Los refugios antiaéreos en Cuba

Literatura. Política. Crónica. Sociedad. Crítica.
Por Mario Blanco.
Las crónicas van y vienen, sirven para que parte de la historia permanezca viva. Cuando son hechos positivos refuerzan la inteligencia, audacia y el aprendizaje que debe conformar la cultura de los jóvenes, y potenciar el desarrollo de las sociedades. ¿Pero qué sucede cuando el tópico que se trata fue un absurdo, una mala práctica, por no decir “metedura de pata”, que bien cabe el término en muchas situaciones, cuando la obsesión por algo hace tomar decisiones erróneas? Las sociedades sensatas, recapacitan, estudian el hecho y extraen experiencias que, aunque negativas, sirven para encarrilar ideas, rectificar el tiro dirán muchos, reestructurar la táctica o estrategia, y además debería también dársele una explicación lógica a la sociedad que es la que produce, y sus recursos fueron mal empleados, y asentarlo en la historia de forma autocrítica. ¿Fue esta última versión el resultado del análisis del tema que da título a esta crónica? No, imposible, la justificación de que era la necesidad del momento fue el argumento empleado, establecido, cuando alguien opinó al respecto. Así siempre ha sido con los errores del proceso revolucionario cubano. Siempre habrá algún dirigente de entonces, algún sesudo, y sino pues el dirigente mayor se encargaba de esclarecerlo, diciendo que, habría que situarse en tiempo y espacio, situarse en el momento histórico, y entonces juzgar.

A mediados de la década de 1980, la dirigencia de nuestro país ordenó, a todas las estructuras gubernamentales, o sea a todo el país, porque nada quedaba privado desde la ofensiva revolucionaria de 1968, a construir los refugios antiaéreos necesarios para proteger a los trabajadores y a la población civil, de los posibles ataques aéreos del enemigo imperialista, que siempre tuvo su nombre y apellido, Estados Unidos. En el Ministerio del Transporte donde trabajaba, y era además miembro del Buró Sindical, nos dimos a la tarea de construir nuestro refugio al frente del organismo. Por suerte como el Ministerio tenía empresas constructoras a su servicio, pues una de ellas llevó la parte principal en la excavación y la ubicación de vigas reforzadas, que nos guarecieran ante el bombardeo enemigo. Era una tarea priorizada y había que emplear todos los recursos necesarios para su ejecución. Por lo tanto, nuestro refugio se construyó, y el sindicato apoyó con determinadas horas de trabajo voluntario en su ejecución y mantenimiento. Además, se hicieron durante cierto tiempo, ensayos del uso del mismo, especialmente durante los días de la defensa. ¿Alguien preguntó alguna vez sobre el costo en materiales y mano de obra que conllevó la construcción de aquel hueco enfrente del edifico, que además de todas las inconveniencias, afeaba el ornato público? Nadie, cuidado, era una orientación sagrada bajada del Olimpo. ¿Alguien contrastó cuantas viviendas podrían haberse construido con los recursos empleados, la vivienda, una de las grandes promesas del proceso revolucionario que fue y ha sido, uno de los mayores desastres en su cumplimiento, de las tantas y tantas promesas hechas a la población? Nadie. Quien hiciera entonces esas preguntas era un tonto, aplicándole el juicio más benévolo que se le pudiera hacer, para no llevarlo al otro extremo, habitual entre los conceptos contrarrevolucionarios, de que esa pregunta insidiosa era como hablar el idioma del enemigo. Nadie, ni revolucionarios ni apáticos preguntaron entonces públicamente, mi Dios, solo un loco osaría contradecir la orientación suprema de “nuestro soberano”.

Pasaron los años y el águila imperial no nos bombardeó, ni siquiera nos tiraron escupitajos. ¿Y qué ha pasado durante todos estos años con los refugios, además de que por parte del gobierno nadie haya expresado las mínimas palabras de reconocimiento del error de apreciación de entonces? Pues bien, los refugios, con los materiales de los cuales se hubieran construido miles y miles de viviendas, que cada día hasta hoy el déficit aumenta, pues una parte de estos, la mayoría, se han rellenado evitando tener un foco infeccioso, en lo que muchos se convirtieron. Por otra parte, unos pocos han servido de almacén de determinados productos, y algunos se han convertido en focos de discordia, al haber sido ocupados “ilegalmente”, por personas que no tienen donde vivir. Hace poco mi amigo GLADTONY, recopiló en un documento del Ministerio del transporte decenas y decenas de estos errores, y lo tituló: “El arte de destruir un país”. Leí el documento y tiene tantos tópicos, que no recuerdo si este está mencionado en el mismo. Sirva esta pequeña crónica para aquellos que no vivieron aquella ilusión, y a los que la vivieron, para que no la olviden.

 

 

 

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About the Author

Mario L. Blanco Blanco, Santiago de Cuba, 1949. Ingeniero naval. Estudió en la Politécnica de Gdansk, Polonia. Trabajó durante algunos años en el Mitrans, organismo central en la dirección de inversiones. Durante el período del 1986 al 1989 se desempeñó como Presidente del Poder Popular del municipio Plaza de la revolución en Ciudad de la Habana. Trabajó luego en el sector marítimo de la Pesca. Fue director de la empresa de Tintorerías y Lavanderías de Ciudad de la Habana. Reside en Montreal, Canadá, desde 1997.

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