La celda de las emparedadas

Literatura. Historia. Periodismo. Crónica.
Por Mario Blanco.

¿Quién no ha oído hablar del peregrinaje a Santiago de Compostela? Recientemente incluso en nuestro último viaje a España, tuve la necesidad espiritual de emborronar un par de cuartillas sobre esa majestuosa ciudad llena del embeleso de la arquitectura de su época, y donde la catedral reina como una de las más bellas del mundo hispano. Allí se encuentra el sarcófago con los restos del apóstol Santiago, al cual acuden los millares de peregrinos cada año con el objetivo de que se le exculpen sus pecados. Si, voluntariamente esos caminantes desde hace siglos caminan y caminan, algunos llegan con los pies heridos, haciendo un sacrificio de días y días de caminata, y bien conscientes de lo que hacen, infligiéndose un castigo corporal en aras de continuar viviendo con la conciencia tranquila.

Pero ya sobre esto  escribí antes, hoy pongo en la palestra algo similar, pero bien distinto, se trata del autocastigo a las mujeres supuestamente impúdicas, “ mala vida”,  que en aquellos tiempos, en Astorga, la sometían, dicen que la gran  mayoría lo aceptaba así, a un tormento inhumano, encerrarla en un pequeño recinto  con solo dos fuentes de acceso, una  hacia el exterior para aceptar las limosnas de los peregrinos, vecinos  y transeúntes, y otra para dentro, hacia el presbiterio de la iglesia, para seguir el culto religioso, hasta que la muerte las absolviera de las penas lascivas incestuosas de este mundo.

Adosado a la iglesia de Santa Marta y cerca de la catedral en la ciudad de Astorga, se encuentra este recinto del infierno, con un objetivo similar al peregrinaje del camino a Santiago, exculpar los pecados, en este caso carnales. Lo primero que deberíamos analizar es la definición, el concepto de pecado carnal, que, si bien deberíamos trasladarnos a aquella época, no por ello el punto humano deja de ser diferente. Pero todavía más, antes de sopesar la gravedad de los hechos, apuntemos que, a ese cubículo siniestro solo iban las almas impúdicas femeninas, como si en el famoso pecado carnal no estuviesen involucrados los hombres, que tanto o más, somos responsables de esos, “delitos”.

Iglesia de Santa Marta en Astorga, en España.

Cuánto contraste pude percibir en esa bella ciudad con tanta historia y edificaciones extraordinarias, entre ellas su hermosa catedral y el famoso Castillo del Alcázar, y este arcaico concepto. Astorga, que pertenece a la comarca de la maragatería, donde sus antiguos moradores, los arrieros maragatos, eran ejemplo de seriedad y dedicación al comercio del cual vivían. Por suerte la historia de los emparedamientos femeninos tuvo su fin con la prohibición de estos, a finales del siglo XVII.

Pero allí todavía se encuentra aquel sitio grotesco, como testigo mudo pero activo, de los insensibles e inhumanos procederes de aquella época. Sobre el recinto rezan las palabras: “Acuérdate de mi juicio, porque así será también el tuyo. A mí ayer, a ti hoy”. Aún falta en los hombres algo más de reconocimiento para nuestras mujeres, y sobre todo asimilar, enaltecerlas y jamás olvidar que, todo ser humano proviene de una mujer, manantial de la vida, fuente milagrosa.

 

 

 

 

 

 

 

 

©Mario Blanco. All Rights Reserved.

 

 

 

About the Author

Mario L. Blanco Blanco, Santiago de Cuba, 1949. Ingeniero naval. Estudió en la Politécnica de Gdansk, Polonia. Trabajó durante algunos años en el Mitrans, organismo central en la dirección de inversiones. Durante el período del 1986 al 1989 se desempeñó como Presidente del Poder Popular del municipio Plaza de la revolución en Ciudad de la Habana. Trabajó luego en el sector marítimo de la Pesca. Fue director de la empresa de Tintorerías y Lavanderías de Ciudad de la Habana. Reside en Montreal, Canadá, desde 1997.

Leave a Comment