Literatura. Crítica. Poesía.
Por Carlos Penelas.
Siempre he sostenido que la lectura es errática, tan errática como las mujeres. Uno siente las palabras, los sonidos, el gesto, la ternura, lo evocado. Como en las mujeres. También es importante saber cómo leemos en nuestra época, de la misma manera en cómo escribimos. Leer, no nos olvidemos, no es descifrar. No es un tema menor, no tengo ganas de escribir mucho, pero creo ser claro. Los silencios, los objetos, los mundos son otros. Y por lo general una parte de descerebrados manejan la industria cultural, críticos que son un coro de aprobación, seres que en el fondo son esclavos de su ignorancia. Inconmovibles sin remedio. Como los ortodoxos y los dogmáticos.
Hablaré de las musas; de esas hembras eternas, complejas, reticentes. Y tal vez (es una vana esperanza) le sirva para descubrir el universo de Akutagawa o el de Kenzaburo Oé.
En esencia, el primer tratado de ciencia de la literatura o de preceptiva que jamás se haya escrito, es La Poética de Aristóteles (380-322 a. de n.e.). Sus reglas estuvieron en vigencia hasta el romanticismo. La importancia de la obra, su mayor mérito, estriba en la capacidad que demuestra para la crítica literaria. Definió, por vez primera, los géneros literarios. Todo lo que es creación es poesía, para Aristóteles. Habla de la poesía homérica, la comedia antigua, la tragedia creada por Esquilo y por Sófocles. Hablará del lenguaje poético, apreciaciones sobre el vocabulario, la necesidad de unidad, entre otros temas.
El Ars Poetica de Horacio pertenece a la más larga de las Epístolas de Quinto Horatius Flaccus, compuesta alrededor del año 14 y dedicada a los Pisones. Afirma la regla absoluta de la unidad, sin la cual no existe obra de arte. La originalidad no consiste en la novedad del argumento, sino en el proprie dicere. “Tu palabra se distinguirá de la de todos los otros si hace sentir como nuevo el vocablo conocido”. Influirá en el teatro francés a través de la traducción de Boileau. Fue traducida al inglés por Ben Jonson. Horacio perteneció al círculo de los poetas de Augusto, protegidos por el Mecenas. Es considerado uno de los más grandes poetas romanos por la perfección de su forma.
Aquí están las musas, ingenuo lector. Y en las páginas de Mariana Alcoforado o en los poemas de Louise Labé, “la bella cordelera”, poemas líricos sobre el amor insatisfecho. Y en una de las grandes poetas de la literatura universal, Gaspara Stampa (1523-1554), conmovedora. En sus Rimas veremos la desesperada pasión, la trágica y apasionada mirada de una mujer que nos recuerda a la pintora caravaggista Artemisa Gentileschi (marginada de los libros de historia del arte hasta hace dos décadas) o a la tormentosa y desenfrenada Camille Claudel, una mujer donde el genio iba de la mano con la belleza. Le recomiendo, por ahora, que descubra a Gaspara Stampa, la poeta del Cinquecento veneciano, que sostiene el código poético petrarquista. Estas son parte de las mejores mujeres de la humanidad. Juntas a Hipatia, claro.
Me gusta pensar lo que postulaba Italo Calvino: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Caro lector, hábleme de sus mujeres. Algo más: casi no utilizo el teléfono celular. No es una virtud, es solo un placer de caminar por las calles, por las plazas, sin necesidad de él. Y vivo, rio, nado, voy a la cancha de Independiente y fumo en pipa. Tabaco holandés, claro. Y, mientras leo, miro mujeres bellísimas. Esas mujeres elegantes —cada vez se ven menos— con porte decidido, de caminar con buena postura. Esas mujeres que nos dan confianza, que al observar la posición de los pies nos hablan de un atractivo, del atractivo de sus caderas. Pues nos estamos despidiendo. Soy un deambulador de la ciudad, un flâneur. No se olvide. Y vuelva a leer a Paul Auster.
[Buenos Aires, noviembre 2024]
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