Escribía H. Wells que la Historia es una carrera entre la educación y el desastre. En mi opinión le asistía toda la razón y, quien albergue dudas, bastará con que preste atención a la evolución de la actual pandemia y esos fallecidos como consecuencia de la insolidaridad del primer mundo para con los países más pobres, intereses económicos de las empresas farmacéuticas e, individualmente, la sinrazón de algunos por sobre las evidencias, inventando maquinaciones y contubernios para justificar una decisión que podría terminar con su vida y, lo que es peor, con otras muchas en su entorno si se empeñan en seguir como posibles fuentes del contagio.
De haber sucedido lo mismo en tiempos de la viruela, hoy felizmente erradicada, muchos millones habrían pagado las consecuencias, y la negativa de algunos padres a vacunar a sus hijos del sarampión es el motivo de que la enfermedad no haya sido definitivamente superada. En cuanto a la COVID, y más allá de algún que otro disparate (inoculación de sensores…), se apela por parte de los llamados “Antivacunas” al derecho a decidir, resultado de una autonomía personal que no puede ser mediatizada con imposiciones de cualquier índole. Sin embargo, no se cuestiona (so pena de multa) la obligación del cinturón de seguridad, cuarentena si infectados, la prohibición de andar desnudos/as por la calle, el carné de identidad o la declaración anual a Hacienda de superar determinado nivel de ingresos. ¿Son esos dictados, también para los negacionistas, atentados a su libertad? Pero es que, además, y en el caso de la infección viral que hoy me ocupa, se diría evidente que esa su libertad que pregonan y por la que evitan vacunarse, debiera terminar donde empieza la ajena si aceptasen que convivir implica reciprocidad, lo que hace inadmisible que las decisiones de los menos pongan en riesgo las vidas de los más.Vacunarse no es castigo sino protección individual, colectiva y demostrada, aunque la investigación sobre la operatividad de los anticuerpos haya debido andar en este caso, dadas las circunstancias, a la carrera. Pese a ello, la actitud de algunos hace evidente que no hay otra manipulación que la suya, de difícil solución dado que razonar es imposible con quienes, como afirmara Popper, no han formado su opinión a través del razonamiento. En tales circunstancias, y dado que los remordimientos a toro pasado servirían de poco a los fallecidos por su causa, no cabe otra opción que determinar la obligatoriedad de vacunarse aun pasando por encima de esa libertad que preconizan; libertad a veces peligrosa y que, de enarbolarse sin vuelta atrás, puede matar.