Literatura. Estampa. Política. Crónica. Crítica.
Por Roberto Alvarez Quiñones
El bodeguero y la bodega del barrio en Cuba durante mucho más de un siglo fueron una institución criolla muy peculiar, fundida al paisaje y la cultura nacional. Tanto, que en los años 50 el cha-cha-cha de Richard Egües, “El Bodeguero”, dio la vuelta al mundo en la voz de Nat King Cole, como auténtica expresión de cubanía, pese a ser cantada por un extranjero (la interpretó magistralmente).
En “la bodega de la esquina” las familias cubanas se abastecían de prácticamente toda la canasta básica, excepto carnes, pescados, y algunos vegetales, que se compraban en carnicerías, pescaderías y las “placitas”
Pero aquella imagen cuasi folklórica de bodega-bodeguero desapareció. Y no porque fueron desplazados por la competencia de supermercados modernos, o porque se modernizaron y cambiaron su fisonomía y su añejo “sabor”. Fueron destrozados por el comunismo.
Sin castrismo en Cuba habría hoy supermercados (tipo Minimax, o Grocery de antes) pero las bodegas tradicionales no habrían desaparecido. Muchas se habrían modernizado, otras no, pero comprar la “factura” semanal (canasta básica) cerca de la casa siempre era una cosa muy práctica.
La bodega cubana con el castrismo devino “cuchitril” que expende apenas 10 o 12 productos estrictamente racionados y en cantidades tan bajas que solo alcanzan para una semana, o 10 días. Están vacías, destartaladas, sucias, muchas de ellas con ratones y cucarachas.
Las fotos y videos de las bodegas que salen de la isla expresan con crudeza surrealista la pobreza, el hambre y el atraso actual del país. Dan vigencia al viejo adagio atribuido al escritor noruego Henrik Ibsen (1828-1906): “una imagen vale más que mil palabras”.
Cubanismo; llenas de productos; “me enteré en la bodega”,
La inmensa mayoría de los cubanos hoy no tiene idea de cómo eran las bodegas cuando Cuba era una “neocolonia explotada por el imperialismo”.
Con el significado que tiene en Cuba la palabra bodega, como destaca Fernando Ortiz, es un cubanismo. No significa bodega de barco, ni lugar para guardar vinos como en el resto del mundo hispanoparlante.
La bodega precastrista estaba repleta de mercancías en estantes que llegaban al techo. Y además de comercial tenía una función social. Era común la frase: “me enteré en la bodega…”. Allí coincidían vecinos del barrio. Conversaban de aspectos familiares, noticias, criticaban al Gobierno, discutían por qué el Habana perdió con el Almendares, o si Puppy García era mejor boxeador que Ciro Moracén.
A propósito, Puppy García en los años 60 tenía un auto de alquiler en una piquera muy cerca de mi casa. Varias veces utilicé sus servicios. Nunca me habló mal de Moracén, con quien peleó varias veces.
Salvo raras excepciones las bodegas estaban en las esquinas de las cuadras. Una de esas excepciones se hizo mundialmente famosa. En los años 40 del siglo XX a mediados de una cuadra cerca de la Catedral de La Habana estaba la bodega Casa Martínez. Muchos clientes se citaban en la “bodeguita del medio de la cuadra” para conversar, tomar cerveza, y comer algo ligero. Su dueño entonces, Angel Martínez, la convirtió en restaurante y nació La Bodeguita del Medio, hoy con siete filiales en Europa y Latinoamérica.
Burra ordeñada en la bodega: leche para la “digestión delicada”
Ya en la época colonial, la bodega y el bodeguero (muchos de ellos españoles) eran muy populares. Fe de ello da el libro De bandera a bandera (“From flag to flag”), de la estadounidense Eliza Eliza Mc Hatton-Ripley, quien en 1865 fue a vivir a Cuba durante 10 años con su familia y dos esclavos, y compró una plantación de caña de azúcar en Matanzas que nombró “Desengaño”.
Su libro, publicado en 1889, destaca las “Innumerables bodegas pequeñas y cantinas (…) dispersas por los alrededores y calles apartadas, donde los trabajadores blancos y de color comían uno junto al otro pescado frito o sopa de ajo y bebían aguardiente”. Y narra que en algunas bodegas “se mantenían burras atadas al mostrador y se ordeñaban allí mismo para vender la leche a inválidos y personas de digestión delicada. El café que se servía en esas mismas bodegas era rico y delicioso”.
“La Luisita” y “Casa Duménigo” abastecían de todo
Volviendo a la república, un buen amigo, Pedro Rodríguez, residente en Miami, me envió una magnífica descripción de productos que había en la bodega que tenía su padre en la Cuba precastrista:
Mi padre tenía una pequeña bodega en Matanzas, llamada La Luisita, y recuerdo que, aunque chiquita, los anaqueles siempre estaban surtidos con laterías… sardinas españolas, Bonito Comodoro (producto cubano), leche condensada y evaporada, etc. Debajo del mostrador tenía sacos de: azúcar, frijoles negros, colorados, garbanzos, chicharos y arroz. Cajas de bacalao noruego, en pencas con espina y unos arenques ahumados.
