La conocí personalmente en 1971, cuando «éramos tan jóvenes», para decirlo con el título de una excelente serie argentina disfrutada en Cuba.
Sí, ese año la actriz y directora teatral aficionada (hoy destacada profesional escénica, residente en Madrid) María Elena Espinosa, y quien ahora teclea nostálgico esta crónica, convocados por el desaparecido actor y director de la Escuela Nacional de Teatro Gerardo Fernández, emprendimos la hermosa tarea de crear en Cuba la primera Cátedra de Teatro para Niños en la Escuela Nacional de Teatro (ENAD, que con las de Danza, Ballet, Artes Plásticas y Música, conformaban las distintas escuelas especializadas de la Escuela Nacional de Arte, ENA).
Allí, este entonces casi inédito poeta aficionado se había graduado dos años antes de una «carrera técnica»: Musicalización y Sonido, tras estudiar dos cursos de otra: Diseño Escenográfico.
Dados a esta otra hermosa tarea de creación (que desde la adolescencia atrapara en la red de la poesía a este luego también empedernido periodista cultural), tras investigar entre los mejores profesionales de la época, Malena y yo supimos que la relevante actriz y doctora en Pedagogía Elvira Cervera —tras su expulsión en 1971 del Instituto Cubano de Radiodifusión (ICR, luego se le añadiría la T de Televisión), había sido «trasladada» (léase: tronada) a una de las editoriales del Instituto Cubano del Libro (Pueblo y Educación), donde laboraba como editora.
La causa del castigo y la disminución de salario había sido su obcecada defensa de los derechos de los actores negros, relegados a exclusivos y excluyentes papeles de criados y esclavos en los más populares espacios de la TV (Novelas y Aventuras), por el ya entonces obsoleto organismo, presidido por el oscuro abogado y Comandante guerrillero de la Sierra Maestra Jorge Serguera.
Pero lo cuento con detenimiento: La notable actriz, admirada desde los años cuarenta del pasado siglo por su laureada trayectoria radial y, solo parcialmente, televisual, en 1971 (recién finalizada la celebración del sovietizado Congreso de Educación y Cultura), sería castigada por su incansable lucha en pro de sus colegas negros en la TV Cubana.
Sin temor, con amor
A Malena y a mí no nos arredró la injusta medida a que había sido sometida; al contrario, el castigo nos mereció la mayor atención por el abuso cometido. Por ello, conseguimos su teléfono, la citamos y enseguida vino a nuestro encuentro la gentil artista, a quien apenas le explicamos nuestro novedoso proyecto, quedó de inmediato convencida de nuestro promisorio empeño, hasta entonces inédito en la Isla.
A partir de ahí, todo fue sobre ruedas: Malena y yo, tan jóvenes, nos agradeció nuestro llamado, en virtud de tres de sus virtudes, afines al pensamiento de José Martí, tan admirado por ella como por sus convocantes: la utilidad, la virtud y su afán de servicio.
La culta pedagoga, estupenda actriz y excelente ser humano, amén de simpática mujer de incambiable carácter, con su habitual bondad, de inmediato se entregó a quienes la convocábamos, solicitándole su inestimable colaboración como profesional de la cultura y la educación.
Con el arrojo entusiasta de los jóvenes que éramos entonces, ya habíamos comprometido a otros destacados profesionales, tales la artista plástica y teatrista uruguaya Susana Turianski (fundadora de la célebre compañía teatral El Galpón), como a otros dos prestigiosos artistas cubanos: el constructor de títeres Rubén Uría y la actriz y titiritera Silvia de la Rosa.
Y, con tales integrantes de lujo, por fin, dimos apertura a la flamante «cátedra», término al que yo siempre añadía —humor mediante— que casi ninguno era «catedrático», pues sólo ella lo era, para lograr el goce y la inmediata risa de Elvira, quien se doctoraría de Pedagogía en 1976; pero por estrictas razones de los esquemas educacionales por los que se regía el centro educacional, debíamos denominar así a aquel conjunto de soñadores.
Cada reunión de la Cátedra era el mejor y más divertido momento de planear actividades que estimularan y enriquecieran las clases de nuestros muy jóvenes estudiantes, a quienes los incentivábamos con eventos literarios y artísticos en las noches. Entre ellos, recuerdo que quien escribe planeó y logró llevar a la ENAD a figuras de la cultura cubana que también entrevistaba ante los alumnos, y ellos luego les formulaban preguntas sobre su vida y obra.
Así, logramos motivar a aquellos muchachos, hoy prestigiosas figuras del teatro, como los fallecidos dramaturgos y actores Alberto Pedro Torriente y Mauricio Coll Correa; Lilliam y Mauricio Rentería, Mabel Roch y Gilberto Reyes, como Jorge Félix Alí, entre otros.
