Literatura. In memoriam. Testimonio.
Por Reynaldo Fernández Pavón…
Siendo estudiante visité en varias oportunidades a Lezama Lima en su casa ubicada en la calle Trocadero, acompañado por Ada Santamaría Cuadrado (la hermana de Abel), una amiga fiel de los artistas y escritores cubanos. Fuimos y nos enteramos que escribía su segunda novela. “No olvides traer contigo los tabacos que te tocan por la cuota de la libreta”, me dijo Adita pues sabía que, a la sazón, yo no fumaba tabacos —ni los fumo todavía— Al llegar a la casa de Lezama nos recibió con gran alegría, pues eran muy contados los que le visitaban. Sentado en uno de sus sillones asirios, rodeado de libros y papeles, juntó sus manos sobre una tabla que utilizaba para escribir y me preguntó:
—Y usted jovencito a qué se dedica—. Ada se adelantó y respondió por mí.
—Es mi amigo, que escribe poemas y canciones.
—Me parece muy bien—. Afirma Lezama, y comenzó a contarnos de las invitaciones a viajes que planeaba con la certeza de que no asistiría, y de un sinfín de cartas que había recibido, en la cuales le prometían enviarle sus libros de poesía publicados que no llegarían a sus manos. Tuve la impresión de que en el epistolario se encontraba el aire que faltaba a su respiración ruidosa, pero puedo asegurar que hablaba de esos temas con un sentido del humor criollo que nada tiene que ver con la imagen de personaje inalcanzable, inventada por la cultura oficial, y reforzada por algunos círculos de interés literarios que han contribuido (con intención o sin ella) a que este escritor sea absolutamente desconocido entre cubanos.
Al saber que estudiaba música y letras me habló de Leonardo Acosta, sabía que este musicólogo escribía un libro sobre el barroco de indias y del compositor Aurelio de la Vega, que nunca nos mencionaron en las clases de Historia de la Música, en el conservatorio, y que desde finales de la década del 40 componía música serial con el sistema dodecafónico.
—Leonardo Acosta y Aurelio de la Vega son los músicos que más se acercan conceptualmente a Orígenes—, afirmó.
Lezama escribía refugiado en un insilio desde la época del llamado “quinquenio gris”, la etapa más intolerante de la política cultural del régimen totalitario de la isla, y este hecho existencial es fundamental para el análisis y comprensión de su poesía:
—Lo esencial del hombre es su soledad y la sombra que va proyectando en la pared—, escribió. Cada verso de Lezama integra la compleja significación total de su obra, incluido Paradiso (1966) su gran poema de la narrativa.
Los años han pasado, José Lezama Lima se liberó de todos los opresores terrenales para integrarse a los laberintos de la luz, en el que la búsqueda de la infinita posibilidad y la pasión por la cultura llevaron su obra a calles y guaguas donde viajaran incesantes la belleza de un tempo filosófico; allí donde la especulación viaja en búsqueda del descubrimiento de las palabras y se encuentra con sus muertos, en vano tratarán de precisar, cómo, cuándo y dónde el hombre americano ha construido templos para su fe.
Lezama pertenece a una especie que adolece de la pedantería de enumerar en cuantas lenguas fue traducido y comentaba cuanto bien la había hecho la correspondencia escuchando la lluvia gruesa de cada día, sonando a ton-ton en la madrugada de una obra de Alejandro García Caturla, interpretada en el teatro Amadeo Roldán, que hacía vibrar el clavicordio de la casa de Rubén Darío, teogonías de la imagen reemplazando a los hechos —según él— para volar a un mundo Imago en el espacio-tiempo donde han coexistido dos substancias: la negación y la trascendencia del sujeto.
Cuando evoco a este poeta, no puedo pasar por alto que la generación de intelectuales a la cual perteneció tuvo una propuesta de proyecto republicano de las letras en el que algunos escritores clasificaron como no interesantes al Modernismo y posteriormente lo rescataron para colocarse en el contexto latinoamericano, negaron el vanguardismo (en especial al surrealismo) y pusieron en tela de juicio la multiplicidad y la pluralidad, puntos de vista conceptuales de los cuales Lezama no estuvo ajeno.
Existe un paralelo entre el ser al que todo le ha sido negado en la literatura de la Roma del siglo I (d. C.) y la vida del Lezama que necesitaba un pequeño vacio donde irse reduciendo para nacer de nuevo convertido en mito, el creador y el ser humano, como una coordenada limítrofe del mundo donde se extiende su propia existencia, tratando de explicar la relación entre Dios, el hombre y la inmortalidad del alma, entrecruzamientos en los que la autotrascendencia se puso de manifiesto a través del significado que con su obra otorgó a su vida.
[Este trabajo fue enviado por el autor especialmente para Palabra Abierta]
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