de la Nueva Trova.

Así que no es de extrañar que algún tiempo después del fatídico Primer Congreso Nacional de Mala Educación e Incultura, Osvaldo abandonara apresuradamente su banda de rock y se dedicara a cantar boleros (eso sí, sin desechar su guitarra eléctrica), afanoso por limpiarse al acercarse más a la tradición y de esa forma mejorar sus chances de salir. Sin embargo, en algún punto “alguien” le sugirió que para que se olvidaran sus pasados pecadillos de penetrado cultural y obtener su ansiado viajecito, Osvaldo debía hacer un pequeño esfuerzo adicional. Y fue así que de repente un día apareció en la TV cantando “En el XX Aniversario”, también llamado “Viva la Revolución”, himno que vino a resucitar la casi olvidada tradición del himno marcial de Díaz Cartaya. Pero al año siguiente, Osvaldo se superó a sí mismo con “La marcha del pueblo combatiente”…

José Maria Vitier. Tomado de YouTube.

Algunos dicen que en realidad no fue Osvaldo el que compuso el oprobioso himno, sino José María Vitier [9], otro aventajado agente de la Nueva Trova, y que Osvaldo fue de alguna forma obligado a interpretarlo. Pero en cualquier caso fueron la entusiasta voz y la imagen de Osvaldo las que prestaron banda sonora a uno de los episodios más oscuros de la historia de Cuba, loando la brutal represión masiva (“…en sus vidas clavamos nuestras lanzas…”) desatada por las turbas de fanáticos (o mayormente hipócritas) contra aquellos cuyo único pecado era querer salir, irse, en fin, fugarse de la prisión y no seguir atrapados por “Cuba con Fidel”. A este le siguió otro himno aún más rastrero que se atrevió a ensalzar lo que ni Díaz Cartaya, ni Pablo, ni siquiera Sara González habían osado alabar: el dominio soviético sobre Cuba. El himno dedicado al cosmonauta Tamayo, pasajero tropical invitado a un vuelo rutinario de una nave orbital Soyuz, proclamaba:

… en ruso y español un Patria o Muerte por Lenin, por Martí y el socialismo…

Después de semejante profesión de fe, era impensable que Osvaldo no “resolviera su viajecito”. Llegó incluso a ganar un premio en un festival internacional.

Pedro Luis Ferrer. Tomado de YouTube.

No obstante, por propia experiencia he comprobado que los comunistas tienen a veces una suerte de olfato lobuno para detectar al disidente secreto escondido detrás del militante y, a pesar del entusiasmo revolucionario de sus marciales éxitos ideológicos, Osvaldo cayó en cierta penumbra. Ya en los días del “Período Especial”, siguió los pasos rebeldes de Pedro Luis Ferrer, otro destacado músico que tuvo una curiosa evolución: del rock con Los Dada a la Nueva Trova con su correspondiente himno panfletario (“Las artilleras”) terminando con ácidas guarachas agudamente salpimentadas con atrevidas críticas al sistema como en “Cien por ciento cubano”,  “Marucha la Jinetera” o “La Habana está poblada de consignas”, que le valieron la visita de los cuerpos represivos. Osvaldo, por su parte, se atrevió a blasfemar de los “santos patrones” de la Nueva Trova, pidiéndoles:

Ay San Silvio, ay  San Pablo, regálenme un viajecito y por mi madre que no hablo[10]

No pude menos que sentir pena por Osvaldo cuando —después de que por fin le regalaran su viajecito y lograra refugiarse en Miami— al aparecer en el programa de Jaime Bayly para declarar su repulsa al castrismo, una señora —quizá una de aquellas víctimas en cuya vida “clavaron sus lanzas” alegremente las turbas represoras al son de la vibrante voz de Osvaldo— llamó por teléfono para preguntarle qué misión le había encomendado la Seguridad del Estado… Y es que, en descargo de Osvaldo y otros como él, no podemos  simplemente desechar el argumento de que los intelectuales y artistas nazis arrepentidos esgrimían para defenderse de sus críticos de las democracias vencedoras:

Ustedes no tienen idea de lo que uno se ve obligado a hacer para sobrevivir bajo ese sistema.

No se le puede pedir a todo el mundo que sea un héroe, o un santo… pero no en balde 25 siglos atrás, los filósofos griegos ya afirmaban que la tiranía fertiliza lo peor del ser humano.

