Política. Crítica.
Por José Luis Borja…
Cuando Alfred Jarry estrenó su obra Ubú Rey, en 1896, no sospechaba que algún día en un país exótico, bañado por las aguas del Mar Caribe, el personaje grotesco e innoble de su famosa obra teatral tomaría vida en la paquidérmica humanidad de un chofer de autobús, de quién nadie sabe dónde ni cuándo nació, ni quién lo parió, convertido en jefe de estado de un país que había sido bendecido por sus riquezas naturales y su gente, eso hasta que llegara al poder su padre putativo, quién fue el precursor de la destrucción y de la zozobra en las cuales sus habitantes viven hoy en día. Hugo Chavèze-Friasse, el padre de la impostura y de la criatura de 200 kilos, se especializó en el arte de la usurpación, si arte se puede llamar, un estratagema muy útil cuando se carece de identidad propia y de originalidad. Arrastró la imagen del padre de la patria, Simón Bolívar, por todos los terrenos baldíos y todos los senderos de barro de su revolución que fue solo gramatical. Le cambió el nombre a todas las instituciones republicanas y elevó a sustantivos varios adjetivos que él y sus partidarios, todos reñidos con la inteligencia, usaron para burlarse de sus oponentes y descalificarlos. Enganchó el adjetivo “bolivariano” a todo lo que era oprobioso, tales aquellos círculos que nadie recuerda ni nombra y a la guardia nacional (GNB), la policía nacional (PNB) y las Fuerzas Armadas Nacionales (FAN), sin olvidar el servicio de inteligencia (Sebin), versión actualizada de la Gestapo. Y dejó que sus copartidarios robaran hasta dejar vacías las arcas del tesoro. Su sucesor, el Dr. Madureau, ni siquiera egresado de la Universidad de la Vida, porque más fue el tiempo que no trabajó que el que se dedicó a manejar autobuses, encarna a la perfección el papel de Ubú Rey. Es impresionante cómo él se ha colocado en la piel del personaje, hasta dejándose crecer la panza en un país de flacos y raquíticos, por la dieta que les ha aplicado, con una sonrisa en los labios. En caso de duda, Ubú, en la versión de Jean-Christophe Averty, usaba una moledora de carne. Por ella pasaban ministros, funcionarios públicos y opositores. Y por ella están pasando hoy en día estudiantes, hombres y mujeres que se niegan a vivir bajo las reglas innobles del Dr. Madureau y a aceptar que modifique la Constitución a su antojo. La historia es sabia y la realidad siempre es rebelde y echa a perder hasta los planes mejor concebidos y las teorías mejor elaboradas. ¡Qué broma que la misma máquina moledora también pueda usarse para hacer carne molida con el paquidérmico Dr. Madureau y sus secuaces, sin olvidar todos aquellos que de por sí son carne de cañón y llevan uniforme verde oliva o camisa roja! Ya la mecha está prendida y el fuego se ha rociado con gasolina.
[Esta crítica fue enviada por su autor especialmente para Palabra Abierta]
Nació en Francia, de padres españoles refugiados de la guerra civil. Estudió ingeniería electrónica en Toulouse y efectuó su servicio militar en la Cooperación Técnica Francesa, en Sudamérica. Siempre le apasionó la literatura y, a pesar de que nunca estudió formalmente el castellano, ha escrito varios cuentos cortos en este idioma como “El tiempo de las cerezas”, “Cadena de los tiempos”, “Amargos de mandarina”, una novela histórica, “Aroma de caña fresca”, y un libro de “Crónicas venecianas”.