…ese fantasma solitario y triste…

Written by on 22/02/2021 in Literatura, Narrativa, Novela - No comments
Literatura. Narrativa.
Fragmento de la novela “No hay hormigas en la nieve”.
Por Amir Valle.

Celda de una de las cárceles de la Stasi, cuando la Alemania Oriental. Pixabay.

La rata Murillo sonríe cínicamente, te pone las esposas y hace un gesto a los dos agentes de la Stasi que esperan junto al Trabant blanco y, como dos autómatas que aguardaran una orden, te obligan a bajar la cabeza y a meterte en el asiento trasero.

─Le dije que mi ojito lo estaría vigilando, ciudadano ─dice cuando te ve, más que sentado, aplastado dentro del auto. Por lo menos, así te sientes─. Y yo, bocón de mierda, donde pongo el ojo, aprieto el lazo. En eso nunca he fallado.

─¿Adónde lo llevamos, camarada? ─pregunta el que tiene grados de teniente─. En la jefatura ordenaron que esa decisión era suya.

─Dígale al capitán Hesler que siga el procedimiento acordado ─aclara la rata Murillo─: la traición de este ciudadano se produjo en territorio alemán, así que es responsabilidad de la Stasi asumir los primeros procedimientos. Y al tratarse de un desertor de rango diplomatico, debo pedir instrucciones a la jefatura en La Habana antes de decidir qué hacemos con él.

El chofer enciende el motor del Trabant y ya casi se dispone a incorporarse al tráfico que a esa hora de la mañana colma la avenida cuando Murillo toca en el capó con sus nudillos. El teniente de la Stasi saca la cabeza por la ventanilla del auto y lo mira.

─Eso sí ─dice entonces Murillo─. Nada de mano suave con este individuo porque sea diplomático. Es un traidor de mierda. Así debe ser tratado.

♦♦♦

A los Reinaldos, en la Embajada de Cuba en la Berlín comunista, les llamaban “el gordo y el flaco”. Reinaldo Murillo era enclenque, de brazos largos y manos tan huesudas como su cara, aunque su rasgo más visible era su mirada de mala gente: el típico hijo de puta oportunista que había hecho carrera en la policía política cubana aplicándose con fanatismo en las tres únicas vías que existen en la isla para triunfar en ese oficio: primero, como soplón voluntario de las críticas que a la Revolución hacían sus amigos y compañeros en la Universidad de La Habana, en esos convulsos años iniciales de la Revolución; luego, ya incorporado a las labores de agente encubierto, lamiendo mañosa y servilmente las botas lustrosas de los oficiales que lo atendían en sus labores de espía colado en el grupo de profesores de idiomas que trabajaban con extranjeros en el recién creado Equipo de Servicios de Traducción e Intérpretes, al que todos conocían simplemente como ESTI; y finalmente, probada ya su perruna fidelidad como delator profesional, asumiendo con una entrega kamikaze todas las tareas asignadas en su nueva función de oficial público del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. En Berlín, en cumplimiento de su nueva misión al frente de los servicios secretos en la sede diplomática cubana, se paseaba por las instalaciones de la embajada y del consulado, las oficinas comerciales cubanas asentadas en la RDA y hasta por los edificios de los ministerios alemanes que tenían conexiones de trabajo con Cuba, con la misma prepotencia con que un señor feudal visita sus dominios. “Este ojito los está mirando, compañeros”, era su frase preferida, pronunciada siempre apuntándose al ojo derecho con su largo dedo índice y con las palabras empegostadas de un cinismo amenazador que hacía aún más detestable sus facciones de rata rabiosa, con lo cual se había ganado el sobrenombre de “la rata Murillo”.

“El gordo y el flaco”. Oliver Hardy y Stan Laurel. Wikipedia.

Reinaldo Fenelo, el otro de los Reinaldos allí, podría haber sido el doble perfecto para Oliver Hardy, el genial actor gordo de las famosas pelis de “El gordo y el flaco”. Poseía, incluso, el mismo carácter bonachón y tierno que caracterizó siempre las películas del actor norteamericano. Y hasta los bromistas más notables de la embajada, el personal de mantenimiento y los choferes, se burlaban de él porque los pantalones de Fenelo se le metían entre las nalgas, igual que al gordo Hardy. Siempre afable, educado, sencillo, obligaba a que todos se preguntaran cómo había llegado a convertirse en el mejor amigo de la repulsiva rata Murillo. Pero nunca nadie pudo saberlo. Y sólo algunas teorías dejaban escapar algún que otro indicio de una razón posible. Una de ellas, la que tal vez esté más cerca de la verdad, que detrás de su apacible modo de ser Fenelo había demostrado un valor cercano a la osadía suicida del mítico Rambo de las pelis yanquis cuando estuvo designado en Viet Nam, luchando contra la invasión norteamericana como asesor de artillería del ejército vietnamita. Siendo ya un hombre fornido ─la gordura le llegaría después tras una operación de las tiroides─ su entrenamiento de largos años en las tropas especiales le ayudó a convertirse en un oficial discutido por todos los comandantes de la guerrilla local, los Viet Cong, y él mismo se enorgullecía de haber recibido algunas misiones del legendario Ho Chi Ming.

