Literatura. Periodismo. Crónica.
Por Mario Blanco.
Dejamos Astorga con una mezcla de amor y sentimiento, por su belleza, limpieza, calidad humana de su gente maragata, su historia y el significado implícito que lleva al ser la tierra de mi abuelo paterno. Pero nos dirigimos el día 15 de octubre vía tren para O Barco, en gallego, la tierra donde nació mi abuelo materno, el corazón se agiganta, y sus sístoles y diástoles toman más velocidad por la conjunción de hechos, saliendo de uno y entrando en otro. ¿Pudieron los abuelos imaginar algún día en la entonces muy lejana Cuba, que uno de sus nietos estaría tras sus huellas en estos contornos? Lo dudo, la lucha por la supervivencia y hasta la alegría por la familia que fueron capaces de crear entonces probablemente los absorbía. Solo la nostalgia de la tierra amada donde nacieron, y a la cual nunca regresaron, encausaba sus ideas patrióticas que a muchos de sus descendientes les hicieron llegar con pureza. Mamá nos hablaba de España como si hubiera nacido allá, aprendió tantos cantos, bailes y anécdotas del abuelo, que muy a menudo nos las expresaba. Muchas palabras en gallego nos enseñaron, lamentablemente ni ella misma sobrevivió a esta media aventura mía, quizás demoré mucho en realizarla, pero dicen los fervientes religiosos que el tiempo de Dios es sagrado, entonces, acepto que así haya sido. Lo más importante es que el hecho se materializa, y que no quedará en el olvido, fundamentalmente para mis hijos y nietos, receptores principales de mis crónicas. He sido desde niño una persona fuerte de carácter, pero las relaciones familiares a menudo me conmueven, y hay algo especial con la historia de mis abuelos, a los cuales repito no conocí, pero añoré siempre una caricia de ellos en mis pelos crespos de niño. La imaginación mía vuela a menudo y se traslada, y así venzo sus ausencias, y con este viaje abrazo sus recuerdos, veo y busco sus huellas, las atrapo y encierro imperecederamente en mi corazón en una jaula de oro.
Tomamos otra vez el tren hacia nuestro adorado destino, O Barco, admirando en el trayecto los montes de Carucedo y Rubiá. Antes, ayudado por la memoria prodigiosa del primo Ariel, estuve hurgando las posibilidades de encontrar a los primos gallegos, que deben estar cerca del hotel Malecón que antes reservé. Amante yo de la creación de nuestro árbol genealógico, espero encontrar esos miembros de la familia que viven lejos, pero están cerca de mi corazón y aspiro a encontrarlos. Y ahí vamos llegando a O Barco, pequeño pueblo que encierra para mi tan grandes emociones, pues antes me he visto paseando por su malecón, que resguarda las aguas del río Sil, donde pienso aprendió a nadar el abuelo Silvano.
De la estación del tren al hotel son apenas 15 minutos tomando la avenida de la estación, luego el paseo del malecón y ahí cerca nuestro albergue en la calle Pescadores, que también ha sido muy buena elección, pues está recién remozado y con magnificas condiciones. En el camino vemos el bar Habana, que pertenece a una cubana, pero ella no se encuentra, trabaja en una peluquería.
Del hotel salimos raudo y veloz para la librería Delia, que presupongo es de los primos, pues así se llamaba la esposa del primo Ramiro, contemporáneo conmigo, ambos ya fallecidos. Llegamos y encontramos una menuda muchacha con una niña hermosa de ojos perspicaces. Pregunto, Ud. es Miriam, ella asiente, y sigo, la hija de Delia y Ramiro, entonces su cara sobrepasa la sorpresa, y antes que le pueda dar un infarto me identifico, y saco un papel donde tengo la rama gallega de la familia, y entonces la risa nos acompaña a todos y la alegría nos envuelve, pero la que más disfruta el momento creo es Lucia, que no puede creer lo que está pasando, al ver como del cielo le caen unos tíos cubano-canadienses. Miriam me da una lista de los miembros de su familia, a partir del abuelo Juanito, quien fue contemporáneo con mamá. Nos despedimos quedando en vernos mañana a las 10:oo a.m. en la librería, que ellos llaman Estanco. Regresamos al hotel y descansamos del agitado día. A las 10:00 puntualmente allí estamos, y entonces llega Menchu la esposa de Jorge el hermano de Miriam, charlamos un buen rato y salimos a recorrer el malecón, paseo que soñé mil veces en mis elucubraciones de la campiña gallega. Al rato nos encuentra Menchu la gran entusiasta, y nos dice tiene tiempo antes de su trabajo de llevarnos a un par de bellos lugares en las afueras de O Barco. Nos muestra El Pazo do Castro, lugar enigmático en su belleza, es un hostal, pero está casi vacío y en las afueras con un paisaje bello. Nos lleva también a Xagoaza, lindo lugar, tomo un higo silvestre con un sabor a gloria, que rico. La edificación fue hospital templario en el siglo XII para los peregrinos. Vemos en el camino un horno al exterior empotrado en la pared de una casa, cosa rara pero cierta.
En el almuerzo no dejamos pasar la ocasión de probar el conocido caldo gallego. En la tarde caminamos otra vez por el bello malecón y atravesamos por dos puentes peatonales del río Sil hacia Viloira. Lamentablemente no podremos ir a A Rúa, San Payo y Petin, no alcanza el tiempo. En la noche, los primos nos invitan a un restaurante donde trabaja una cubanita llamada Heidi, que nos hace una foto grupal. Conocemos a la bella Iría y al futuro astronauta Nico, hijos de Jorge y Menchu, a Jorge desde luego, y a José el esposo de Miriam. Nosotros apenas probamos bocado pues estábamos satisfechos del almuerzo y en la noche apenas picamos algo, pero saboreamos el maravilloso vino blanco Godello. Compartimos, hablamos de los primeros miembros de la familia, anécdotas sobre ellos, fue un lindo encuentro que no olvidaremos. Gracias una vez más a los primos gallegos por su atención, esperamos algún día reciprocarlos por acá.
[28/10/20
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