No obstante, sería injusto dejar solo a Osvaldo en esta reseña de la doble moral musical inspirada por Castro.

Oscar de León. Tomado de “La Nota Latina”.

En los inicios de la infiltración cancerosa del castrismo en Venezuela, Oscar de León fue invitado a venir a Cuba. Uno de sus tonos que más pegó fue aquel que rezaba:

Defiéndete tú, y déjame a mí, que yo me defiendo como pueda…

Semejante oda a la privacidad y la libertad personal no pudo menos que levantar roncha. No sé si a motu propio o comisionado por Castro, el ya provecto comandante-compositor Almeida saltó al ruedo y compuso apresuradamente una réplica en tiempo de guaracha. Se encomendó la misión de cantarla a una jovenzuela de no mala voz que se hacía llamar Chu, insistentemente promovida en la televisión, según el rumor, por las “relaciones” que sostenía con cierto anciano dirigente cultural. A grito entusiastamente pelado, Chu trataba de convencernos de que:

No es que te defiendas tú ni que me defienda yo, es que en esta sociedad [colectivista] nos defendemos los dos…

Miriam Bayard. Tomado de amazon.com

Sin embargo, al obtener en recompensa su merecido viajecito, lo primero que hizo Chu fue renunciar a esta sociedad, desertar y quedarse en Suecia. Por aquel mismo tiempo, cierta oscura cantante llamada Miriam Bayard se dio a la tarea de difundir en Cuba sus versiones de la cuasi pornográfica y efímera danza brasilera llamada lambada. Bayard confesaba enfáticamente que su misión era hacer, mediante el encanto de la lambada, que los jóvenes cubanos olvidasen de una vez por todas al dichoso rock. Menos afortunada que Chu, cuando Bayard obtuvo su viajecito, tan solo pudo quedarse en República Dominicana.

Al calor de la frustrada Perestroika, y a semejanza de lo que hacía Barranco en la radio, otro músico cubano llamado Rembert Egües (hijo del flautista de la orquesta Aragón Richard Egües, pero notable músico por derecho propio) lanzó un programa de televisión llamado “Todo en Música”, donde se permitía poner clips de las grandes bandas de rock anglosajonas. Desafortunadamente, una noche se le ocurrió el disparate de traer a Leo Brouwer para entre los dos dilucidar por qué la juventud cubana rechazaba tercamente la música local y seguía fascinada por el rock después de 30 años de persecución. Así, tras cada clip de entrevistas de  Rembert a jóvenes en las secundarias y preuniversitarios, donde estos se quejaban de la mediocridad de la música tradicional que se fabricaba en Cuba y de su mala calidad en comparación con el rock, Leo intervenía para analizar y demostrar técnicamente por qué estos jóvenes tenían razón. Esa fue la última vez que se transmitió el programa, siendo sustituido por un bodrio llamado “Yo también soy Joven”, consistente en entrevistas a alguna senecta celebridad local, amenizada por la afónica trompeta y la cascada voz del cantante de algún añejo septeto de son, reliquia de los tiempos del machadato, afirmando que

…joven ha de ser quien lo quiera ser por su propia voluntad…

Afortunadamente, al lograr yo también escapar del presidio-manicomio castrista, pude al fin disfrutar en libertad de todo el rock que me dio la gana de escuchar hasta que, desencantado por su decadencia y muerte natural, me pasé al jazz, el blues, la música clásica y… ¡la vieja música popular cubana! Desde el principio me llamó la atención que los cubanos en el exilio escuchan más salsa o música popular cubana que rock o ninguna otra cosa. Por otra parte, una de las sorpresas más grandes de mi vida me la llevé en Seattle, cuna de Jimi Hendrix y Kurt Cobain, cuando en una tarima en el parque cerca de la Space Needle escuché los quejumbrosos acordes emitidos por una banda de quenas y charangos andinos, al estilo de Moncada

Pero sobre todo no tuve que sufrir más himnos loando al tirano, así que para mi salud espiritual hasta hoy he perdido el rastro de las sucesivas generaciones de alabarderos musicales que siguieran a Silvio, a Pablo u Osvaldo.

Estatua de John Lenon en un parque de La Habana. Tomado de Wikipedia.

