Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Mi primer pensamiento al escribir este artículo es la satisfaccion que tendrán algunos de mis lectores que aman los temas relacionados con la historia. Pues hoy la musa se puso en función de ustedes y no los hago esperar.
Veo en la tarde un reportaje más de, “Madrileños por el Mundo”, pero y de forma casual, al encender la TV en Youtube, surge el tema: Gdansk al norte de Polonia. Mi corazón se agitó, y como no hacerlo, allí pasé algo más de seis años, en esa ciudad bella, instruida, convulsa en la historia, pues por allí surgió la Segunda Guerra Mundial, y por allí comenzó en 1989 el desmoronamiento del sistema socialista europeo al surgir en sus astilleros el Movimiento Solidaridad, dirigido por Lech Walesa.
Rica, extensa y complicada la historia de Polonia. Resumo solo que esta ciudad con anterioridad fue alemana y se le denominó Danzig. En ella nació en 1788 el gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer, en la calle, Swientego Ducha, al centro de esta. Siendo un adolescente conocí, y ya he escrito al respecto, a mi tutora de literatura, la Sra. Gloria Ramos, a la cual quise como una tía, y yo creo que ella, que nunca se casó, me vio como el hijo que nunca tuvo. Fue ella entonces la que un día me prestó aquel libro del gran filósofo polaco-alemán, titulado: El amor, las mujeres y la muerte. Con ese nombre tan sugestivo me zambullí en sus páginas buscando la razón de aquel título. Entonces yo en el preuniversitario, entraba con fuerza en el universo de la literatura, y si bien poco recuerdo de aquella obra, sé que en algo me impregnó de ideas, y fue suficiente para meditar sobre las concepciones de aquel sabio, un tanto materialista, que sustentaba el quehacer del hombre en su voluntad, y que también pensaba que la muerte física no era la muerte definitiva del hombre, tal cual las hojas de un árbol al caer darán más tarde la génesis de nuevos retoños, o sea nueva vida.
Pero el documental me llevó de la mano por las calles de la ciudad de Gdansk tantas veces recorridas. Fue esa etapa una de las más bellas de mi vida, la de los veinte, donde a pesar de los fuertes estudios que me robaban casi todo el tiempo, tenía cada dos años unas vacaciones que las aprovechaba para visitar museos, iglesias, el famoso castillo de Frombork, pasear por sus pocas playas recogiendo de vez en cuando alguna pieza de ámbar que tanto abunda allí, y por lo cual se le llama la ciudad del ámbar. Recuerdo mi visita al museo marítimo en la península de Hel, el obelisco de Westerplatte por donde los alemanes iniciaron la Segunda Guerra Mundial.
El recorrido por aquellas calles, la imagen de las casas con su arquitectura típica y maravillosa. Se muestra también la ciudad de Gdynia y el famoso balneario de la ciudad de Sopot,ññ que estas dos ciudades junto con la de Gdansk, las tres unidas, se les denomina: Trójmiasto, o las tres ciudades juntas. Entonces estaba tan alejado de mi familia, de una novia que me esperó tantos años, de mi ciudad a la que de regreso, no regresé, y valga la redundancia, pues me situaron a trabajar en Ciudad de La Habana. Los estudios con tantos compañeros, muchos de los cuales perdieron su carrera por las exigencias de aquel centro estudiantil que eran muy severas, y al final el premio de haberme graduado y que al parecer creo fui el último cubano, al menos en aquella etapa, de graduarse en ese centro pues después no enviaron a más estudiantes a esta ciudad, debido a los disturbios que allí comenzaron, y en 1980 dieron lugar al comienzo de la desaparición del campo socialista. Documentales así nos hacen recordar momentos tan bellos en nuestras vidas, y como no reflejarlos en estas pequeñas líneas para regocijo de nuestra alma.
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