Este año que ya se va, los escritores cubanos del exilio en Miami y otros ámbitos del mundo conmemoramos el medio siglo de la publicación del emblemático volumen Fuera del juego, con el que el poeta y narrador Heberto Padilla demostrara, en 1968, que la poesía política podía tener calidad —siempre que no repitiera consignas y lemas políticos—, como no pocos ejemplos fueron conocidos por este entonces joven poeta, tales los grandes nombres del rumano Tudor Arghezi, los españoles Antonio Machado, Rafael Alberti y Miguel Hernández, el peruano César Vallejo y el chileno Pablo Neruda, entre muchos otros.
Ese año, Fuera del juego merecería el Premio Julián del Casal, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, otorgado por un prestigioso jurado, integrado por los cubanos José Lezama Lima, José Z. Tallet y Manuel Díaz Martínez, el peruano César Calvo y el británico J. M. Cohen.
Cuando conseguí, aún no recuerdo cómo, un ejemplar de Fuera del juego —cuya mínima edición sería puesta a la venta en un ínfimo número de librerías de la capital—, me sentí afortunado, pues no olvido qué difícil era la obtención del preciado libro del poeta «maldito», tal suelen denominarse los autores prohibidos, como fue, desde entonces, el autor de ese conjunto de valiosos textos, que lo llevaría a las mazmorras castristas.
El poeta había sido arrestado y al poco tiempo su esposa, la poetisa Belkis Cuza Malé ―su pareja desde fines de 1967; se casaron el 25 de enero de 1971, y la hija del primer matrimonio de esta, María Josefina, vivía con ellos―, acusados de «actividades subversivas» contra el Gobierno, y él sufriría al ser torturado sicológicamente en la temible y terrible Villa Maristas.
Mas, contra su voluntad, la UNEAC tuvo que publicar el célebre poemario por haber recibido el premio en el más significativo concurso de esa institución. Pero no fueron en vano la osadía y la odisea del poeta, ya el preciado volumen le traería al sangriento tirano, hoy felizmente muerto, infinitos problemas a nivel global, porque en sus páginas el poeta develó al mundo la verdadera esencia del comunismo que el déspota admirara desde su juventud como matón en la universidad capitalina, cuando igualmente le extasiara la temible figura de Hitler, tal se comprueba con el título de su autodefensa La Historia me absolverá, tomado del panfleto Mi lucha [Mein Kampf], del Führer, al que intentara remedar el abyecto caudillo tropical, repitiendo su trayectoria, con el fusilamiento de miles de luchadores anticastristas.
Como bien apuntara recientemente Benigno S. Nieto en su volumen El poeta que engañó a Fidel Castro, una simple confesión de «culpa» no hubiese producido tanto horror, lo que en verdad horrorizó a los intelectuales fue el tono repulsivo de una «autodegradación» que el poeta exageró deliberadamente. Heberto Padilla salió mal herido, pero el daño que le hizo a Fidel Castro fue inconmensurable.
Esta valiosa figura —de la que solo este poeta y crítico había leído hasta ese momento su segundo y valioso cuaderno El justo tiempo humano, con el que obtendría mención en el Concurso Casa de las Américas en 1962— sería asimismo y desde entonces uno de los enfants terribles de la poesía no solo cubana, sino en toda la escrita en español.
Ya en este primer volumen, descubrí a un poeta distinto dentro de la corriente coloquialista de la que, sin embargo, sería excluido más tarde por los cobardes ¿antólogos? o, mejor, compiladores de la mal llamada La Generación de los Años 50. Antología poética [de Luis Suardíaz], publicada por la Editorial Letras Cubanas en 1984, cuando él había partido al exilio. En definitiva, la ¿antología? fue apenas una ¿selección? que solo merece ser mencionada por su acusada implicación con el destacado Heberto Padilla.
Para corroborar la validez de Fuera del juego, creo necesario que el ciberlector constate la calidad y actualidad de algunos de sus valiosos textos que no han perdido actualidad y su calidad es obvia. Leamos꞉
En tiempos difíciles
A aquel hombre le pidieron su tiempo
para que lo juntara al tiempo de la Historia.
Le pidieron las manos,
porque para una epoca dificil
nada hay mejor que un par de buenas manos.
Le pidieron los ojos
que alguna vez tuvieron lagrimas
para que contemplara el lado claro
(especialmente el lado claro de la vida)
porque para el horror basta un ojo de asombro.
Le pidieron sus labios
resecos y cuarteados para afirmar,
para erigir, con cada afirmacion, un sueño
(el-alto-sueño);
le pidieron las piernas,
duras y nudosas,
(sus viejas piernas andariegas)
porque en tiempos dificiles
¿algo hay mejor que un par de piernas
para la construccion o la trinchera?
Le pidieron el bosque que lo nutrió de mno,
con su árbol obediente.
Le pidieron el pecho, el corazon, los hombros.
Le dijeron
que eso era estrictamente necesario.
Le explicaron después
que toda esta donación resultaría inútil
sin entregar la lengua,
porque en tiempos difíciles
nada es tan útil para atajar el odio o la mentira.
