Literatura. Crónica.
Por Mario Blanco.
Hoy leo un dato científico de los más extraordinarios. Resulta que hay una pequeña ave migratoria llamada, Limosa Lapponica, que ha sido capaz de hacer un vuelo de 12854 km sin hacer escala, entre Alaska y Nueva Zelanda. Fue monitoreada gracias a un pequeño equipo de rastreo satelital. Se sabe por ello que no se detuvo en ningún momento, sin apenas dormir, e hizo el trayecto en 11 días. Que yo sepa raro es el avión actual capaz de volar más de doce mil kilómetros sin abastecerse. Se dice que estas aves conociendo de la enorme trayectoria a realizar, salen de la zona de sus nidos en la tundra de Alaska, hasta unos cientos de kilómetros en las marismas de la costa, allí comen todo lo que pueden para acumular una gran cantidad de grasa, la fuente de energía para su migración. Cuando llegan a Nueva Zelanda, el “tanque de combustible” está casi vacío. En marzo vuelven de regreso, cuando se espera que vuelen a través de Asia, donde se alimentarán por un mes, antes de regresar a Alaska.
Pero es de otro vuelo sobre el que quiero hablarles, y es el mío a mi querido Santiago de Cuba, con o sin escalas, el cual veo su imagen disiparse cada vez más en el tiempo. Las condiciones establecidas por el Gobierno de mi país han hecho que desde el 2008 no haya regresado, y comienzo a perder las esperanzas a pesar de que por la crítica situación que existe en nuestra patria pudieran vaticinarse cambios a corto plazo, pero sobre esa nebulosa situación ando esperando hace años sin que se produzca el desenlace positivo de los cambios necesarios para que se normalice, y los viajes de sus emigrados sean tan normales como en otros países, sin imposición de pasaportes nacionales ni reglas absurdas.
El año pasado realicé un viaje a Europa buscando las raíces de mis ancestros españoles, y estuve allí muy cerca de donde nacieron y se criaron mis dos abuelos españoles, aun pienso ejecutar otro viaje para llegar hasta sus antiguos hogares que ya hoy los tengo definidos, y conversar con sus almas que por allí seguro deambulan, en un retorno a la inocencia figurado que hago de ellas. Por eso hoy también pensaba que de no ser posible mi regreso a Santiago de Cuba, quisiera que mis nietos un día buscaran mis raíces también allí, donde nací y me crie, y que de algún modo conozcan la savia maravillosa de esa ciudad, sus costumbres e idiosincrasia del santiaguero. Entre estas dos ciudades, Montreal y Santiago de Cuba hay menos de 3,000 km, en avión son unas cuatro horas, si no, que envíen como paloma mensajera a una Limosa Lapponica con un recado mío en sus patas, despidiéndome de mi bella ciudad, amigos, y amores, con el orgullo y honor de haber sido un miembro de ellos.
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