Literatura. Estampa.
Por Roberto Álvarez Quiñones…
Marina está convencida de que el paso que va dar es el único posible para que ella y su hija Jaqueline puedan reunirse al fin con Carlos. Sin embargo, de pronto le ha entrado “un canal” intruso, da un resbalón y la alegría se le esfuma, su rostro se contrae.
“¿Carlín, de veras tú crees que esto resulte?, le pregunta a su conyugue, pegándose aún más el auricular del teléfono a la boca. “No sé, tengo ahora dudas y también un poco de miedo…”.
“¿Miedo a qué?, pregunta él.
“De que no salga bien y ese tipo se quiera aprovechar, ¿tú lo conoces bien?, indaga ella.
“Mira, michi, a mi esto gustarme no me gusta nada, arriesgo mi frente ancha, ja, ja. Pero no veo otra salida. Además, si se pasa de vivo no cobra ni un centavo”.
Lo que Marina y Carlos están cocinando es un plan tan audaz que el mismísimo James Bond ya lo envidia por adelantado.
Ambos acordaron que Carlos, periodista de Bohemia, se quedara en Estados Unidos en el viaje que aún no sabe bien cómo pudo dar a Miami a ver a su madre y hermanos luego de más de 30 años sin verse. Al pasar 366 días se acogió a la salvadora Ley de Ajuste Cubano, y solicitó la residencia permanente. Poco después hizo la reclamación de Marina y de Jacqueline, de 7 años.
Pero han pasado ya casi tres años de la reclamación y “el dominó sigue sin agua”, como le suelta a boca e’ jarro su abogado, Octavio, su socio fuerte desde que jugaban al “pitén” y a la “quimbumbia”, en la calle República, o le tiraban hollejos de naranja a las lámparas de la Sociedad China avileña.
Su amigo leguleyo dice que, como él, aún es residente permanente y no ciudadano americano, el tiempo de reunificación no baja de siete u ocho años. Y si más adelante aplica para la ciudadanía, entre pitos y flautas pasarán otros dos o tres años más antes de que su amante esposa e hija aterricen en Miami.
Para poner fin a la separación han ideado un triángulo amoroso hollywoodense que pinta fenomenal. Ya se divorciaron para que Marina se pueda casar con un español y madre, hija, y el nuevo marido, viajen a Madrid. Desde allí, a una llamada de ella, Carlos le girará $4,000 al “mulo” peninsular.
El gaito, Marina y Jacqueline volarán a Miami, y una vez reunida la familia Carlos le girará otros $4,000 al testaferro. Luego viene el divorcio y aquí no ha pasado nada. Todo el mundo contento.
Después de tres meses de rastreo, el columnista y editor al fin ha encontrado un marido para su esposa. Se trata de un profesor de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense de Alcalá de Henares, la cuna del Manco de Lepanto —en la periferia de Madrid—, que asiste a una conferencia sobre literatura hispana en la Universidad Internacional de la Florida, y que milagrosamente debe viajar a Cuba un mes después a una reunión de hispanistas en la Universidad de La Habana.
El profesor Francisco (Paco) de la Garza ha quedado encantado con la idea de ganarse nada menos que $8,000 (unos 6,500 euros) de manera tan fácil. Eso sí, está bastante intrigado, no se explica por qué le ofrecen tanto dinero.
—No te preocupes, mamita, este gaito es un hombre muy educado y culto. Tiene 46 años y se divorció hace dos años. Es un académico de renombre, lo que pasa es que el renombre y los billetes no siempre van de la mano, ja, ja,— le dice Carlos.
—Está bien, papi, tú siempre sabes lo que haces. Claro, es una cosa muy fuerte, pero lo importante es que al fin nos vamos a reunir, comenta ella más animada.
Pasa un mes y Paco arriba al aeropuerto internacional de La Habana. Deja su equipaje en el hotel Riviera, hace a un lado su mundillo cervantino y cual misil de la NASA vuela a conocer a Marina.
Se queda estupefacto. No lo puede creer. Disimulando su babeo conversa de “negocios” con aquel monumento de mujer, más escultural que Analía Gadé en la película homónima. Ahora comprende por qué le van a dar tanta pasta.
En la neoclásica Aula Magna de la colina universitaria habanera llega a su fin la conferencia de hispanistas. El invitado de honor, Gabriel García Márquez, pronuncia las palabras de clausura. El Nobel de Literatura no tiene idea de que uno de los tres participantes de España en el evento protagonizará una aventura con más realismo mágico que el de Aureliano Buendía.