Y no era para menos, pues llevé a la Escuela a varios de los más importantes poetas, narradores y teatristas, entre ellos, a los más tarde Premios Nacionales de Literatura Dora Alonso y Félix Pita Rodríguez, como al mejor crítico y ensayista cubano de todos los tiempos Rine Leal (cuya fiel amistad tuve y mantuve durante décadas hasta su torpe fallecimiento en Venezuela), por sólo mencionar los que ahora recuerdo.
Elvira íntima
Era tanta la fusión de Elvira con Malena y conmigo, que este hoy nostálgico sesentón aún recuerda su alegría cuando la visitaba en la calle Josefina 222, en el Reparto El Sevillano, en La Víbora.
Entonces, la actriz y maestra (en su mejor acepción) expresaba su júbilo porque —decía— «estoy más cercana de la creación con ustedes, jóvenes», tal solía confesar a quien ahora la evoca con la tristeza/alegría de la memoriosa saudade y el hondo afecto por el inolvidable pasado, por mejor disfrutado en su compañía.
Cuando Mayra y yo nos casamos en 1977, Elvira acogió a la joven esposa con el cariño que siempre me demostró; a mi vez, yo se lo devolvía con el tierno calificativo de «mi madre negra», tal siempre la denominé.
Así, yo le confesaba el afecto y la lealtad entregados a la admirada mujer, como agradecimiento de su discípulo-pupilo, quien bien sabía de su calidad humana, solo comparable a las de las compartidas con otras dos creadoras nunca olvidadas: las poetisas Dora Alonso y Rafaela Chacón Nardi, cuyas ejecutorias literarias y humanas serían y son motivo de referencia en quien escribe.
La vida nos corroboraría a Mayra y a mí la altísima condición humana de Elvira, cuyos numerosos gestos evidenciaban su sencillez y agradecimiento.
Lo corroboraría, años más tarde, nuestro más que amigo, hermano: el muy destacado actor y director teatral Francisco (Pancho) García, hoy Premio Nacional de Teatro, quien nos confesaría su inquebrantable afecto por Elvira, por él comprobado con la creación y estreno de una obra suya dedicada a la ya entonces anciana actriz, ya olvidada en su hogar de El Sevillano por un retiro impuesto, si bien podríamos disfrutarla en alguna novela de TV, a la que sería llamada muy de tarde en tarde, en un infértil gesto no de saldar, sino al menos mitigar la arcaica injusticia del oscuro abogado santiaguero y Comandante de la Sierra que, por fin, pagaría la afrenta con su merecida muerte, ocurrida pocos años atrás.
La vida para mí fue un reto
Tal fue el título de su excelente testimonio autobiográfíco publicado en el 2007, en una no muy extensa, pero sí intensa tirada, por la editorial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC): Ediciones Unión, tras largos esfuerzos de Elvira.
Quienes la conocimos desde décadas atrás, nos convenció su valiosa y honesta narración, pues nos emocionó la valentía y el arrojo de su confesional volumen, desaparecido en muy poco tiempo de las escasas librerías en que se puso a la venta.
De lo experimentado durante la lectura de su volumen, le confesé mi anterior opinión a la querida amiga, quien me contó cuánto trabajo le costó sacarlo a la luz, pero que por fin había logrado el objetivo central de la última década de su fértil existencia.
Bien sabía su ya no joven amigo cuánto empeño había puesto en tan importante libro, en cuya escritura laboró intensamente, con el entusiasmo y el rigor puestos en todo cuanto creó y entregó a tantos la inolvidable estrella negra de Cuba, la que más alto vuelo alcanzó en el mundo de la interpretación radial, televisual y cinematográfica.
La noticia de su muerte a los 90 años, el pasado miércoles 27 de marzo, en una fecha que resultaría el último homenaje: Día Internacional del Teatro, me hizo rememorar su nacimiento —en Sagua la Grande, antigua provincia de Las Villas— en el lejano 4 de enero de 1923 (“nacida el mismo mes que tú, hijo”, me confesó en algún momento).
En diversos instantes de nuestras incontables charlas, con no poco orgullo, me habló de sus humildes padres (albañil y ama de casa, “extremadamente pobres”); no obstante, la sensible adolescente y joven Elvira, tozuda y obstinada como pocas, los convencería de su pasión por el arte, un reto para la joven negra de entonces, por lo que llegaría a la radio con la ayuda de otro inolvidable: Barbarito Diez.
Final
Laureada con la Distinción por la Cultura Nacional —otorgada por el Consejo de Estado, en 1983—, merecería además el Premio Nacional de Radio, en el 2003. Tales fueron algunos de los galardones que le fueron otorgados a la incansable actriz, a la valiosa pedagoga, a la rebelde mujer.
Con su viaje a la posteridad, se cerraba la espiral de una de las más ricas existencias artísticas de Cuba, marcada por el compromiso con la verdad y la honestidad, por la incansable lucha en pro de los derechos de los actores negros, por una Cuba sin prejuicios y por la plena libertad de todos.