Sin embargo, vivir para ver. Nadie en los años 60 o 70 podía siquiera imaginarse que un día Castro presidiría la develación en un parque de La Habana de una estatua de John Lennon, el arquetipo del “jovenzuelo con pantaloncitos apretados y guitarritas” que [el Comandante] condenaba en sus discursos5. O que los ancianos Rolling Stones darían por fin un concierto multitudinario en la Ciudad Deportiva de La Habana… Quizás solo la muerte natural del rock pudo propiciar ese milagro…

Pero, en contra de la inocente creencia de Mick Jagger, a pesar de la visita de los Rolling Stones, las cosas no han cambiado realmente en Cuba. Creo que hay cosas que nunca cambiarán. Anda ahora por ahí en YouTube un nuevo himno titulado “Cabalgando con Fidel”,  que acaba de componer un tal Raúl Torres. No tuve estómago para escucharlo, pero sí para constatar que YouTube está repleto de videos musicales de propaganda castrista proveniente no solo de Cuba, así como de innumerables alabarderos del afortunadamente finado sátrapa que expresan agresivamente su adoración a la tiranía desde muchas naciones, sin que la censura de Google, tan activa en bloquear a ciertos conservatives americanos, tenga nada que objetar.

Pero quizás, lo más irónico en la historia de la relación de Castro con la música fue la revelación que el mismo déspota hizo a María Shriver, cuando ésta le preguntó en su célebre entrevista televisiva de hace unos años acerca de sus verdaderas preferencias musicales.  Para sorpresa de todos, la música que más disfrutaba el tirano en su intimidad no era ni la de Carlos Puebla, ni Pello el “Afrokán”, ni Silvio, ni Pablo, ni Sara González, ni Osvaldo. Todos los denodados esfuerzos de estos infelices no fueron suficientes para llegar a disfrutar de la preferencia estética del dictador.

No, Castro le dijo a la Shriver que la música que él disfrutaba escuchar en sus escasos ratos libres era la de… ¡Beethoven!

Cualquier semejanza con el Führer es… pura coincidencia, ¿verdad?

[1] Goodall, Howard: The Story of Music. Pegasus Books, NY, 2013, pp 302.

[2] https://www.youtube.com/watch?v=gYBJcuaWxMk

[3] Sobre Hitler, la música y las curiosas semejanzas con los postulados ideológicos castristas ver: https://www.historylearningsite.co.uk/nazi-germany/music-in-nazi-germany/.

[4] Cuenta el rumor que Ramón Veloz delató al G2 una conjura en la que estaba implicado su propio hijo, y en recompensa el chico fue exonerado aunque discretamente desaparecido por un tiempo.

[5] En sus propias palabras, el tirano todopoderoso (y de paso homofóbico), ya en los inicios de su largo reinado, desencadena su ira contra “aquellos jovenzuelos feminoides con pantaloncitos apretados y guitarritas”. Me pregunto qué dirían los rockeros izquierdosos si vieran este video: https://www.youtube.com/watch?v=9JSCrBsG5zc

[6] Es curioso notar que tanto España como México, a pesar del espontáneo y explosivo florecimiento de bandas de rock que tuvieron durante los años 60 y 70, con el paso del tiempo y sin intervención estatal volvieron por si solas a sus raíces, la primera al flamenco y el segundo a las rancheras y corridos (o narco-corridos)…

[7] https://medium.com/@JSlate__/how-the-soviet-union-helped-shape-the-modern-peace-movement-d797071d4b2c

[8] En realidad, Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos.

[9] José María Vitier –esa pobre réplica de Rick Wakeman– merecería un capítulo aparte por sus grandilocuentes composiciones en sintetizador encaminadas a subrayar el heroísmo de los  revolucionarios muertos, según la extraña estética castrista.

[10] Para las guarachas disidentes de Osvaldo ver: https://www.youtube.com/watch?v=WwF4-XkA4KI

 

 

 

 

 

 

©Flavio P. Sabbatius. All Rights Reserved

About the Author

Flavio P. Sabbatius es el "nom de plume" adoptado por un profesional que siente que el impulso irresistible de expresar su opinión heterodoxa o políticamente incorrecta, en el actual clima totalitario de rabiosa intolerancia vigente en las instituciones académicas de este país, arriesga la pérdida de su empleo y la capacidad de mantener a su familia si su identidad es revelada públicamente.

Leave a Comment