No sé de las relaciones que manteníamos cuando aún andábamos encaramados a los árboles pero, según conocemos, fue poner los pies en el suelo y darnos a pelear, sin que desde entonces y en los miles de años transcurridos haya cambiado nada. ¡Pero si hasta Jehová, según cuenta el Génesis, llovió sobre Sodoma azufre y fuego! En las cuentas de James Hillman, 14.600 guerras en 5600 años sin sumar las actuales en Sudán, Ucrania o Gaza, de modo que eso de que a fuerza de errores se aprende a pensar, pura entelequia porque lo único sin dudas al respecto es que, más allá de tecnologías o contriciones, sigue reinando Eride, la antigua diosa de la discordia, dando razón a Ingeborg Bachmann cuando afirmó que las guerras ya no se declaran: se prosiguen.
Seguimos matando para hacer nuestro el terreno vecino y ampliar fronteras, por imponer creencias o conseguir las riquezas de un subsuelo que sostiene a otros, para evitar ser cuestionados, afirmar supremacías, por desprecio étnico, genocidios en bien de la humanidad, buscar salida al mar o, simplemente, por ganas de apropiarse del pareado y demostrar / que se se cuenta con un par… Caen misiles sobre colegios y hospitales aunque los agresores repitan que sus objetivos son militares y, la destrucción, una “operación especial” (Putin) o años atrás, caso del bombardeo sobre Serbia, mera “intervención humanitaria”. Al tiempo que ello sucede, los menos se ocupan en restañar heridas; hidratación, analgesia y miles de millones de un gasto sanitario evitable y que, en diferente contexto, podría beneficiar a toda la población en lugar de ser el resultado de repetidas locuras que imponen necesidades terapéuticas por carencia de ética en el origen de los conflictos.
En las últimas guerras, más del 80% fueron/han sido víctimas civiles. Se asesina a familias enteras, en un 25% se trata de niños —según he leído— en el reciente conflicto palestino-israelí, y con anterioridad ocurría algo similar. De ahí los versos de Neruda en 1936:
Venían del cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
Después de tantos milenios y para una mayoría sigue siendo de no creer, pero parece que las consecuencias no importan demasiado a los actores y es que (Duchamp), después de todo, los que mueren son siempre los otros y, quienes queden, habrán de correr con los gastos de reconstrucción y sanitarios, como apuntaba. Como cualquiera concluiría, la humanidad no aprende ni lleva camino de ello a juzgar por lo que acontece desde la prehistoria a día de hoy y, tal vez, el único remedio sería llegar al universal acuerdo de implantar a todo/a recién nacido/a un dispositivo de inteligencia artificial (la natural no da de sí) al tiempo que se corta el cordón umbilical.
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