Y finalmente le rogaron
que, por favor, echase a andar,
porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.
En el anterior texto se puede observar, entre otras virtudes —ya mostradas por Padilla en su segundo poemario El justo tiempo humano—, el apropiado empleo de componentes de la mejor poesía, tales: la alegoría (con la que evitaba el panfleto tan común en el verso impuesto justamente antes y después del importante galardón merecido en 1968), el lirismo, la adopción de la mejor poesía contemporánea: inglesa, norteamericana, francesa, griega y latinoamericana; la síntesis —que favorece la economía de palabras y el minimalismo—, como la utilización del mejor conversacionalismo —del que tanto se abusara antes y después de la aparición de ambos poemarios—, por solo citar algunos. Mas, continuemos leyendo otros poemas꞉
Oración para el fin de siglo
Nosotros que hemos mirado siempre con ironía e indulgencia
los objetos abigarrados del fin de siglo: las construcciones
trabadas en oscuras levitas. Nosotros para quienes el fin de siglo fue a lo sumo
un grabado y una oración francesa.
Nosotros que creíamos que al final de cien años sólo había
un pájaro negro que levantaba la cofia de una abuela.
Nosotros que hemos visto el derrumbe de los parlamentos
y el culo remendado del liberalismo.
Nosotros que aprendimos a desconfiar de los mitos ilustres
y a quienes nos parece absolutamente imposible
(inhabitable)
una sala de candelabros,
una cortina
y una silla Luis XV.
Nosotros, hijos y nietos ya de terroristas melancólicos
y de científicos supersticiosos,
que sabemos que en el día de hoy está el error
que alguien habrá de condenar mañana.
Nosotros, que estamos viviendo los últimos años
de este siglo,
deambulamos, incapaces de improvisar un movimiento
que no haya sido concertado;
gesticulamos en un espacio más restringido
que el de las líneas de un grabado;
nos ponemos las oscuras levitas
como si fuéramos a asistir a un parlamento,
mientras los candelabros saltan por la cornisa
y los pájaros negros
rompen la cofia de esta muchacha de voz ronca.
En el anterior ejemplo, se advierte otro elemento decisivo en el conversacionalismo de Padilla: la ironía, con la que el poeta (el sujeto) se distancia del texto (el objeto), dotándolo de la carga irónico-crítica que alude [y no elude] indirectamente al status impuesto por el castrismo con las constantes vigilancia y delación, imposiciones exigidas en las sociedades-gulags de los estados comunistas.
En el siguiente texto: «Para aconsejar a una dama», el poeta no ataca la imagen del «negro becado ⁄ que mea desafiante en su jardín», pues este no es el sentido de esos versos ni del poema, como algún ¿miope? —tal el mediocre y canalla Luis Pavón bajo el seudónimo de Leopoldo Ávila— acusara al poco tiempo de la publicación del volumen en una de sus infundadas críticas aparecidas en la revista de las FAR, Verde Olivo, cuyo afán por destruir políticamente al poeta resultaba obvio, pues, con ironía, en este texto Padilla denuncia que los «nuevos» tiempos impuestos por la seudorrevolución, desahucian las propiedades de los que crearon sus bienes y comodidades con su esfuerzo y laboriosidad durante décadas. Por ello, con sorna, aconseja a la dama que acepte las imposiciones, no siga reprimida y entréguese a los becados que inundan y transforman con su vulgaridad el barrio꞉
¿Y si empezara por aceptar algunos hechos
como ha aceptado —es un ejemplo— a ese negro becado
que mea desafiante en su jardín?
Ah, mi señora: por más que baje las cortinas; por más
que oculte la cara solterona; por más que llene
de perras y de gatas esa recalcitrante soledad; por más
que corte los hilos del teléfono
que resuena espantoso en la casa vacía;
por más que sueñe y rabie
no podrá usted borrar la realidad.
Atrévase.
Abra las ventanas de par en par. Quítese el maquillaje
y la bata de dormir y quédese en cueros
como vino usted al mundo.
Echese ahí, gata de la penumbra, recelosa, a esperar.
Aúlle con todos los pulmones.
La cerca es corta; es fácil de saltar,
y en los albergues duermen los estudiantes.
Despiértelos.
Quémese en el proceso, gata o alción; no importa.
Meta a un becado en la cama.
Que sus muslos ilustren la lucha de contrarios.
Que su lengua sea más hábil que toda la dialéctica.
Salga usted vencedora de esta lucha de clases.
En «Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad», la ironía es aún mayor, si bien se aprecia la claridad que Padilla ofrecía a sus lectores, pues él sabía que serían sus colegas intelectuales, profesores y estudiantes universitarios, y otros profesionales, quienes enseguida leerían sus textos y recibirían su mensaje꞉
Lo primero: optimista.
Lo segundo: atildado, comedido, obediente.
(Haber pasado todas las pruebas deportivas).
Y finalmente andar
como lo hace cada miembro:
un paso al frente, y
dos o tres atrás:
pero siempre aplaudiendo.
