Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Compramos nuestra casita actual en junio del 2007. Es una casa grande y con un patio enorme donde hay muchos árboles y plantas ornamentales. Creo los árboles una vez los conté: pinos hay cerca de 20; dos alces rojos, es el árbol nacional de Canadá; y otros más, cuatro a cinco que realmente no conozco sus nombres. Dos de ellos se encontraban en la parte posterior del patio, y justamente sobre uno de estos dos árboles trata esta reflexión. De los dos, uno lo cortamos pues el vecino del fondo se quejaba que le daba sombra para el área de su piscina, y como ninguno de los dos son árboles maderables o conocidos, como se dice de los perros, son árboles satos, pues no medité en cortarlo, y el otro se secó solito. A este último el año pasado mi hijo Mario Alejandro y yo le cortamos las ramas superiores en aras de evitar un accidente si caían sobre algo o alguien, y ahí se quedó el tronco de unos tres metros esperando su turno.
Desde hace unas semanas le comentaba yo a Mario Alejandro la idea de tumbar el dichoso tronco, y ensayamos cortarlo con nuestra máquina, pero la misma ya con la cadena gastada no sirvió. Entonces nos dijimos vamos a alquilar otra máquina y lo cortamos. Cuando fui a alquilarla resultó para mis cálculos demasiado cara, al punto que me dije si es así prefiero comprar una que, aunque me cueste el doble, ya me quedo con ella. Tres días atrás le dije a mi hijo Ale, creo que voy a cortar el tronco barrenándolo con el taladro y perforándolo con una barrena grande, espero después lo pueda tumbar sin grandes tropiezos. Me di a la tarea de ensayar mi método y ahí empezaron las dificultades. Barrené y barrené, unas veces pude atravesar el tronco de unas 18 pulgadas, cuando la dirección de la perforación era fuera del centro o “corazón”, como le llamamos los guajiros. Empleé una barrena larga y luego otra más chica pero más gruesa. Luego comencé a serrucharlo aprovechando los agujeros. Avancé pero no lo suficiente y lo dejé para al otro día terminar la tarea. Ayer me puse en función otra vez y seguí perforando y serruchando, y cuando pensé que podía caer, até una cuerda gruesa al borde superior y jalé y jalé, y nada. En la tarde volví a la tarea, seguí serruchando, le di golpes con un hacha mandarria, lo forcejeé con una pata de cabra, le metí con un hacha pequeña como cuña, tiré varias veces de la cuerda, Alina mi esposa me ayudó y lo empujaba mientras yo jalaba de la cuerda, y ya en la tarde caí exhausto, medio derrotado, recordándome la lucha del viejo con el gran pez, que Hemingway escribió y fue lectura predilecta en mis años mozos. No pude con el tronco seco. Llamé a Ale y le dije pasa por aquí para que le des un jalón de hombre, pues el de viejo no resulta, y quedamos en que hoy en la mañana después de su trabajo pasaría.
Anoche seguí pensando en el tronco y su resistencia y mi obsesión de tumbarlo, pues mi dignidad de carbonero, cuando fui joven y trabajaba con papá estaba en juego, y casi me sentía derrotado. Entonces se me ocurrió emplear una pieza que al enroscarse jala, y fui a comprarla en la mañana a la quincallería. La empleé y tiré y nada. Empleé otra parecida que utilizamos en los techos además de la otra soga gorda de la cual siempre tiré, Alina volvió a ayudarme empujando y nada. Pero no desistí, lo serruché una vez más y entonces tiré y lo vencí, cayó el tronco a todo lo largo, el cual se sostenía solo en su centro con 3 pulgadas no serruchadas.
Meditaba luego sobre mi voluntad de tumbarlo y la resistencia que me opuso. Y así es la vida, no dejarte doblegar ante las dificultades, y aun casi exhausto buscar alternativas para vencer.
Este es un hecho aislado y aparentemente insignificante, pero así ha sido mi vida, con voluntad y audacia he podido vencer las dificultades que he debido enfrentar. Sirva de ejemplo a mis hijos y nietos, y a todo aquel que lo haga suyo.
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