Literatura. Poesía.
Por Aurelio de la Vega…
Para Manuel Gayol Mecías, que sabe de las cosas serias.
Con un fuerte abrazo, Aurelio de la Vega
Ante el cuadro de Salvador Dalí, El Cristo de San Juan de la Cruz
Mirando hacia abajo,
al mundo que no te merece,
sufres fuera de razón
sin saber el fin.
Lo oscuro del espacio,
ya dada la muerte,
preludia el supuesto azul
de un paraíso infinito,
donde el Padre espera.
Lo diste todo,
alma llena de milagros
y cuerpo atormentado,
para que el hombre lograse mejoría.
¿Le preguntarás a tu propio Creador
por qué tanta miseria,
por qué ignominia,
por qué horrores,
por qué soledad,
por qué tristeza,
por qué ineptitud?
Al ascender,
¿podrías hacerle creer
que no dio en el blanco
y que el error permanece sin pagarse?
Esa cabeza inclinada,
¿es que agonizas con sabor cruel
o contemplas la luz a tus pies,
pronto a bajar a Port Ligat
que puede ser también
tu mar de Galilea?
¿Te urge dejar atrás la cruz,
desprenderte de los clavos perversos,
consentir con que suba sola,
inerme, aupada en nubes,
para que lleve el mensaje
de que las cosas andan raras?
¡Cómo sientes que otra convivencia
con los de abajo podría por fin salvarlos!
Quizás vuelvan las traiciones,
las ventas, las penumbras que te ahogaban,
y dos mil años más tarde
se repetirían los pavorosos escenarios
y tendrías que pedir
que bajasen de nuevo la tosca cruz
para hendir otra vez las ranuras con tu sangre
y volver a contemplar las turbas espantosas
gritando,
espuma en boca,
alzados puños siniestros
para que nada cambie,
y los malvados del mundo
se sigan golpeando el pecho
con imbecilidad perenne.
¿Pero si pudieses repetir
aquel Lama Sabachthani inmenso
que no era otra cosa que el ansia
de renovar, por si te oían?
Todo el tiempo en que habitaste allá,
¿lograste convencer al Punto Uno Trinitario
de que lo hecho era imperfecto,
que aquello del hombre a semejanza del Supremo
fue por mal camino
y que el desvalido humano
dejado indefenso, deforme,
imperfecto, vacío,
no tenía culpa de sus huecos
y que un renacer era imperante?
Ante los oídos que no oyen
¿bajarías de nuevo al reino terrenal
y otra vez ofrecerías sacrificio
para convivir con nosotros,
pobres briznas de galaxia absurda,
dejándonos estrechar tu mano humana,
desposeída ya de la divinidad,
ser total de carne y hueso vulnerable
que vivirías en valle de lágrimas perpetuo
para que tu boca nos diera sonrisa
y creyéramos de nuevo en la esperanza?
¿Sería posible que instantáneamente
todo cambiase?
¿Qué tu renovada inmolación
por quedarte acá
conmoviese a los cielos,
y un hombre rehecho,
en medida mejor,
deambulase sin tumbos
para mayor gloria de los tiempos?
Entonces, tu nueva venida
redimiría a los poetas, a los sabios,
a los filósofos que buscaban rasgar el teorema,
a los artistas que ya no creerían sin saber por qué,
y los Santos cantarían como nunca,
y las trompetas de oro en manos de los ángeles
le dirían a San Juan de la Cruz
que su misticismo no fue en vano,
y Tú subirías feliz
para habitar otra vez con tu Padre,
otro reflejo del nuevo mundo
que ahora sí era la imagen
del Gran Señor.
En esos días
no mirarías hacia abajo,
no anhelarías redimirnos de nuevo,
y andarías por los cielos
más resplandeciente que nunca,
más verdadero que antes,
más hermoso que ayer,
más humano que jamás.
De este modo,
la cruz no es ya necesaria,
su símbolo pura geometría,
su figuración clarificada,
su perpetua angustia diluida,
su peso convertido en aire.
Sube sin ella
y a la llegada apláudete,
que tu tentación de andar por estos prados
se convierte ya en felicidad celeste,
triunfante con plenitud enorme,
redimiendo de veras
al nuevo hombre.
Aurelio de la Vega, Northridge, octubre 4, 2016
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