La experiencia que cualquiera de nosotros va acumulando con el pasar de los años, obliga a dar razón a Holderlin cuando escribió que “todo se deshace o se derrumba / y solo queda en pie lo que se canta”. El presente se extingue en cuanto aparece y, por lo que respecta al pasado, en la memoria a veces y otras ni eso. No vayan a pensar que consumo mis días entre filosofías existenciales, pero me llevó a semejantes reflexiones ver pasar un avión desde la ventana, allá en lo alto y, dibujada en el cielo, su blanca estela. Bien perfilada tras él pero, conforme avanzaba, se iba desdibujando, hecha jirones, hasta desaparecer en la distancia.
Desde entonces y en cada ocasión, veo nuestro transitar representado en esa metáfora que traza la aeronave bajo el firmamento: lo vivido o soñado, denso mientras ocurre y, a medida que se transforma en ayeres, convertido en retazos que acaban desflecados y confundidos con el entorno hasta su desaparición en el olvido. “¿Dónde estará el pasado que tuvimos?”, se preguntaba el poeta Oscar Hahn. Pues ahí, como sucede con ese rastro aéreo: entre azules optimistas y nubes en el camino. Primero condensado, cuajado de proyectos, sentimientos y avatares diversos que, a lo largo de los años (minutos para la estela), van cediendo y mudando a memorias parcelares, nostalgias o frustraciones sin las interrelaciones de antaño: sólo manchas aisladas que con el devenir, llegarán a hacerse irreconocibles incluso para su autor.
Y para qué decir tras el seguro aterrizaje, si ya confundida nuestra trayectoria con la de cualquier avión. En ambos casos, el motor parado y, del trayecto, ni siquiera huellas; una estela que el tiempo borrará mal que nos pese, aunque las humanas puedan permanecer algo más que la dejada por el aparato. Por eso, cuando los veo pasar, se me ocurre envidiar a esos árboles de enfrente que, aunque nunca conseguirán dejar el suelo, a diferencia de nosotros y los ingenios alados son capaces de recuperar el ayer: sus hojas desvanecidas tras el invierno. Ahora mismo y si hubiera de elegir entre identificarme con avión o árbol, sin duda el segundo aunque suponga renunciar a viajes; a nuevos horizontes y perspectivas. Pero según como siga la cosa, igual cambio de opinión.