Poco después el gachupín y la trigueña de 32 años inician los trámites legales para el casamiento. Al tercer día contraen matrimonio en privado.
Tarde en la noche, en su pequeño apartamento de las Alturas del Vedado, aún sin metabolizar del todo lo sucedido, Marina abraza a su hija y le dice que muy pronto le va a dar un beso bien grande a su papá. Le hace una historia bien diferente de lo que está ocurriendo.
En su cama “nupcial”, la asistente de contabilidad en el Ministerio de Transporte cierra los ojos y se pierde en la noche profunda, volando con su hija sobre el Atlántico hacia la Madre Patria.
De la Garza, quien no ha pegado un ojo maldiciéndose por el manjar de puta madre que se le ha ido entre las manos, temprano en la mañana se aparece en casa de Marina. Ella, aunque sorprendida por la inesperada visita, lo recibe amablemente. Luego de disfrutar un delicioso café capuchino, el rubio docente va al grano, pero sin poner todas las cartas sobre la mesa.
—Sabes –dice-, cuando yo acepté este pacto con Carlos en Miami no pude imaginarme que mi esposa sería tan increíblemente hermosa. Sois demasiado bella, demasiado. En una foto de vosotros tres te veías diferente. Ahora sé que Carlos lo hizo a propósito para que yo aceptara no ponerte un dedo encima. Pero lo que yo quiero es sólo conocerte mejor y por eso he venido a invitarte a cenar esta noche en un buen restaurante, y a….
—Un momento, Paco ¿a dónde quieres llegar?, le pregunta ella sorprendida.
—Tú sabes –sigue ella—que todo esto es pura pantalla. Le firmaste a Carlos un papel aceptando que él es mi esposo verdadero y que no me tocarías.
El académico interrumpe su parlamento: —Ves, enojada sois aún más hermosa. Qué maravilla de hembra eres. Tus ojos, si furiosos, alumbran más.
—Ah, pero vas a seguir—, le responde ella molesta.
Paco le explica que él es el único marido en la historia que no ha tenido noche de bodas con su mujer, que para colmo es una diosa pagana, Afrodita en vivo y a todo color.
—Mira, gallego—, le grita encabronada, ya por la calle del medio.
—No soy gallego—, aclara él.
—Aquí en Cuba tú sí eres gallego, y punto. Tú aceptaste esto para coger los $8,000 dólares. Y sin rozarme con el pétalo de una rosa. Y si yo soy una diosa griega, pues te pusiste fatal, porque esto que Dios me dio —se toca las caderas en pose provocadora tipo solar de la Habana Vieja— ya tiene dueño, ¿qué te parece?
Con estoicismo para mantenerse ecuánime, Paco le suelta a Marina la bomba en la que esta no ha pensado: si ellos dos no aparentan ser un matrimonio de verdad las autoridades se pueden dar cuenta de la farsa, anular el matrimonio, y adiós Lola.
—¡Coño!, es verdad, si los chivatones esos del CDR se ponen pa’ mi estoy frita. Sí, claro, me tienen que ver en público contigo, pero sólo en público, ¡eh!, no te hagas ilusiones. Te lo repito, gallego, yo tengo macho, me gusta y se llama Carlos.
Y acepta ir al restaurante, pero sin traguitos, ni inventos de irse a bailar a un night club. Puntualiza que después de comer ella regresará a la casa y él al hotel.
—Ah , ah, nada de eso, piénsalo bien—, le dice Paco. —Si ese CDR ve que me marcho sabrá que lo nuestro es un montaje.
—Nananina—, responde ella —poquito después de la medianoche te vas echando pa’l hotel. ¿y sabes una cosa? me importa un carajo si algún chismoso cederista ve que te vas. Aquí tú no te quedas a dormir ni siquiera en el sofá, o en el piso.
El hispanista hace mutis, no escucha. Está ido, hipnotizado, devorando cada centímetro de la anatomía fantástica de aquel animal erótico, que ahora es nada menos que su esposa legalmente, de carnes tan firmes, con aquellos ojazos pardos claros de mirada tan caliente por mucho que ella quiere enfriarla y encerrarla en el closet. Y lo mejor y más excitante: sin saber de varón en los últimos tres años.
