Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Desaparecen los cuerpos de las almas sencillas y de las eruditas, y digo los cuerpos pues la dimensión alma sigue intangible a la vista humana, solo se ve con el corazón, y para todos aquellos que imaginamos unos, otros están totalmente seguros, que el alma no muere, pues entonces hay almas que alcanzan la eternidad y otras que pasan desapercibidas. Y la eternidad, el recuerdo diario, la inmortalidad, es un parámetro terrestre, humano, es un concepto creado por nosotros mismos, por una persona, un grupo o la mayoría de la humanidad sobre algunas otras figuras, que en su desandar por este mundo con sus acciones, le hayamos dado el consentimiento de lo divino. Así, para mí, mi madre es inmortal por la apreciación personal que tengo de ella, y la aceptación que tuvo por la mayoría de los que la conocieron. De la misma manera otros seres que ni siquiera conocimos, pero que sus acciones llegaron hasta nosotros por diversas vías, del arte, la ciencia, la sabiduría, los situamos en esos pedestales eternos, y trascienden de generación en generación y los hacemos inmortales, nuestros héroes. Así que hay héroes de unas personas y otros de otras muchas, pero todos tenemos un factor común, el cuerpo físico donde anida el alma, alma que de algunos pocos trasciende en la historia , y de muchos que fenece y pasa al olvido, al menos en nuestra dimensión tierra.
Hay dos parámetros que me encausan a la meditación, uno la edad que me avanza, otra el invierno unido a su soledad y quietud. Llevo días dándole en la mente vuelta a esta idea y estado de ánimo. En parte me impulsa a tratar de localizar a aquellos que he conocido y de alguna manera están casi en el olvido. Para muchos le importa un bledo localizar a alguien que a veces ni siquiera fue un gran amigo, solo un conocido, pero para mí lo es, y quisiera decirle a esa persona con mi gesto, que no pasó desapercibida en la interacción de nuestras trayectorias en la vida, y cada vez que lo logro, encuentro alegría en esa persona, y provocar ese momento de satisfacción, que en gran medida depende de mi iniciativa, me provoca también un gran placer, rebota en mi corazón el agrado que le di a ese ser, que quizás se sintió olvidado o inadvertido, y creo le doy ánimos, vigor y seguridad de que valió la pena nuestra cálida o sencilla relación.
Hay una amiga en Santiago de Cuba que me dijo hace poco, “gracias por rescatarme”, desde luego agregaría “de las fauces del olvido”, y así mismo lo siento, y quisiera con estas letras que haré llegar a mis hijos y nietos, que de vez en cuando hagan un paro en su desandar por este mundo, y mediten sobre aquellas personas que tuvieron al menos una sonrisa para con ellos, y las rescaten del terrible olvido. Hagámosle sentir o recordar el valor humano que tuvieron para nosotros, y enviémosle un mensaje, un recordatorio, una llamada telefónica, no al final del año cuando las nostalgias nos abruman, sino ya, el tiempo es oro y de la noche a la mañana nos roba la adolescencia, la juventud y la adultez, y nos lanza a la tercera edad, donde dejamos de ser actores y protagonistas, y donde los recuerdos y añoranzas son el plato fuerte del día.
Sí, amigos, la interacción social es un lujo de afectos que no podemos desdeñar. No hay nada más valioso que otro ser humano, si conocido, amigo o familia. La vida de una persona es el mejor libro que podamos leer. Los lazos humanos son los puentes más poderosos que podemos crear, no dejemos que la corrosión del olvido fatigue sus pilares.
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