Se hurtan las descripciones que permitan mayor objetividad por puro y simple oportunismo; se acostumbran a mezclar datos con opiniones de mayor o menor calado y, en pos del interés, la probabilidad desplaza a las certezas poniéndose el énfasis, indefectiblemente, en las hipótesis más inquietantes bajo la convicción de que el miedo vende. Porque vamos a ver: el 80% de los casos son asintomáticos, sólo un 5% precisará de tratamiento, la mortalidad oscila alrededor del 2% y ocurrirá, al igual que sucede con la gripe estacional, en aquellos pacientes con menores defensas, sea por avanzada edad o con patologías concurrentes. Pese a todo ello, es de no creer la tendenciosidad con que se viene tratando el tema en prensa y noticiarios, fomentando bulos e infundados temores que han propiciado desde el agotamiento de las mascarillas a que se huya de los chinos como si fueran, cualquiera de ellos, emisarios de la muerte.
No hay sino leer los periódicos o escuchar cualquier cadena para alimentar la convicción de que el número de fallecidos es muy superior al reportado, que China está intentando minimizar la gravedad, ocultando datos o que la epidemia, como se dijo, ha surgido por maniobra de EEUU y es parte de su estrategia en el contencioso con aquel país. A resultas de todo ello, buena parte de la población con el corazón en un puño (“¿El seguro me cubre el coronavirus?”. “¿Qué hago si empiezo a toser?”) y anulando viajes, reticentes incluso a salir de casa y cambiando de acera con sólo atisbar a alguien de rasgos orientales. En resumen: una pena, flaco favor al equilibrio social y, a no tardar, el evidente ejemplo de lo que puede construirse a caballo entre la imaginación calenturienta y el interés. Si lo dudan, al tiempo.
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