Eran, diciéndolo del modo más simple, dos personas que nada tenían que ver una con la otra y, disparidad tan notoria, acentuada por el hecho de que el gordo Fenelo le llevara casi 20 años a la rata Murillo, contaminaba con demasiados subjetivismos el análisis de sus acciones personales o de las tareas que, supuestamente para garantizar la seguridad del personal diplomático cubano acreditado en Alemania, aquellos dos singulares personajes ejecutaban desde la oficina en la cual trabajaban. Así, ante órdenes internas como “prohibido cruzar con personal ajeno a la embajada ni una sola palabra sin comunicarlo”, era imposible determinar hasta qué punto aquello era una imposición de las ansias de poder de Murillo secundada por Fenelo, o una estrategia basada en la experiencia de Fenelo en eso de “proteger al personal” ─su trabajo allí se centraba en establecer esas estrategias de inteligencia y contrainteligencia─ que era envenenada con el obsesivo y enfermizo tufo tiránico de la rata Murillo intentando controlar todo lo que se moviera en aquellos, sus predios.

Nunca, por solo poner un ejemplo, llegarías a saber si el cortés trato de la rata Murillo hacia ti se debía a que él conocía tu larga amistad con el gordo Fenelo ─pues quizás en esto se cumpla aquello de que “el amigo de mi amigo es mi amigo”─ o a que sabía que, sin mezclarte en esos corrillos de maledicentes que criticaban en voz baja a los superiores y en presencia de los jefes eran todos sonrisas y falsos elogios, desde que llegaste a la embajada te limitaste a cumplir con tu trabajo: traducir en los encuentros del embajador con personalidades o instituciones alemanas. Y a cerrar el pico. Obedeciendo sin chistar hasta las disposiciones que considerabas un disparate, pues no estabas allí por ser un elegido “hijito de papá” con derecho a pasar largas temporadas de estudios o vacaciones fuera de la isla, algo impensable para cualquier cubano de a pie; ni porque lo pediste como pago a méritos obtenidos en la defensa de la Revolución, como hicieron algunos buscándose un par de añitos fuera de la carestía que asolaba la isla; ni porque un socito con poder en la nomenclatura política había decidido “tirarte un cabo” para que desconectaras un poco de la siempre tensa realidad nacional. Estabas allí porque eras el mejor en tu oficio: el alemán no te parecía, como a otros colegas de tu carrera, una conjunción armoniosa de ladridos de perros, no, sonaba dulce en tus oídos y, apasionado lector como siempre habías sido, lo disfrutabas doblemente porque te permitía, leyéndolos en su propia lengua, meterte en la mente de los grandes filósofos alemanes de los cuales te hablaba el sabio profesor Ricardo Repilado en tus tiempos de la universidad.

─No lo olvides, Javier ─te dijo la rata Murillo el mismo día de tu llegada desde La Habana, aún en el parqueo del aeropuerto, mientras metías en el maletero las dos viejas mochilas con las que había llegado─. Este ojito te estará siguiendo los pasos ─y no sabes si fue la mala impresión que desde ese mismo instante te dejó su dedo cadavérico apuntándose al ojo con que él juraba monitorear tu vida o si fue la apacible cordialidad que se desprendía de la mirada del gordo Fenelo y que percibiste como un apoyo silencioso, pero sabes que jamás el flaco olvidará tu respuesta.

─Conmigo esa amenaza no le sirve, compañero Murillo ─dijiste, encarándolo con una tranquilidad de la que tú mismo aún te asombras─. Yo estoy aquí porque me lo gané, pero me habría dado igual que me mandaran al país más salvaje y alejado de África. Lo mío es trabajar, así que, ahórrese sus amenazas.

Seguridad del Estado cubana. Tomada de las “Memorias de 100 y Aldabó. La prisión más temible de Cuba”.

Faltaba mucho tiempo para que supieras que, aún cuando brotara como el agua podrida en esa ciénaga inmunda que era el corazón de la rata Murillo, aquella amenaza que lanzaba a la cara de los recién llegados, y que luego se encargaba de recordarles una y otra vez, era una secuela lógica de los avatares con los que tenía que lidiar casi diariamente en el oficio que, tanto él como el gordo Fenelo, habían elegido. Más que establecer las normas de la seguridad ─porque ésas llegaban desde las oficinas de los estrategas en La Habana─, su trabajo supuestamente era hacer que se cumplieran esos dictados, pero, como te comentaría Fenelo poco después, los grandes dolores de cabeza no venían de ustedes, el personal diplomático, que solía ser bastante dócil y disciplinado gracias al miedo de que los mandaran de vuelta a Cuba y se les terminara así aquel período de gracia, vida decente y abundancia.