[Fotos: Cortesía de su hija, la actriz Alejandra Egido]
Waldo González López (Las Tunas, Cuba, 1946). Poeta, crítico literario y teatral, periodista cultural y promotor cultural, ha publicado 15 volúmenes de poesía, cinco de décima y un volumen de ensayo (Escribir para niños y jóvenes (1983, de consulta en los Institutos Superiores pedagógicos cubanos), un libro de crónicas y cerca de 30 antologías y selecciones de poesía, entre las que descuellan las dedicadas a las obras de García Lorca, Antonio Machado, Rafael Alberti, Emilio Ballagas, Jacques Prévert y William Butler Yeats. Colabora con publicaciones cubanas y extranjeras con ensayos, artículos, crónicas y poemas. Sus versos han sido traducidos a varias lenguas y publicados en distintos países. Ha traducido a Jacques Prévert, Marie de France, Moliere y otros grandes poetas franceses, como a varios poetas actuales de Canadá, como Denise Boucher, exPresidenta de los Escritores de Québec, de quien tradujo varios textos publicados en la revista Casa de las Américas. En 1994 apareció su antología del primero de éstos (Paris at night), con selección y traducción suyos. En 1994, versiones suyas de importantes poetas de Polonia, le fueron solicitadas e incluidas en la antología Poesía polaca (Arte y Literatura). Ensayos suyos han sido incluidos en antologías publicadas en Cuba durante las últimas décadas, como Nuevos críticos cubanos (1983), Acerca de Manuel Cofiño (1989) y Valoración múltiple de Onelio Jorge Cardoso (1989), preparadas por los destacados ensayistas José Prats Sariol, Ernesto García Alzola y Salvador Bueno (exPresidente de la Academia Cubana de la Lengua), respectivamente.
Entre 1990 y 2010, Waldo González Lopez fue periodista cultural de las revistas Bohemia, Mujeres y Muchacha y colaboró con numerosas especializadas, como Casa de las Américas, Unión, La Gaceta de Cuba, Universidad de La Habana y Biblioteca Nacional José Martí. Recibió importantes reconocimientos por su labor escrituraria y periodística, como, entre otros: Mención del Concurso Plural (México, 1990) por su poemario Salvaje nostalgia; Premio “13 de Marzo” (1976), de la Universidad de La Habana, por su poemario para niños Poemas y canciones y varias Menciones en los Concursos «Ismaelillo», de la UNEAC y «La Edad de Oro», de la Editorial Gente Nueva.
Algunos de sus libros publicados: Salvaje nostalgia (poesía, 1991), Casablanca (poesía, 1995), Las palabras prohibidas (antología de su poesía, entre 1983 y 1995; 1997), Ferocidad del destino (poesía, 2001), Espinelas con espinas (décimas, 1981), Que arde al centro de la vida (décimas, 1983), Estos malditos versos (décimas, 1999; reditado en 2001), La soledad del actor de fondo (primera antología del monólogo teatral cubano, 1999), Cinco piezas en un acto (2001), Poemas y canciones (poesía para niños, 1977), Donde cantan los niños (poesía para niños, 1983), Jinetes del viento (poesía para niños, 1989), Libro de Darío Damián (décimas para niños, 1995) y Voces de la querencia (2005).
Entre el 2001 y el 2004, publicó las colecciones: Viajera intacta del sueño. Antología de la décima cubana (2001), Añorado encuentro. Poemas cubanos sobre boleros y canciones (2001), Este amor en que me abraso. Décimas de José Martí (2003), De tu reino la ventura. Décimas a las madres (2003), Que caí bajo la noche. Panorama de la décima erótica cubana (2004) así como el poemario para niños Voces de la querencia (2004), como los de crítica literaria Escribir para niños y jóvenes (1983), La décima dice más (2004) y La décima, ¿sí o no? (2006). Asimismo, el volumen de crónicas Niebla en la memoria (1990), el de ensayos (sobre lectura y literatura) Los libros de la vida (Ecuador, 2008) y una treintena de antologías de poesía y poesía para niños, décima, cuento y teatro de autores extranjeros (William Butler Yeats, Jacques Prévert, García Lorca, Rafael Alberti…) y cubanos de varias generaciones. Creó la Colección Clásicos de la Décima en el Programa Martiano, por la que publicó antologías de José Martí, los Premios Nacionales de Literatura Jesús Orta Ruiz, Indio Naborí, y Roberto Fernández Retamar, así como otras de diversos autores de distintas promociones, dedicadas a distintos temas. Sus más recientes volúmenes son: Estos versos que maldigo (décima, 2005), El sepia de la nostalgia (poesía, 2006) y Umbral de la nostalgia (libro de arte, en colaboración con la destacada artista plástica Julia Valdés, 2006).
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