El Premio Nobel de Literatura es hoy noticia por partida doble, dado que se lo han concedido a Bob Dylan (nombre artístico de Robert Zimmerman) el mismo día en que fallece con 90 años el siciliano Dario Fo, premiado en 1997. La coincidencia permite, si más no, preguntarse por la oportunidad de algunas concesiones y es el caso, a mi juicio, por lo que respecta a ambos.
El hoy desaparecido, autor de más un centenar de obras de teatro, fue pese a ello -y no sólo en mi criterio- un escritor del montón cuya popularidad se cimentó más bien en el corrosivo humor, su accidentada biografía y el eco de muchas declaraciones rompedoras, propias de su adscripción a la izquierda extraparlamentaria que encabezaba Beppe Grillo y pese a que en su juventud se alistase voluntariamente, antes de la victoria aliada, en un regimiento fascista para, según se justificaba, salvar su vida.
Casó con la actriz Franca Rame (secuestrada y violada en 1973) y con ella escribió numerosas comedias. A su obra más conocida, Muerte accidental de un anarquista (1970), siguieron muchas otras en parecida línea satírica y reivindicativa: Aquí no paga nadie, El Papa y la bruja… Sin embargo, repito, la distinción concitó un amplio rechazo en aquellas fechas e incluso en la propia Italia, al extremo de que su compatriota y también escritor, Tabucchi, apuntase en un artículo que, hasta donde sabía, era la primera vez que un país protestaba por haber recibido el Nobel. ¿Por una calidad cuestionable o tal vez por la adscripción ideológica del comediante? Vayan ustedes a saber…
El hoy premiado, Dylan, invita de nuevo a preguntarse por los criterios que subyacen en las designaciones de la Academia sueca para un galardón que debiera exigir méritos fuera de discusión y otros que los que quizá el tribunal valora. Al parecer, Borges fue excluido en su día por unas declaraciones en favor del dictador Pinochet; se pospuso el de Aleixandre, tras la muerte de Lagerkvist, para dárselo ex aequo a dos suecos (era deseo del tribunal que siempre hubiese, con vida, un sueco con la distinción) y, en una Suecia protestante, alguien sugirió que el antipapismo de Fo pudo jugar en su favor. Quizá, en estos días, a los de Estocolmo les plazca escuchar Spirit on the water, una de las canciones de Dylan, aunque, ¡con los escritorazos que hay por estos mundos, sin perrito que les ladre! Y sin duda alguna sobre sus merecimientos.