Es frecuente que en los debates el interlocutor eleve su tono de voz, y escuchar en los medios de comunicación igual exceso al punto de recordar a Estentor, aquel que en la Ilíada “gritaba como 50 guerreros…”. Los gritones parecen creer que esos chillidos cargan de razón sus argumentos, facilitarán en los diálogos la persuasión que persiguen y despertarán una mayor atención, cuando acostumbra a suceder todo lo contrario porque el oyente desearía cortar o, de estar en su mano, apagar la emisión.
Para ese hablar de altavoz existen motivos varios que, de no obedecer a la distancia o sordera del receptor, tienen escasa o nula justificación porque probablemente y de rebajar los decibelios, el que escucha no se sentiría agredido y, en consecuencia, movido a escapar. Como ejemplos, baste con reparar en los comentaristas de fútbol por radio o a esos otros que, en las discrepancias, se revelan incapaces de bajarse del burro y aceptar siquiera en parte la opinión ajena; advertencias pronunciadas como armas arrojadizas, gritadas las consignas y eslóganes sobre cualquier reivindicación… Se diría que para subrayar, convencer o regañar, es insuficiente lo que se dice de no hacerse en muchas ocasiones vociferando, desde el goooool a un ¡ni se te ocurra!, ¿por qué has llegado tan tarde?, o el dolido ¡qué pretendes?
Sin embargo, y como apuntara Musset, sólo el silencio es fuerte. Sin duda, y frente a la situación o intención que sea, hay mejores alternativas que la de atacar los tímpanos, propios y ajenos, al extremo de que si no se es capaz de modular la voz, quizá fuera mejor callar. Y viene todo lo anterior a propósito de las actuales disputas entre políticos de distinto signo cuando, a más de exponer sus puntos de vista, quieren a un tiempo laminar al adversario. Quizá no se hayan percatado de que podrían lograr, con ese abroncamiento, un resultado contrario al que desean. Y es que encima, y por más que se vocee, los oyentes sólo prestarán atención a lo que más les guste. Como suele pasar, orillando la objetividad, en otros órdenes de la vida. En cuanto al orador del dibujo y a pesar de su nariz de Pinocho, nada que ver con el títere recientemente apaleado en Madrid y estos días en candelero. No fuesen a pensar…