—Hostias, veo que no acabáis de entender. Lo resumo, si siendo yo el esposo ante la ley de una mujer tan apetitosa no te puedo tocar siquiera, quedo como gilipollas y maricón a la vez, y joder, que no lo soy. Exijo pasar una noche contigo para darle validez a este matrimonio, en nombre de mi virilidad.
Marina empieza a decirle todos los improperios que aprendió en su natal pueblecito pinareño de Puerta de Golpe antes de dejar una raya para la capital. Pero el madrileño riposta fuerte.
—Mira, puñetas, o accedéis, o mañana solicito el divorcio y hasta aquí llegó la zarzuela.
Para fundamentar culturalmente su ultimátum el profesor le dice ya en tono calmo que la sui generis situación exige un regreso al derecho medieval de pernada. Le explica que él sabe que en Cuba todos los años cientos de mujeres se casan con extranjeros para poder escapar del país, pero ninguna es casada, todas son solteras que hacen vida marital real con sus parejas “arregladas”.
Como a él le ha tocado una casada lo justo es tener al menos la “primicia del himeneo”, le droit du seigneur, acota en perfecto francés.
—Nos remontamos —precisa Paco— a la época del Cid Campeador, te hago el amor una sola vez, salvo mi honor, y tu marido sigue siendo Carlos, que nunca va a sospechar ni hostia de la pernada feudal. ¿Sabéis lo que es el derecho de pernada?—, le pregunta Paco.
—Sí, lo sé, pero ya no estamos en los tiempos de Ricardo Corazón de León—. El finalmente le dice que no tiene que responderle enseguida, que lo piense hasta que venga a buscarla para ir a cenar a La Torre.
Tan pronto el docto complutense se va, Marina corre a casa de Liana su prima, vecina y su mejor amiga, quien pese a ser un poco “guaricandilla” le cuida con esmero a Jacqueline, y es la única que sabe lo del trucaje matrimonial. Y le cuenta lo que el “gallego ese” se ha atrevido a reclamarle.
Liana suelta su consejo: —“Mira, o te sigues negando a ver si el gaito desiste de meterse en tu cama y coge los $8,000, o te follas —como dicen en España— a ese profesor y a los pocos días te estás paseando con la niña por la Gran Vía madrileña”.
—Oye, ¿tan malencabao está el gallego ese? —agrega su nada refinada confidente.
—No, él es muy bien parecido, de muy buen ver —aclara Marina—, pero coño, chica, qué cosas me haces decir. Esto no es juego, Liana ¿qué hago?
—Niégate un poquito más —le dice su prima—, pero, Marina, si el tipo no cede te lo tienes que templar, o sigues jaba en mano regodeándote en la ecochambre de este país, tu niña crece sin su papito, tú sigues sin empatarte con la ‘sinhueso’, y con toda tu juventud tan bien despachada se te oxida eso allá abajo.
Marina se levanta de la silla: —Coño Liana, qué barbaridad, chica, qué clase de consejo es ese tuyo, que le pegue los tarros a mi Carlín ¡qué va!, eso no, eso no. Me voy a seguir negando y si se jode todo, pues que se joda.
A las 6:00 y algo de la tarde toca Paco a la puerta. La fenomenal criolla le dispara a la cara su decisión: solo irá al restaurante, y del derecho medieval que se olvide, pues corre el siglo XXI.
—Sabes, Marina —dice él—, lo he pensado mejor, ya no quiero dinero. Si me dais una sola noche no cobro los $8,000. Y para que Carlos no sospeche le digo que me dé $900 para comprarme una laptop, me pague los gastos extra del hotel, y obviamente el pasaje de ida y vuelta a Miami, y punto. Y le explico que esto del reencuentro familiar y huir del comunismo me ha conmovido tanto que no puedo aceptar pago alguno, que lo hago por humanidad, porque ustedes rehagan sus vidas juntos, en tierra de libertad
—Si no aceptáis esta variante, muñeca, mañana se acabó la fiesta—, concluye el esposo virgen.
Marina comprende que ha fallecido su táctica de no ceder. Pero le viene un chispazo de genio y saca de la manga una tabla de salvación.
—Mira, Paco—, dice ella—, te propongo lo máximo a que puedo llegar: me voy a quedar en blúmer (bragas) y brasier aquí en la sala durante tres minutos por el reloj. Pero no me puedes tocar. Sólo miras y no tocas. Y entonces después nos vamos para el restaurante. Si me juras que te conformas con eso, lo hago, y ahora mismo, pues la niña está en casa de mi prima.
