Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
El ser humano se ha costumbrado a difuminar y divertirse con los grandes acontecimientos, incluso algunas nimiedades se han convertido en grandes cosas, según como se dice, depende del lado en que se mire. Incluso algunas cuestiones lisonjeras los medios la han convertido en noticias sensacionales. Pero muchas veces esperando algo trascendental obviamos secuencias en nuestras vidas que al menos para mí tienen un mensaje y un gran sentido en la vida.
Y sucedió ayer durante mi casi acostumbrada caminata, porque si no estiro las piernas me oxido y a pesar de que había un poco de viento molesto, pues emprendí el camino. A mitad de este, casi frente a mí, veo a un anciano que casi se cae, pues se le aflojaron las piernas, y llevaba una pequeña bolsa en sus manos. Me detengo frente a él, a unos dos metros, guardando la distancia debida, y le pregunto si necesitaba ayuda, pues volvió a intentar dar un paso y se detuvo, las fuerzas le fallaban. Alzó la vista y me observó, y le pregunté quiere que lo ayude, y cosa rara aquí donde he visto siempre tanto individualismo, me dijo que sí, me acerqué entonces y le dije: “¿Quiere que le lleve la bolsa?”. Me la entregó y me dijo yo vivo a una cuadra de aquí, tomé la bolsa y le ofrecí mi brazo, del cual se sujetó del abrigo y ahí echamos a andar pausadamente, yo, de regreso, y él paso a pasito, a unos 10 metros volvieron a flaquearle las piernas, nos detuvimos y le dije: “Tranquilo”, suavemente, estuvo unos segundos y recomenzó, le pregunté, para darle más confianza, si había nacido aquí en Montreal, contestó afirmativamente, y le pregunté cual había sido su profesión, me dijo se había dedicado a la inmobiliaria y que había sido multimillonario, pero el Gobierno con los impuestos le quitaba la mitad de lo que ganaba y también gastó mucho dinero. Otra vez una pausa, pues volvieron a fallarle las piernas, unos segundos más tarde reanudamos el camino, hasta que llegamos a un edifico de personas de la tercera edad, donde había un mulato que lo esperaba con una sonrisa y le di la bolsa del anciano, este saludó al mulato, aquel abrió las puertas y por último le pregunté cómo se llamaba, me dijo: “Adam”, y le dije: “Yo Mario”. Retomé mi camino o paseo y me sentí tan satisfecho de mi acción, son gestos solidarios y cotidianos, pero cómo embellecen el alma.
En la tarde, fuimos a recoger a Adriana en su trabajo y la llevamos al círculo infantil, donde nos entregaron a Eduardito, y con ellos en su casa nos pasamos un rato agradable. Al salir Adriana nos dio una bolsa con cosas del niño, diciéndonos que una mujer cerca de nosotros iría a recogerlas, pues nuestra hija puso esos artículos en venta como se acostumbra aquí, pero la señora la llamó y le dijo que le hacían falta, pero no tenía dinero, y Adriana optó por regalárselas. Entonces estas dos acciones caritativas se me juntan en el día, y lo que para algunos son nimiedades y cotidianidades, para mí representan los efectos de la educación que recibí de mis padres y que les hicimos llegar a nuestros hijos, entonces mi corazón se regocija, pues aquella frase de mamá de, “hacer el bien y no mirar a quien”, no quedó en el aire ni en la enseñanza teórica, sino en las acciones nuestras y me llenan de felicidad.
Así, de sencillo, amigos, son los sentimientos, y no solo salvamos el planeta evitando los gases invernadero, cuidando los bosques y evitando el calentamiento global, también entre nosotros debemos cuidar los afectos para que la humanidad sobreviva con la mente y el corazón sanos.
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