Política. Crítica.
Por Roberto Álvarez Quiñones…
La mayoría de los cubanos no están del todo conscientes del tsunami económico y social que puede significar para Cuba la caída del régimen militar de Venezuela. No pueden estarlo. Leyendo Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores, viendo los Noticiero Nacional de TV y oyendo Radio Rebelde, Radio Reloj y el resto de las radioemisoras del país, no es posible.
Obviamente, gracias a las nuevas tecnologías “contrarrevolucionarias” y a los periodistas independientes, también hay cubanos que están mejor informados y ya vislumbran en el horizonte un nuevo “período especial” (eufemismo creado por Fidel Castro para eludir la palabra crisis).
En la isla los medios oficiales insisten en que Nicolás Maduro es acosado por terroristas y fascistas organizados por la derecha, como parte de un complot de Washington para acabar con la “revolución bolivariana”. La TV cubana afirma que las víctimas mortales (36 en un solo mes) en las manifestaciones en Venezuela son chavistas asesinados por turbas derechistas. Quienes son anestesiados con esa propaganda serán los más sorprendidos con un eventual colapso del chavismo.
Ya no es factible sacrificar a Maduro y poner en su lugar a Tareck el Aissami, Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, o cualquier otro jerarca chavista. El tiempo para hacerlo se venció cuando comenzaron a masacrar manifestantes en las calles. Ya son 80 los asesinatos del gobierno desde 2014. Tampoco es posible ya dialogar con una pandilla sanguinaria y narcotraficante que simplemente debe ser desalojada del poder.
El colmo ha sido la convocatoria ilegal de Maduro de una Asamblea Constituyente comunal para redactar una Constitución calcada de la castrista, la que a su vez fue copiada de la Constitución de la Unión Soviética. Lo que importa aquí es que en el Palacio de Miraflores cuando la crisis actual en Venezuela tenga fin, no podrá haber otro chavista, por “moderado” y “pragmático” que lo quisiesen presentar. Habrá un gobierno, provisional o definitivo, democrático, y sin ataduras coloniales con Cuba, legítimamente venezolano.
Más ‘cash’ que en 206 años.
El chavismo tuvo la oportunidad de diversificar la economía y desarrollar el país. Entre 1999 y 2015 recibió $960,589 millones por sus exportaciones de petróleo, para un promedio de $56,500 millones anuales, según la consultora Ecoanalítica. Esa cantidad es muy superior a todo el dinero obtenido antes por Venezuela en sus 206 años de historia, desde la Declaración de Independencia de España en 1811.
Además, Chávez para tener aún más y seguir dilapidándolo a manos llenas, ordenó emitir $54,327 millones en bonos de la república y de PDVSA, la entidad estatal petrolera. Y ahora, ya en ruinas, el país tiene que pagar a esos tenedores de bonos venezolanos (acreedores) un total de $97,000 millones hasta el año 2027, por concepto de intereses y capital. Aparte le debe a Rusia y China. La deuda con Pekín llegó a 60,000 millones de dólares. El país está quebrado.
Durante el chavismo el total de empleados públicos casi se triplicó y pasó de 900,000 a 2.4 millones. Y los trabajadores de PDVSA aumentaron de 40,000 a más de 145,000 en la actualidad, Chávez gastó decenas de miles de millones de dólares para comprar lealtades políticas en Latinoamérica y votos en la OEA y la ONU, financiar campañas electorales de izquierda y consolidar el socialismo continental. También para mantener la improductiva economía cubana, y lanzar programas sociales sin invertir nada en infraestructura y el desarrollo socioeconómico de Venezuela. O sea, repartió pescado, en vez de enseñar a pescar. Lo peor es que parte de esa fortuna fue robada y depositada en bancos extranjeros por los integrantes de la cúpula chavista. Mientras, los venezolanos sufren la peor crisis existencial de su historia, acogotados por un gobierno de “malandros”, como llaman allí a los delincuentes, narcotraficantes, ladrones y asesinos.
La presión de la calle es clave
Muchos van a terminar en la cárcel (incluso en EE.UU.). Ellos lo saben y se aferran al poder. Jamás lo entregarán en un proceso electoral que ellos puedan manejar. En las elecciones de 2013, el ganador fue Henrique Capriles y es Maduro quien gobierna, gracias a un fraude cocinado en La Habana. El “resultado” oficial de las elecciones fue de 50.66% para Maduro y 49.07% para Capriles. Pero todos en Venezuela saben que Henrique obtuvo más votos que Nicolás.
