Sociedad. Historia. Religión. Crítica.
Por Carlos Penelas…
Encontré nombres como los de Ernest Renán, Émile Durkheim, Charles Guignebert, Hans Küng, el abate Alfred Loisy, Claudio Magris, Etienne de La Boétie, Johannes Baptist Metz y tantos otros que sería largo y tedioso enumerar. Usted, lector, puede comenzar por estos nombres.
Luego vi una serie de recortes de periódicos que alguien sin fe me alcanzó alguna vez. Allí está Albino Luciani, Juan Pablo I, el Banco Ambrosiano y su director Roberto Calvi, su vinculación con Licio Gelli y la secta mafiosa Propaganda Due, la condecoración que el General Perón le hizo en Argentina cuando vino con López Rega, la financiación de las obras religiosas dirigidas por el obispo Paul Marcinkus (también de la P2). Los apotegmas del cardenal Villot, crónicas en torno al bello padre Georg Gänswein, don Giorgi, el “George Clooney del Vaticano”. Y mucho más. Rompí los recortes sobre todo cuando empezaron a publicar sobre ciertos escándalos en torno a la pedofilia, el descubrimiento de prostíbulos gay frecuentado por clérigos y el tema del Vatileaks. Pobre mayordomo, Paolo Gabriele. Los Borgia no eran nada. Quemé todo. Una infamia tras otra.
Uno de los textos que me llamó la atención es sobre Tertuliano en el siglo II. Parece ser, entre otras cosas, que el misterio de la Santísima Trinidad no figura en la Biblia y que recién fue aprobado por Gregorio de Niza, en el Sínodo de Alejandría, en 1362. En fin, de eso se habla poco y nada. ¿A quién le importa? Además, para algunos teólogos, Jesús no sería hijo de José, sino el hijo de Dios. Un problema, pues María es “madre de Dios”. De esto no entiendo. No lo tiro, lo guardo y lo dejo como estaba. “La Trinidad es un misterio”, decía mi tío Pedro.
Luego viene la sabiduría cabalística, los acertijos cada vez más complicados, el pensamiento de Hamann, llamado el “mago del Norte” por sus alucinaciones, acercamiento al pietismo, a los rosacruces y a la mística. Eso es del siglo XVIII, después del tema de Giordano Bruno y otros herejes. El esoterismo cumplió su función, junto al magnetismo animal y la magia. Seguí casi de inmediato con el profeta Natán, el reinado davítico, la fe ingenua que movía a las masas incultas, el Concilio de Nicea (325), Teodosio I el Grande (379-385), el cardenal Nicolás de Cusa (1400-1460) y su descubrimiento de documentos falsos, el Egipto faraónico, las observaciones de Arnold Hauser, el asesinato del arzobispo Thomas Becket en la catedral de Canterbury (1170) por Enrique II, por sostener que el poder espiritual era superior al terrenal. Y me detuve en Ignacio de Loyola. Y recordé a mi padre cuando de niño me decía que jamás iba a saber “cuántas monjas hay en el mundo, cuántos bolsillos tiene un cura y qué piensa un jesuita”. Mi hermano mayor comentaba que estos cardenales, obispos y santones —en un halo de pudibundez— inventaron el horror de la isla de Tiflos. Bueno, nuestro amado Santo Padre o Padre Santo lo dijo en forma elíptica: vietato lamentarsi.
Algo de todo esto conversé con un amigo, vecino de mi casa —creyente, hombre de comunión diaria— que me alcanzó un libro con imágenes y textos en torno a las torturas más crueles y sanguinarias de la Santa Inquisición. En principio, desde pequeño, siempre me pareció correcto perseguir a los apóstatas, hugonotes, albigenses, brujas, blasfemos y ateos. Es asombroso los métodos de tortura creados por cardenales, obispos y monseñores. Contra mujeres y ateos, principalmente. Así es que descubrí “La pera oral, anal y vaginal, La sierra, La cuna de Judas, El desgarrador de senos, La silla de interrogatorio, El aplasta pulgares, Las uñas de gato, La horquilla, La doncella de hierro…” y tantos instrumentos espirituales para mostrar la benevolencia del Señor. Era en nombre de la salvación, del amor, de la paz universal. Sobre todo que años después en los conventos se abortaba, se asesinaba; también la masturbación tuvo lo suyo. Ya no quise entrar en el mundo de las bulas contra los contumaces ni en el tema de las bendiciones de armas, monarcas o doncellas. Clamo contra el impío en defensa de frailes y frailucos. Debemos apresarlos —a los impíos— en cámaras de plomo. Beata ubera, quae lactaverunt aeterni Patris Filium.
Cansado deje de lado la investigación. Un mes sacando libros, leyendo, estornudando, tomando apuntes. Fue entonces que busqué una historia de santos. Parece ser que
Ese monstruo Constantino […]. Ese verdugo hipócrita y frío, que degolló a su hijo, estranguló a su mujer, asesinó a su padre y a su hermano políticos, y mantuvo en su corte una caterva de sacerdotes sanguinarios y cerriles, de los que uno solo se habría bastado para poner a media humanidad en contra de la otra media y obligarlas a matarse mutuamente.
El secreto se lo llevó a su tumba el padre Gabriele Armoth, exorcista de la Santa Sede, quien había adelantado “que fueron esclavas sexuales en el Vaticano”. Nunca se supo nada. Nunca se sabe nada. Leonardo Sandri, Norberto Rivera, George Pell, Marc Ouellet, Seán O´Malley, Peter Turkson, Luis Barrios, Reinaldo Narvais, Atilio Jesús Garay, Edgardo Gabriel Storni, Oscar Rodríguez Madariaga, Instituto Antonio Provolo, George Ratzinger (hermano de Benedicto XVI), Gerhard Ludwig Müller…Alabado sea el Santísimo / Sacramento del altar / y la Virgen concebida / sin pecado original!