En la parte superior del mostrador la infalible báscula. Detrás, a la derecha, un refrigerador con cuatro puertas de caoba y unas cerraduras de palanca. Ahí guardaba jamones, quesos. Encima del refrigerador, botellas de vinos, aguardiente y ron para los jugadores de cubilete que iban después del trabajo a tomar un “guajaco” (ron, limón, azúcar y agua).
Y ahora agrego mi testimonio. En mi casa, en Ciego de Avila, se compraba la “factura” en una bodega grande llamada Casa Duménigo. La recuerdo con los estantes repletos hasta el techo. Además de productos alimenticios ya mencionados vendía confituras, café, aceite, dulces finos, turrones, chocolates, cuchillas de afeitar, jabón, detergente, desodorante, talco, pasta dental , betún, cordones de zapato, papel, sobres para cartas, curitas, hilos y agujas, limas y pinturas de uña, brillantina para el cabello, y muchos otros que no recuerdo.
O sea, el avileño Duménigo (un hombre rubio algo grueso), abastecía de casi todo a mi familia y a muchas otras del barrio, al igual que abastecía el matancero Rodríguez a sus vecinos.
Obsequios a los “marchantes”; hacía de banco; y “la contra”
Todo bodeguero tenía cartuchos de hasta 25 libras para envasar, y papel parafinado para envolver manteca, jamón, chorizos, aceitunas, pasas y alcaparras. La mayoría de las bodegas contaba con una barra en la que se podía tomar cerveza, ron, vino, o refrescos y comer “saladitos”, mientras se jugaba al cubilete. Tenían mensajeros para llevar las mercancías a domicilio.
En Navidades y fin de año el bodeguero obsequiaba a sus “marchantes” (así le llamaban muchos bodegueros a sus clientes habituales, palabra de añejo origen en España) sidras, botellas de vino, o turrón español.
Otra cosa, el bodeguero hasta de banco hacía. Si un cliente necesitaba con urgencia hacer efectivo un cheque el bodeguero lo hacía. O le prestaba el dinero y lo anotaba en su cuenta, pues las “facturas” por lo general se pagaban mensualmente. El bodeguero les “fiaba”, les concedía crédito a sus clientes y anotaba en una libreta lo que iban debiendo.
Además, a los niños más grandecito les gustaba que lo enviaran a “hacer un mandado” a la bodega (comprar algo), pues podían pedir “la contra” y el bodeguero les obsequiaba caramelos, bombones, o galleticas.
De mercado libre a raciones de hambre y bodeguero “amargao”
Así fue la bodega cubana hasta la llegada del socialismo, sobre todo hasta marzo de 1968, cuando Fidel Castro dio jaque mate a la economía de mercado. Estatizó las 11,878 bodegas de la isla, como parte de los 57,280 pequeños negocios privados que confiscó o eliminó. Y calificó a los cuentapropistas de “holgazanes”, que ahora son “parásitos” según la ministra de Finanzas, Meisi Bolaños.
Ahora las bodegas no venden, sino “dan”, aunque lo cobran igual. ¿Y qué dan? Actualmente siete libras de arroz per cápita, medio litro de aceite, media libra de frijol negro y media de frijol colorado (cuando los hay), tres libras de azúcar blanca y tres de azúcar sin refinar, una libra de pollo, diez huevos, un paquetico de café de 4 onzas, y 30 panecitos redondos de 80 gramos cada uno. Todo eso solo alcanza para un tercio de mes. También un paquetico trimestral de sal, leche en polvo para niños menores de 7 años y compota para menores de 3 años.
Para alimentarse el resto del mes hay que “inventar”. Sumergirse en el mercado negro, cada vez más escaso y caro. Incluso ya ni con dólares se puede comprar alimentos en las shopping. No los hay, o son demasiado caros. Otra solución es robar ganado, o en los centros de acopio, almacenes y fábricas procesadores de alimentos.
Ah, un detalle más. Hoy el bodeguero no solo no baila alegremente “entre frijoles, papas y ají” como decía Nat King Cole, sino que está siempre, “amargao”. Porque la bodega no es suya y lo agobian la escasez, la aglomeración de gente también de mal humor y por tener que anotarlo todo en una “libretica de m…”.
Protestas podrían rescatar función social de las bodegas
Pero paradójicamente la escasez está comenzando a rescatar de alguna manera la función social de las bodegas de antaño. Los “marchantes” ahora protestan a toda voz en las bodegas cuando no han llegado los alimentos necesarios. Culpan abiertamente a Miguel Díaz-Canel, califican de una estafa la Tarea de Ordenamiento, y denuncian lo bien que comen los rollizos dirigentes.
En resumen, el bodeguero cubano de hoy puede repetir: “Aprended Flores de mí/ lo que va de ayer a hoy/ que ayer maravilla fui/ y hoy sombra de mí no soy”, del poema de Góngora dedicado al marqués Flores de Ávila hace exactamente 400 años.
Pero como también dijo otro famoso, el filósofo griego Heráclito, “todo fluye, todo cambia”. Por las buenas, o por las malas.
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