Literatura. Periodismo. Crónica.
Por Mario Blanco.
Partimos el día 11 de Bilbao con el Renfe, los ferrocarriles nacionales españoles. Llevamos una semana ya en España. Antes unas palabras de elogio para la estación de Bilbao, amplia y bella con un colosal vitral de fondo que le da arte y hermosura. El tren es más rápido y cómodo, aunque no tiene wifi, no obstante, nos concentramos una vez más en la belleza del paisaje y descansamos a gusto las piernas.
Estamos hoy en Castilla y León. Llegamos a la nueva y bien atendida estación de Segovia que se encuentra algo fuera de la ciudad, por lo que tomamos un autobús que nos conduce al centro, de donde caminando, a unos 10 minutos, se encuentra nuestro hospedaje, el hostal Taray, que esta vez nos salió bien caro, pues elegí un apartamento y no una alcoba, y costó a 100 euros cada noche, pero estamos bien confortables y céntricos. Cuando no más bajarnos del bus, ahí está frente a nosotros la majestuosa, la reina de las construcciones romanas en España, con unos 1900 años de existencia, fines del reinado del emperador Trajano o inicios del de Adriano. El Acueducto Romano, uno de mis grandes sueños a ver en esta visita. Dejamos los bártulos en el albergue y corremos a su encuentro, allí pongo mis manos en el para que me transmita la energía de aquellos superhombres en ingeniosidad para la construcción, a pesar de que hayan utilizado mano esclava para ello. Mentalmente comparo, y creo en poco equivocarme, lo grandioso de esta obra con las pirámides de Egipto, salvo, la antigüedad mayor de estas últimas. Admiro esa monumental creación humana, la recorremos a lo largo, unos dos kilómetros y de altura tramos de 28 metros. Mi imaginación vuela, ¿cómo pudieron hacerlo? ¿ Cómo articularon piedra con piedra en un equilibrio férreo y milimétricamente calculado, sin una gota de argamasa o cemento?, llego a la conclusión que fueron genios anónimos, pues no recoge la historia ningún nombre de aquellos portentosos superingenieros civiles.
Situada en una colina que también en sus inicios fue fortificada, luce la vieja y pequeña ciudad de Segovia como la corona de una reina. Hermosa su catedral. Bajamos y subimos por todas sus callejuelas típicas de las ciudades de aquellos tiempos. Pero ahí no termina nuestra excursión casi infantil, vamos, si, corriendo el próximo día hacia el maravilloso Alcázar en el casco histórico de Segovia, también este declarado patrimonio mundial de la Unesco. Al llegar su forma de proa de barco eclipsa mis aventuras marineras. Todo aquí es bello, sin lisonja ninguna. Ver obras así fascina el alma y casi colapsan el espíritu, que derroche de majestuosidad. Lo recorremos como niños ante una casa juguete. Dicen ha sido usado como: fortaleza medieval, palacio real, prisión de estado, archivo militar y colegio de artillería, entre otros. Sus salas interiores bien decoradas y señoriales. Vamos hasta la cúspide de la torre por una escalerilla estrecha y casi interminable, y el regocijo es mayor desde su cumbre, admirando el bello paisaje que lo rodea. Nada, que aquí está mi segunda medalla de oro, como no ofrecérsela, señora maravilla. De regreso pasamos frente a la casa que albergó durante muchos años al gran poeta Antonio Machado, cofundador de la universidad popular segoviana. La imagen de Segovia perdurará por siempre en nuestra memoria.
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