─Los hijitos de Papá, Javier. Esos son como un grano en el culo ─dijo el gordo Fenelo y se miró los dedos de las manos con una insistencia tan absurda que no te costó ningún trabajo deducir que estaba nervioso al contarte aquel secreto─. Han nacido en cuna de oro, criados a toda leche, los jefes les han cumplido todas sus perretas y caprichos y, cuando llegan acá, se sienten los dueños del mundo y se despelotan. ¿Quién tú crees que le puso a Rei eso de rata Murillo? Uno de los hijos de Ramón, el hermano mayor de Fidel.

El muchacho estudiaba una carrera de ciencias en Rusia, “si me preguntas, no sabría decirte, sólo sabíamos que estudiaba algo de ciencias”, y, tal vez porque Alemania era parte del itinerario que los servicios de seguridad que lo cuidaban en Moscú entendían como seguro, durante las vacaciones de la universidad, en vez de regresar a Cuba, hacía giras por distintas ciudades de los países amigos: la fascinante Praga, la mezclada mística y modernidad de Budapest, la sobria belleza de Sofía, la ciudad de las rosas…, y también, con un gran aparataje de protección personal, Atenas, Estambul y Amsterdam, ciudades de países enemigos.

─Se enganchó a la droga y a las putas caras de la Warmo, la calle de las putas que ofrecen sexo sadomaso en Amsterdam ─siguió contándote Fenelo, moviendo la cabeza como si todavía no lograra creer lo que contaba─. Dirías que exagero, si te cuento las veces que tuvimos que volar a sacarlo de alguna comisaría o de algún hospital, con más droga que sangre en las venas y apaleado como un perro por esos jueguitos que tanto le gustan. Al final, a Rei se le ocurrió que nos salía más barato contratar a un abogado allá cuando el muy cabrón venía de vacaciones. Así nos ahorramos el viajeteo, los gastos y las broncas con la policía holandesa.

─¿Por qué no lo informabas a los superiores? ─dijiste, intrigado.

─Uno solo se atrevió a hacerlo ─contestó─. Un capitán de la Sierra Maestra que había estado a las órdenes del Ché y que en los setentas pusieron de jefe de seguridad en Moscú como agradecimiento por su valor. Tipo honesto de los pocos que he conocido.

─Por el tono en que lo cuentas, la cosa no salió bien…

─Está de custodio del área de los leones en el zoológico de La Habana.

─¿En el área de los leones?

─Y de los monos ─le oíste decir. Después, el suspiro de sus grandes pulmones, como un fuelle que se vacía de aire─. De cojonudo capitán de la Sierra Maestra a cuidarle el culo a los leones y los monos del zoológico. ¿Crees que después de eso alguien más se atrevería a decirle a los jefazos en La Habana algo del descaro de estos cabroncitos de sangre azul?

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©Amir Valle. All Rights Reserved

About the Author

Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor, Periodista y Editor. Su obra narrativa ha sido elogiada, entre otros, por los premios Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, Gunter Grass, Herta Müller y Mario Vargas Llosa. Saltó al reconocimiento internacional por el éxito en Europa de su serie de novela negra «El descenso a los infiernos», sobre la vida actual en Centro Habana, integrada por "Las puertas de la noche" (2001), "Si Cristo te desnuda" (2002), "Entre el miedo y las sombras" (2003), "Últimas noticias del infierno" (2004), "Santuario de sombras" (2006) y "Largas noches con Flavia" (2008). Su libro "Jineteras" ("Habana Babilonia"), publicado por Planeta obtuvo el Premio Internacional Rodolfo Walsh 2007, a la mejor obra de no ficción publicada en lengua española durante el 2006. Entre otros premios internacionales en el 2006 resultó ganador del Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa con su novela histórica "Las palabras y los muertos" (Seix Barral, 2006). Sus libros más recientes son las novelas "Hugo Spadafora - Bajo la piel del hombre" (Aguilar, 2013), "Nunca dejes que te vean llorar" (Grijalbo, 2015) y el libro de cuentos "Nostalgias, ironías y otras alucinaciones" (Betania, 2018). Reside en Berlín, donde trabaja en los servicios informativos de televisión de la agencia Deutsche Welle para América Latina y desde donde dirige la editorial Ilíada Ediciones y "OtroLunes - Revista Hispanoamericana de Cultura".

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