Asimismo, en «Dicen los viejos bardos», ¿insinúa? con no poca claridad el peligro que acecha a los intelectuales, como él, críticos꞉
No lo olvides, poeta.
En cualquier sitio y época
en que hagas o en que sufras la Historia,
siempre estará acechándote algún poema peligroso.
En «Arte y oficio» —dedicado A los censores, que sobran en las editoriales y la prensa de la Isla—, la ironía dimensiona su carga hasta el sarcasmo, al subrayar:
[…]
Se pasaron la vida diseñando un patíbulo
que recobrase —después de cada ejecución—
su inocencia perdida.
Y apareció el patíbulo,
diestro como un obrero de avanzada
¡Un millón de cabezas cada noche!
Y al otro día más inocente
que un conductor en la estación de trenes,
verdugo y con tareas de poeta.
Otro texto de suma valía es «Poética», donde tal un afilado cuchillo cortándote la piel, al leer sus versos, evoco los infaustos momentos padecidos por miles de cubanos, vejados y atacados a golpes, o sus puertas tumbadas a pedradas e, incluso, recibiendo huevos podridos lanzados por sus vecinos, solo porque partirían al exilio en 1980, un triste, lamentable año que mancha la historia de nuestra Isla, como los fusilamientos en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña y la Sierra Maestra… Tantas vejaciones sufridas por los valientes luchadores anticomunistas, como los abusos a las Damas de Blanco cada domingo…
Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.
Sorprendente es también «El único poema», donde Padilla muestra, una vez más, la sorna al régimen, tal podrá comprobar el ciberlector:
Entre la realidad y el imposible
se bambolea el único poema. Retenlo
con las manos, o con las uñas, o con los ojos
(si es que puedes) o la respiración ansiosa.
Dótalo, con paciencia, de tu amor
(que él vive solo entre las cosas).
Dale rechazos que vencer
y otra exigencia
mucho mayor que un límite,
que un goce.
Que te descubra diestro, porque es ágil;
con los oídos alertas, porque es sordo;
con los ojos muy abiertos, porque es ciego.
Un texto no menos singular por su acusación al castrismo es «Escena», en el que Padilla, a partir de un rejuego teatral, evidencia su probada sagacidad literaria y cultural:
—¡No se pueden mezclar y las mezclamos.
Revolución y Religión no riman!
Se desgarraba el pobre bajo los reflectores,
agachado,
contraído,
esperando
el último bofetón.
«Escrito en América» da fe de la creencia de Padilla en su peligrosa labor proselitista, entonces tan necesaria, como la que hoy realizan los valerosos disidentes dentro de la Isla. Leámoslo:
Ámalo, por favor, que es el herido
que redactaba tus proclamas,
el que esperas que llegue a cada huelga;
el que ahora mismo tal vez estén sacando de una casa
a bofetadas,
el que andan siempre buscando en todas partes
como a un canalla.
«Para escribir en el álbum de un tirano», es, sin duda, el mayor y mejor ejemplo de la validez de Heberto Padilla y su excelente poemario, pues aquí alcanza el máximo de criticismo, valentía y arrojo, como ninguno de sus colegas, que no se atrevieron a denunciar el terrible status que ya mostraba la tiranía en vísperas del lamentable Primer Congreso de Educación y Cultura, realizado en abril de 1971. Entonces, el desesperado e iracundo tirano —tal magnus rex, entre otros cánones-normas-mandamientos— fijaría no pocas sentencias en su discurso de clausura, la mayoría como esta: «Por cuestión de principios hay algunos libros de los cuales no se debe publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ¡ni una letra!» Estas «leyes» eran copias al calco de las impuestas en la URSS y sus adláteres: los regímenes socialistas caídos años después, demostrando el fracaso del comunismo.
Por ello, a los escritores involucrados en el sonado Caso Padilla, el canalla les denominaría, en el Congreso: «agentillos del colonialismo cultural» e, incluso, instaría a la intimidación, cuando amenazara: «[…] creo que hay que usar la Policía, no obstante lo cívicos y lo disciplinados que son nuestros trabajadores», lo que luego haría de nuevo durante el éxodo del Mariel, cuando enviara a cientos de «trabajadores» (en realidad, milicianos y tropas especiales) a atacar a las miles de personas que querían partir al exilio, tal presenciara quien este redactor en aquellos días aciagos que no se borran de la memoria. En consecuencia, en el citado poema Padilla escribe:
Protégete de los vacilantes,
porque un día sabrán lo que no quieren.
Protégete de los balbucientes,
de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo,
porque descubrirán un día su voz fuerte.
Protégete de los tímidos y los apabullados,
porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres.
Sin duda, Fuera del juego —como documento testimonial de la ya sexagenaria, oprobiosa y sangrienta tiranía castrista— es un volumen esencial no solo en el corpus de la valiosa obra poética de Heberto Padilla, sino además en el vasto y diverso contexto de la mejor poesía escrita en Cuba de 1959 a la fecha.
[Todas las fotos han sido facilitadas por el poeta Waldo González López]
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