Los bufidos del buey en mi espalda

Written by on 18/01/2022 in Cronica, Literatura - No comments
Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.

Los bufidos del buey en mi espalda. Cortesía del autor.

El invierno canadiense no solo es fiero, sino también largo y tedioso, abundan los días grises y fríos, y con la abundante caída de la nieve, hace que los mayores como éste que rasga las letras deban recluirse cuando una de las grandes satisfacciones a nuestros años es caminar y pasear por los alrededores que, aunque los veamos todos los días siempre algo nuevo encontramos. Pero no solo el invierno y su tedio nos impide los paseos, sino también nos hace “recogernos al buen vivir” como decía mi madre, y acostarnos temprano y por ende también ya entre las 5:00 a las 6:00 a.m. despertarnos y comenzar nuestro día. Pero también al desperezarnos y luego de hacer nuestras necesidades fisiológicas de urgencia por el agrandamiento de la próstata, pues nos reposamos un rato a meditar sobre lo antes y lo después, y entonces es ahí donde surgió un recuerdo que nunca he olvidado ni creo olvidaré, pues lo revivo tan nítidamente como si fuera ahora mismo, y no es más que el título de esta breve crónica: “Los bufidos del buey en mi espalda”

Quienes hayan leído mis memorias, ya conocen en gran parte la médula de esta narración, para aquellos muchos que lamentablemente no les llegará uno de los cuarenta ejemplares que imprimo, y puedan leer estas letras, pues estarán al tanto aquí de aquellas sensaciones mías en esos momentos. Resulta que mamá tuvo que partir a La Habana para operarse de un cáncer de colon, y papá se quedó en Santiago de Cuba con nosotros tres, y él, que a menudo trabajaba fuera de la ciudad en el sector de la construcción, pues no tuvo más remedio que una vez consultado con mamá de repartirnos entre los tíos, y a mí me tocó ir para la finca familiar en el Socorro, terrenos situados entre Songo y La Maya. No sé si fue en período vacacional, pues calculo tendría unos 5 o 6 años, pero la cosa fue que allí me pasé, creo, un par de semanas, y como en cada familia campesina todo el mundo cooperaba en algo, sucedió que el tío tenía cerca de la casa un terreno donde cosechaba vegetales y debía ararlo, para ello necesitaba a alguien que tirara del narigón del buey mientras él iba detrás con el arado azuzando al animal y desbrozando el terreno. Un niño de la ciudad en el campo admira los animales desde lejos, pero cuando sin ninguna experiencia le toca tomar la cuerda que va a la nariz del animal para guiarlo a que camine por el surco  encontrándose el mismo a menos de un metro de distancia, en este caso de mi espalda, y escuchando resoplar al buey  por la fuerza que debía hacer para que el arado abriera la tierra,  y además, si de vez en vez, giraba mi cabeza hacia atrás por el temor que sentía, y entonces el tío me gritaba, no tengas miedo avanza, hizo que aquella imagen o “tráiler” de aquella película se grabara en mi mente de forma inolvidable.

¿Y qué pasó hoy? Pues que, al recostarme descansado, después de haber dormido mis ocho horas con la sola interrupción de una vez haberme levantado a miccionar, pues me vino aquel escalofrío en la espalda que en más de una ocasión lo he recordado, y que por muchos años que hayan pasado y yo vivido no se desmarca de la memoria. Sí, y no solo es el ruido del bufido, sino el aliento caliente proveniente de las fauces de aquella bestia esclavizada, que probablemente sufría más que yo por realizar un trabajo forzado, después que la necesidad del hombre para poder sobrevivir lo había transformado de toro en buey, arrancándole su virilidad muchas veces de forma brutal. El pobre animal, en cambio, como muchos otros de sus semejantes, podría estar pastando con sus vacas alrededor y hasta quizás alguna de ellas en celo provocándole los instintos de hacerle el amor. En la memoria del buey como en la mía perdurarán esos momentos de infortunio.

 

 

 

 

 

 

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About the Author

Mario L. Blanco Blanco, Santiago de Cuba, 1949. Ingeniero naval. Estudió en la Politécnica de Gdansk, Polonia. Trabajó durante algunos años en el Mitrans, organismo central en la dirección de inversiones. Durante el período del 1986 al 1989 se desempeñó como Presidente del Poder Popular del municipio Plaza de la revolución en Ciudad de la Habana. Trabajó luego en el sector marítimo de la Pesca. Fue director de la empresa de Tintorerías y Lavanderías de Ciudad de la Habana. Reside en Montreal, Canadá, desde 1997.

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