El docente percibe que la fruta está madurando de prisa, y a punto de golpear otra vez la cara del viejo Newton. Acepta, pero con una condición: que se quite toda la ropa y haga un acto de strip tease lo más profesional posible.
Ella se niega. Hará el strip tease, pero sin quitarse el bloomer ni el brasier. El no acepta. Exige que como Eva auténtica, o nada. Y se levanta para irse.
—Bueno —cede Marina—, ni pa’ ti ni pa’ mi, me quito el brasier, pero el blúmer no.
El profesor reitera ya molesto que o desnudita, como vino al mundo, o no hay trato.
Pensando otra vez en el avión, Madrid, Miami y Carlín, el futuro libre y próspero, Marina respira profundo, pone un cassette de música con “La chica de Ipanema” y comienza su show.
Se despoja de la blusa y luego de la saya, con sorprendente sensualidad. El brasier va de aire al sofá. Contoneándose amaga con el blúmer varias veces, hasta que se lo quita y deja libre el pollo del arroz con pollo. Una incomprensible desfachatez la ha invadido y ella nada hace por controlarla. Sus movimientos, al compás de la sexi canción carioca, son increíblemente eróticos. Es una auténtica stripper, sensacional.
Disfruta tanto que ella misma no sale de su asombro. Es presa de una metamorfosis que ya hubiera querido Kafka para su infeliz Gregorio. Su prolongado ausentismo fálico la ha desquiciado. Perdido el control por completo ya no le importa nada. Desesperadamente necesita apagar cuanto antes el volcán que la está achicharrando.
Y a sofocarlo se lanza, gallego feliz mediante. Apoteósicamente, cual descocada Mesalina. Primero en el butacón de la sala donde oye Radio Martí diariamente. Luego de pie con su frenético movimiento copular tumba al suelo el valiosísimo jarrón chino. Ni se entera. Al carajo todo. Ambos vuelan para la cama. Ella pide más y más. Nada la sacia. De pronto un telúrico orgasmo hace explosión ¡ZAS! Deliciosamente húmedo, generoso, espléndido. Tal y como la madre natura manda para poner fin a una larga abstinencia carnal.
Pasa un minuto casi inconsciente, desfallecida. Jadeante, sudorosa. Los ojos cerrados, ida de este mundo. Cuando al fin su ritmo cardíaco comienza a normalizarse…
—¡Ay Dios, qué me ha pasado!, coño, no lo puedo creer, qué barbaridad mi madre—, se dice a sí misma en voz alta mientras corre hacia el baño a lavarse bien el Vesubio ya apagado, pues el peninsular ni condón se puso el muy hijo de su madre.
Una hora y media después, Paco y Marina degustan un suculento filete mignon en el piso 34 del Focsa y contemplan cómo el Malecón se pierde por el litoral al curvear la Fortaleza de La Punta, compitiendo con el negro mar que ya no refleja los destellos de aquella Habana despampanante de Cabrera Infante.
Cinco semanas más tarde, madre e hija se sujetan nerviosas de sus asientos, cuando el enorme Airbus de Iberia toca la pista madrileña de Barajas.
—Carlín— reporta ella a su hombre telefónicamente—, tú tenías razón, Paco es todo un caballero español, qué respetuoso, qué bien se portó en todos los sentidos. No, y cáete pa’ atrás, ahora dice que nuestro caso lo impresionó tanto que sólo quiere comprarse una laptop nueva y que pagues los gastos extra que ha tenido y tendrá. Dice que todo eso no pasa de $2,300. ¿Qué te parece?
Glosario
El dominó sigue sin agua: el asunto está empantanado, estancado
Pitén: juego de beisbol callejero con pelota de goma, o cartón, que se batea con la mano
Quimbumbia: juego callejero en el que se batea con un palo un trozo de madera puntiagudo
Gaito: hombre nacido en España
Chivatones: delatores, informantes de la policía
Templar: hacer el amor
Nananina: nombre de personaje femenino de la “Tremenda Corte” que se usa como negación
Pegar los tarros: poner los cuernos al conyugue
Focsa: el edificio más alto de Cuba
Malecón: hermosa y legendaria avenida que bordea todo el azul litoral de La Habana
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One Comment on "Un marido para mi esposa"
Muy divertido de leer, y muy informativo, Roberto; saludos de una ex colega de La Plantación