El parque

Written by on 26/01/2017 in Cronica, Literatura - No comments
Literatura. Crónica.
Por Miguel Sabater Reyes…

Wikimedia Commons.

¿Cuántas veces uno ha escuchado que el perro es el mejor amigo del hombre? ¿Y el parque? ¿En qué categoría sentimental lo incluimos? ¿Qué es el parque sino un buen amigo, tan fiel, dócil y acogedor como el mejor de los perros?

¿Quién se atrevería a asegurar que nunca necesitó de un parque? Aquel que jamás haya visitado ese ámbito único provisto de bancos, árboles y flores que lance la primera piedra. Posiblemente no la tire nadie. Y si alguien se atreve y la tira que no lo haga contra un parque, porque ellos son como un pan con ojos.

Llegaron a ser tan necesarios para la vida social como la iglesia y la casa de gobierno, pues cada ciudad, pueblo o barrio no dejó de incluirlos en sus diseños.

Aunque el parque se concibió para aliviar al hombre del agobio en el que lo sumen las tensiones cotidianas, con el tiempo se diversificaron sus servicios.

En Cuba, por ejemplo, hay quien lo usa como estación cuando va de camino a casa con una jaba pesada y se sienta en un banco para mitigar la fatiga.

Existen quienes lo emplean como observatorio. Uno cree que esas personas están sentadas allí cogiendo fresco, y lo que en realidad están haciendo es mirar el movimiento de la gente en el barrio.

Hay quienes consideran al parque como una agencia de noticias. Desde temprano se sientan allí para informar o ser informados sobre los últimos acontecimientos de la comarca; mientras otros, como los jubilados, se reencuentran en él cada mañana en una especie de cita con su pasado.

Sin embargo, existen personas que convierten al parque en una singular valla de gallos. Este es el caso del Parque Central, donde un activo grupo de personas polemizan sobre pelota.

Si el parque está cerca de un colegio, algunos lo usan como plaza comercial, y se estacionan allí para vender caramelos, cucuruchos de maní, rositas de maíz o pan con algo.

No faltan los que se hacen raras ideas de lo que es un parque y lo convierten en una pradera africana, pues van a él en misión de safari erótico. Estas personas realizan sus cacerías mediante inusuales intercambios de miradas y raras conversaciones que presumen de filosóficas.

Hay otros que ven al parque como un islote destinado a recibir a los náufragos de la existencia. Este es el caso de los que habitualmente, por diversas razones o sinrazones, amanecen horizontales en un banco del parque.

Y como en la viña del Señor hay de todo, no faltan los que convierten al parque en una suerte de piloto de barrio donde se dan cita para “bajar” dos o tres botellas de ron; lo cual no le gusta ni un poquito al parque ni a nadie, ya que esas reuniones, que comienzan siendo muy fraternales, a veces terminan en tragedia.

Si el niño está majadero mientras mamá cocina, papá lo lleva al parque.

Cuando a las seis de la tarde el domingo nos oprime con ese aburrimiento insoportable, liquidamos la depresión en un banco del parque.

Hay quienes identifican ese espacio de recreo con el “Paraíso”, ya que viven en ambientes hogareños lamentablemente infernales, y van al parque a desconectar porque allí nadie los abruma con quejas o peleas.

Como quiera que sea, el parque siempre es apreciado como un aliado y un abrigo. No hay uno de ellos que haya rechazado a nadie. Por el contrario, están ávidos de gente.

Resulta que en ciertos establecimientos públicos los empleados maldicen la afluencia de gente porque aumenta el trabajo. El parque no. Mientras más personas lo visitan, más se complace. No entiende de condiciones. No le importa si piensas en rojo o en verde, si eres católico, protestante o ateo. Acoge al niño, al anciano, a los novios, al matrimonio, los amigos, al solitario y hasta al enajenado.

Con el enajenado sucede que como casi nadie lo quiere –si es que de verdad lo quiere alguien–, a pesar de su divorcio mental con el mundo, termina razonando que su único lugar es el parque, con el que llega a establecer curiosos lazos familiares, ya que conversa con sus bancos, árboles y flores y defiende su integridad con pasión quijotesca.

Uno aprecia entonces que el parque, es más, mucho más que un área para pasar el rato. Es la patria común de felices y desdichados.

Dicen que París bien vale una misa. ¿Y cuánto no vale un parque en Cuba, sobre todo cuando es imposible sacar pasaje para ir a París? Y a pesar de todas las cosas bellas de París, no faltan personas de toda suerte allá que los necesiten.

Si algo nos exige el parque es que lo cuidemos. Solo eso.

Por ello no estoy de acuerdo con esa sentencia lapidaria de que solo sea el perro el mejor amigo del hombre. ¿Y dónde dejamos a los parques, a los cuales también van a parar tantos perros sin abrigo humano?

Definitivamente, hay que considerar bien a los parques. Sin ellos no se conciben, plenamente realizados, los espacios habitables.

Por eso no entiendo que haya gente que los maltrate, como tampoco que haya parques casi derruidos, mientras otros se mantienen mejor conservados.

¿Es que acaso hay clases sociales de parques? ¿Parques de avenidas notables? ¿Parques de zonas priorizadas para el turismo? ¿Parques de barrios poco importantes?

Cada parque posee su propio rostro. Hay unos más modestos que otros en sitios diversos, pero todos, absolutamente todos, tienen el mismo propósito.

Una tienda presenta problemas que impiden el acceso del público, y enseguida la asisten porque reporta ganancias. Pero los parques, los pobres, no corren la misma suerte.

Hay una canción en defensa de los perros, una clínica donde son asistidos y una enorme sensibilidad hacia ellos. ¿Y los parques? Nada. Solo algunos poetas los defienden.

Yo me pregunto una y otra vez qué pudiera costar reponer la madera que en algunos de ellos les faltan a sus bancos. Por qué no se mantienen bien conservadas sus plantas ornamentales. Y si hay personas responsabilizadas para que eso no suceda, ¿por qué ocurre? ¿No ven que hay parques tristes que agonizan, tan desamparados como perros sin dueños? Parques donde ya casi no es posible sentarse. Parques que no inspiran que uno vaya al parque, pues lejos de alegrarnos, nos entristecen.

[Esta crónica ha sido tomada del libro Crónicas Humorísticas cubanas, publicado por la Editorial Unos&Otros,2014)

 

 

 

 

 

 

 

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About the Author

Miguel Sabater Reyes (La Habana, 1960). Licenciado en Filología en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Ha publicado "Cuentos Orichas" (Extramuros, 2003), "Flores para una Leyenda" (Boloña-Ediciones Unión, 2005), de la Editorial Unos&Otros los títulos, "Flores para una Leyenda", "Yarini el rey de San Isidro" (2013), "Los últimos días de Jaime Partagás" (2013), "La Virgen de Regla" y "Yemayá" (2014); también "Crónicas Humorísticas cubanas" (2014). Reside en Miami

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