Nuevos comicios en Venezuela solo tendrían sentido si se permite que la Asamblea Nacional cumpla sus funciones, si se destituyen los miembros del Consejo Nacional Electoral y del Tribunal Supremo de Justicia y se nombran personas respetuosas de la Constitución. Si se liberan todos los presos políticos, y si se acepta una adecuada supervisión internacional, incluyendo la OEA y la UE.
Eso es lo que exige el pueblo venezolano. Sabe que solo la presión de la calle es lo que puede cambiar las cosas. Por eso está hoy en las calles, en lo que cada vez más adquiere carácter de insurrección nacional. Solo la presión callejera puede causar una ruptura en la cúpula chavista que lleve a un gobierno de transición que convoque elecciones verdaderas, o que se produzca una intervención de fuerzas militares no vinculadas al narcotráfico y la malversación de fondos públicos. Claro, el aspecto militar es complicado porque los oficiales con mando de tropas son controlados por militares cubanos.
Consecuencias para Cuba
Políticamente, para el castrismo la caída de Maduro significaría el fin del “Socialismo del Siglo XXI” y del Foro de Sao Paulo, la internacional comunista-castrista creada en 1990 por Fidel Castro y Lula da Silva para socializar a toda Latinoamérica. Una debacle chavista dejaría a Cuba más sola que nunca, pues el “campo socialista” ya no existe.
Pero la peor parte le va a tocar a los cubanos de a pie. Según cálculos del profesor Carmelo Mesa-Lago la dependencia cubana de Venezuela equivale a un 21% del PIB, e incluye casi la mitad del déficit en la balanza comercial y un 42% del comercio exterior total cubano. Los subsidios de Caracas a La Habana eran hasta hace poco de unos 10,000 millones de dólares anuales. Fueron reducidos a unos $7,000 millones, y ese torrente de divisas, aunque disminuido, constituye uno de los dos soportes de la economía cubana.
El otro pilar es el dinero recibido desde el “imperio” vía remesas, paquetes y viajes, y que en 2016 ascendió a unos 7,000 millones de dólares. La economía cubana depende del extranjero porque el aparato productivo estatal genera muy poco y solo exporta cuatro productos (azúcar, tabaco, níquel y productos farmacéuticos), por $3,750 millones en 2016. El turismo en términos netos aporta menos de $1,000 millones.
El desplome del chavismo suprimiría una de esas dos columnas que sustentan la economía castrista. Hasta hace poco Cuba recibía de Venezuela 36 millones de barriles anuales de petróleo, un 61% del consumo nacional (59 millones de barriles). Ahora recibe 19.3 millones de barriles (32.7%). También la isla reexportaba gasolina enviada desde Venezuela o refinada en Cienfuegos, por más de 500 millones de dólares anuales.
En resumen, con 7,000 millones dólares menos en cash, y sin recibir el 61% del petróleo que consume el país, cabe preguntarle a Raúl Castro de qué lámpara maravillosa va a sacar los $3,700 millones que necesitaría solo para comprar el petróleo no enviado por Venezuela, e importar alimentos.
Hace unos días se informó que Cuba le compró a Rusia 1.8 millones de barriles de petróleo por un valor de 105 millones de dólares, o sea, a 58 dólares el barril. A ese precio, por 36 millones de barriles Cuba tendría que pagar a Moscú 2, 088 millones de dólares.
Las divisas procedentes de EE.UU. no serían suficientes para mantener siquiera el precario nivel de vida actual de los cubanos, cuyo salario de 24 dólares no llega a la mitad del de Haití (59). Ante los argumentos tranquilizadores de economistas oficialistas de la isla de que se podría enfrentar sin traumas una suspensión de los vínculos con Venezuela, se me ocurren tres preguntas: ¿Cómo? ¿Piensan en subsidios de China, Rusia, Irán o Argelia? ¿Regalan dinero la Unión Europea, Japón, Canadá, Singapur o Australia?
Esas interrogantes conducen a otra: ¿Qué puede hacer el régimen para enfrentar semejante tsunami socioeconómico? El general Castro y su Junta Militar deben dejar de pisotear los derechos económicos plasmados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como el poder tener un negocio privado que crezca sin trabas estatales, exportar e importar, invertir capital en su propio país, facilitar la inversión extranjera, entregar la tierra en propiedad a los campesinos y que vendan sus cosechas libremente.
O sea, el régimen debe liberar las fuerzas productivas y fomentar un pujante sector privado. De no hacerlo habría otro “período especial”, y Cuba podría parecerse demasiado a China durante el “Gran Salto Adelante” de Mao Tse Tung, que casi acabó con el país.